6 de agosto 2024, El Espectador
A las 12.02 am del 4 de agosto navegué por chats, noticias y redes, y no encontré nada que me despejara el desconsuelo.
Otra vez llegamos a ese punto horrible en el que es más fácil conseguir balas que argumentos, y no podemos ser adversarios políticos sino enemigos en guerra. Luego de 2 años de esfuerzos inmensos y de avances nunca vistos, a las 12 de la noche del sábado 3 de agosto venció el plazo para la prórroga del cese al fuego bilateral y transitorio entre el gobierno colombiano y el ELN.
Iván Cepeda y Vera Grabe, jefes de la delegación del gobierno, de verdad han sido heroicos, y tocaron todas las puertas posibles en la búsqueda de fórmulas que permitieran volver al diálogo, preservar la mesa y prorrogar el cese al fuego. Ellos saben el impacto desolador que tendrá en las comunidades la reactivación de la confrontación armada. Encontraron el respaldo de Naciones Unidas, iglesias, defensores de paz, movimientos nacionales e internacionales, sindicatos, organizaciones de víctimas y plataformas de DDHH que no se resignan a que la “Crónica de una muerte anunciada” más parezca el título de un destino, que de una novela.
Algunos sectores de la sociedad y del gobierno se han preguntado si el ELN tiene realmente voluntad de paz, y culpan a la guerrilla de haber violado acuerdos; la insurgencia –por su parte– acusó al gobierno de perfidia (crimen de guerra que utiliza el engaño para obtener una ventaja en el conflicto armado).
Así las cosas, con la mesa congelada y el acuerdo del cese vencido, urge comprender que en medio del fuego cruzado lo que hay no son teorías sino seres humanos, que no tienen por qué pagar las consecuencias de la arrogancia ajena, de los negocios ilícitos y de un Estado históricamente ausente en la Colombia olvidada.
Bajémonos todos de la vanidad y de los odios arcaicos. No se trata de ganar el pulso, ni de seguir abriendo la grieta entre vencedores y vencidos, porque por esa grieta caen los más vulnerables, los que en vez de armas empuñan azadones. De lo que se trata ahora es de encontrar los mecanismos más eficientes y menos traumáticos para preservar lo acordado. Habrá que ser lo suficientemente firmes y lo necesariamente flexibles, para salvar los 28 acuerdos, construir lo que falta y lograr la protección de las comunidades.
¿Quién pierde cuando se rompe un proceso de paz con una guerrilla? El pueblo. ¿Quién pone la cuota más alta de sacrificio? El pueblo. ¿A quién juran amparar nuestras autoridades? Al pueblo. Es el pueblo, el manoseado por campañas y consignas, el mismo que ejércitos legales e ilegales dicen defender, el que sale más castigado, y esa realidad nos debe movilizar por la paz.
Ante el hecho cumplido del fin del cese al fuego, la población civil de los territorios (léase Arauca, Norte de Santander, Bolívar, Chocó, Antioquia, Cauca, Valle y Nariño) será la más perjudicada. Volverán las bajas militares y las bajas de guerrilleros. Volverán los ataúdes envueltos en banderas patrias, y los cuerpos mutilados. Y desde aquí invito a que nadie se resigne a que ése sea nuestro destino.
Mientras tenga vida seguiré insistiendo en la necesidad de proteger o reconstruir las soluciones negociadas, y pierden su tiempo quienes intentan venderme un bombardeo como el elixir que curará nuestros males.
Necesitamos que los delegados vuelvan #ALaMesaYa y con los espíritus desarmados. Llegaron más lejos de lo que nunca se había llegado, y no vamos a desperdiciar lo que lograron. No vamos a dejarlos solos ni estamos dispuestos a que la guerra y los narcisismos dinamiten el camino recorrido. ¡Por favor! #ALaMesaYa porque aquí la demora no se mide en tiempo sino en muertos.