Por Maxine Lowy

En una muestra de la exuberante e infinita potencia creativa del ser humano, unas 180 variantes de dos obras, realizadas por el mismo número de artistas, empapelaron con color y textura lo largo y ancho de las paredes de la Galería de Arte Guillermo Núñez. Es “Guillermo, … Qué quiere que le diga”, una exposición que se inauguró el 14 de agosto en la Casa de la Cultura Municipal Anselmo Cádiz de la comuna de El Bosque, del sur de Santiago.

Honra no solo el legado del Premio Nacional de las Artes Plásticas, fallecido el 23 de mayo 2024 a los 94 años, con cuyo nombre fue bautizado este espacio cultural, sino también celebra las dos décadas de su estrecha colaboración con El Bosque.

Coincidente con el trigésimo tercer aniversario de la creación de la comuna, la exposición fue organizada conjuntamente por la Ilustre Municipalidad de El Bosque y la Asociación de Pintores y Escultores de Chile (APECh). Soledad Bianchi, compañera de vida y esposa del artista; Alejandro “Mono” González, muralista y su gran amigo; Alex Chellew, presidente del APECh; Antonio Donoso, gestor cultural municipal y Mariana Villouta, vecina de El Bosque, participaron en un conversatorio que formó parte del acto inaugural. Carlos Lizama, encargado de la Galería Guillermo Núñez y coordinador de esta muestra, moderó el foro. Acompañó la cantante y pianista Milena Viertel, profesora de música de la Universidad de Chile.

El título alude a la muletilla con que Mono González y Guillermo Núñez habitualmente iniciaban sus frecuentes conversaciones, tal como: “Guillermo, ¿qué quieres que le diga?”. Así también, en ese espíritu, cada artista que ha intervenido una lámina serigráfica de Núñez dialoga con él.

González recuerda, “Cuando yo conocí a Guillermo Núñez, él ni me conocía”. Todavía en el liceo, González iba a ver obras de teatro con escenografía y telones diseñados por Núñez. Durante el gobierno de la Unidad Popular, Núñez fue director del Museo de Arte Contemporáneo y la iconografía de González ya era identificable como el sello de la Brigada de Muralistas Ramona Parra durante la campaña electoral de Salvador Allende.

Núñez invitó a las brigadas muralistas Elmo Catalán, Inti Peredo y Ramona Parra a montar una muestra colectiva en el museo. “Esto tuvo repercusiones para él,” asegura González, “porque algunos académicos se oponían a que estos muchachos que pintan muros en la calle estuvieran en un museo. Era una especie de sacrilegio”.

Al irrumpir la dictadura en la vida de los chilenos, la impronta rupturista del pintor le significó pasar cinco meses del año 1974 vendado en la Academia de Guerra Aérea. Al recuperar su libertad, en 1975, Guillermo Núñez instaló en el Instituto Chileno-Francés de Cultura una serie de jaulas, con varios objetos dentro como un pan, un clavel, un zapato, una corbata azul, rojo y blanco colgado al revés como una horca, entre otros. Un joven militante socialista llamado Sadi Melo alcanzó a estar presente en esa audaz muestra que resultó ser efímera, porque 24 horas después la muestra fue clausurada por agentes de la dictadura y el artista fue llevado al centro de detención y tortura Villa Grimaldi. Para Guillermo Núñez la instalación fue un acto de resistencia; para Melo, quien en 1991 llegó a ser el primer alcalde de la comuna de El Bosque, ser testigo de la muestra también lo fue.

Las desgarradoras obras abstractas que Guillermo Núñez empezó a producir durante su exilio en Francia y continuó al regresar a Chile reflejan el extremo límite que vivió en ese período. También reflejan una mayor toma de conciencia acerca de la necesidad de denunciar la violencia y un asombro ante la capacidad deshumanizante de infligir dolor.

Foto de Manuel Carvallo

Vecino Ilustre
Diez años después de ser condecorado en 2007 como Premio Nacional de las Artes Plásticas, Guillermo Núñez recibió un reconocimiento que le emocionó: Vecino Ilustre de El Bosque. A pesar de no vivir en esta comuna popular, muchos vecinos sentían “su cercanía y horizontalidad”, afirmó recientemente el entonces alcalde Sadi Melo.

La presencia de Núñez en El Bosque que le transformó en “vecino” se remonta a mediados de los ‘90. El motor fue Antonio Donoso, en la actualidad gestor cultural municipal y ex director de la Casa de la Cultura de El Bosque (2003-2015). “La historia de Guillermo Núñez en El Bosque es la historia de la Casa de la Cultura,” dice Donoso.

La Casa de la Cultura de El Bosque fue fundada en 1992. Unos pocos años más tarde, Donoso abrió el camino para la primera de muchas colaboraciones, Alquimia, El arte en las calles, un proyecto que Núñez había realizado en Ecuador, España, los Estados Unidos y en Colombia. Consistió en crear una galería a cielo abierto con 20 serigrafías de gran formato puestos en la vía pública, en muros concedidos por el Banco de Estado y la fábrica Plasticor, ubicados en frente al pequeño edificio arrendado como primer sitio de la Casa de la Cultura. Una veintena de personas de la comuna pegaron los facsímiles de las obras de Núñez sobre los extensos muros y un quiosco. El resultado fue una galería a cielo abierto, que invitaba a los peatones a pararse en frente para contemplar, intervenir, rayar y hasta llevarse pedazos. Posteriormente, varias de las personas que participaron en esa pegatina tomaron talleres de pintura en la Casa de la Cultura y eventualmente formaron las organizaciones Amigos del Arte y la Asociación de Pintores y Escultores de El Bosque.

