Tal como me advirtieron, al conducir por este enorme país nada hace pensar que se esté librando una guerra encarnizada. A lo largo de las carreteras no te encuentras con un camión del ejército ni por casualidad.
Durante las paradas en los autogrill, establecimientos nuevos y limpios como tal vez sucede en Austria y llenos de comida y bebidas de todo tipo, hasta te olvidas de dónde estás, pero, por extraño que parezca, es al llegar al lavabo cuando te das cuenta de que hay algo extraño, algo verdaderamente anormal: a un lado la larguísima y disciplinada fila de mujeres, mayores y muy jóvenes, con niños a cuestas y al otro lado el desierto o algo así, porque ciertamente a veces te cruzas con un par de conductores de buses.
No hay hombres: recordemos que de 18 a más de 50 años, están en el frente, en las trincheras. Mi hijo estaría allí, a menos que se pospusiera estudiar, y yo también. Aquí, por ahora, la guerra es la ausencia de al menos dos generaciones enteras de hombres, atrapados en este país como en una prisión. No niego el hecho de que muchos han accedido a irse, porque una manera de eludir sus obligaciones siempre se puede encontrar. Puede que muchos sintieran que tenían que poner de su parte para defender a su país indudablemente agraviado, pero esta guerra parece no tener fin y está diezmando a generaciones enteras de hombres como nuestros soldados de infantería durante la Gran Guerra de 1915-1918.
La guerra en las ciudades es un crimen inhumano y a menudo contamos con razón a las víctimas civiles -mujeres, niños y ancianos-, pero ¿acaso los soldados no son seres humanos? Padres, maridos, hijos, «niños» de uniforme, como me dijo una señora de 70 años con la que compartí un largo tramo de carretera.
¿No están también llamados a luchar contra civiles como ellos? Agricultores, obreros, estudiantes, basureros, panaderos, fontaneros, profesores, fruteros… Uno de los hijos de la señora, finalmente llamado a filas, era un bombero a punto de jubilarse que esperaba un nuevo indulto.
Aquí, los europeos deberíamos ponernos la mano en la conciencia para ver si realmente les estamos ayudando a resistir la indudable agresión, o les estamos ayudando a morir uno tras otro, alimentando una guerra sin fin.
La Patria no son sólo unos palmos de tierra que hay que defender o reconquistar. ¿Qué clase de Patria sería una tierra de huérfanos sin padres?