Vendrían varias exposiciones y proyectos especiales. En 2002 la galería fue bautizada con el nombre de Guillermo Núñez, un gesto que el artista consideró “un cariño exagerado». En 2016, se realizó el proyecto Pintura a Domicilio, un itinerario popular, en que 13 vecinos fueron elegidos a través de un sorteo para llevarse prestados a sus casas una obra del Maestro para exhibirlas con su barrio.
Eventualmente, una de esas casas se transformó en la Galería Comunitaria Guillermo Núñez, un espacio permanente que mantienen Mariana Villouta y su joven hija Kenya, con mucha dedicación y amor. El proyecto que para ellas empezó con una obra del artista en su casa, se volcó en una linda amistad con don Guillermo y Soledad Bianchi. La señora Mariana y Kenya viven en la Villa 12 de octubre del sector 1 de El Bosque, una zona donde existe una alta tasa de pobreza multidimensional y la mayor cantidad de viviendas sociales de la comuna. Durante la inauguración Mariana Villouta señaló: “Me di cuenta de que don Guillermo tenía toda la razón. El arte te abre los ojos, abre la mente, […] te cambia la vida. Ayuda a igualar las brechas de la desigualdad. Tengo ahora integrado en mi vida esta idea que aprendí de don Guillermo. Es el mejor legado que dejó en este lugar periférico”.

Hay que señalar que en esta comuna donde la precariedad socioeconómica golpea muchas familias, una consulta popular realizada por la Casa de la Cultura reveló que los y las vecinos dan prioridad no solo en programas de salud, educación y asistencia social: piden también programas relacionados con la cultura y el arte.

En una entrevista realizada en 2011 por Carlos Lizama, el encargado de la galería que lleva su nombre, Guillermo Núñez comentó: “Desde la década de los noventa hemos estado juntos, inventando cosas y cada vez que se me ocurría alguna locura, ustedes la acogían”.

El abordaje de las políticas culturales de la municipalidad de El Bosque, reflejadas en parte en toda la gama de talleres y programas ofrecidos gratuitamente por la Casa de la Cultura, coincidía con la mirada del arte del Maestro: territorialidad, democracia, participación y dignificación humana, con un mensaje social que transmite el valor de los derechos humanos, la memoria histórica y la solidaridad. Además, al fomentar el enriquecimiento cultural de la periferia urbana, ambos representan un contrapeso a la cultura del mercado y de élite.

Foto de Manuel Carvallo

La Muestra
A través de la APECh, la Casa de la Cultura y la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad de Chile, más de 200 reproducciones de dos serigrafías de Guillermo Núñez fueron repartidas a artistas para intervenir con la técnica que quisieran. Sobre un fondo blanco, las láminas llevan en el centro dos manchas amorfas en negro, con esparcidos de pintura cortadas por delgados incisivos blancos, probablemente realizadas con tinta china y corrector blanco.

Cerca de la esquina inferior izquierda está la firma, sin mayúsculas, del pintor Guillermo Núñez. La interpretación está en los ojos de quien mira la obra.

Las 180 láminas devueltas asombran por su diversidad de colores y técnicas- algunas convertidas en esculturas. Algunas llevan respuestas manuscritas a la pregunta que plantea el título de la muestra, algunas con referencia a la dictadura, otras al amor, y otras con mensajes personales como la de Kenya que escribió, “Conocí a Guillermo Núñez cuando tenía 6 años”.

Carlos Lizama, coordinador de la muestra y del montaje, comparte lo que ve plasmado en la galería: “Es una gran constelación de trazos que envuelve al entrar a la sala. Te sientes en otro espacio, en otra dimensión. Esta atmósfera se mira desde lo micro a lo macro. Uno observa esta gran constelación, pero también uno tiene la capacidad de ver lo micro, cada fragmento que le compone. Y dentro de cada obra, uno observa muchos elementos más. En su conjunto es una constelación de memoria que hace un homenaje a Guillermo Núñez”.

Al concluir la muestra el 28 de agosto, comenzará a itinerar por diversas regiones del país y sumarán más artistas de esos lugares.

Algunas voces han criticado lo que consideran la falta de respeto y la irreverencia que implica intervenir una obra de un Premio Nacional de las Artes. Sin embargo, Soledad Bianchi, profesora de literatura y viuda del artista, asegura que es “totalmente coherente con su concepto de ser artista” y su afán de animar a las personas a expresar o descubrir su veta creativa. Más de una vez, Núñez mismo facilitó copias de sus obras para ser intervenidas, como fue el caso con una actividad con niños en el Museo de Bellas Artes. Buscaba “dialogar” mediante su arte y “esta muestra le hubiera encantado», afirma Soledad Bianchi.

Alex Chellew, presidente de la APECh, concuerda con Soledad Bianchi. “A partir de su obra, hacía otra obra [con la intervención de otros creadores] eso lo llamaba el juego de la interpretación”.

Para el concejal Simón Melo, la exposición le hace recordar la del concepto de alquimia, que estuvo en el corazón de la primera colaboración entre Núñez y El Bosque. “Esto evoca una constante transformación que no termina en sí mismo. Como la canción, nada se pierde y todo se transforma. Es arte que vive y trasciende más allá del artista”.

Al llegar Guillermo Núñez y Soledad Bianchi al exilio en París tramaron una amistad con el escritor Ariel Dorfman que perduró durante el resto de su vida. Dorfman escribió un mensaje para el acto inaugural que leyó Pedro Sánchez, profesor de grabado de la Universidad Finis Terrae que termina así: “Ahora me dice que ha muerto y no les creo, no les creo, no les creo.” A esto Mono Gonzales replicó, “Guillermo Núñez no está muerto. En este lugar donde cobija su obra, Guillermo está presente y vivo”.

Mariana Villouta y Kenya