La escasez de agua acabó, surgieron o se hicieron perennes las nacientes, se formaron pequeñas lagunas con peces y los pastizales se hicieron más verdes y permanentes, todo gracias a las “barraginhas”, el nombre en portugués con que se llaman en Brasil a las micropresas que retienen el agua de la lluvia y la infiltran en el suelo.

El testimonio es común entre los muchos hacendados que asumieron la técnica desarrollada y difundida por Luciano Cordoval, un agrónomo e investigador de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), entidad pública compuesta por 43 centros de estudio distribuidos por el país.

Cordoval trabaja desde 1983 en la unidad Embrapa Maíz y Sorgo, con sede en Sete Lagoas (Siete Lagunas, en portugués), un municipio de 227 397 habitantes en el sureño estado de Minas Gerais, donde profundizó su especialización en irrigación y conservación del suelo.

“Las barraginhas son como el ahorro financiero. Se necesita acopiar agua cuando hay abundancia, para momentos de escasez. Cuanto más se agrava la crisis climática, más necesidad de captar el agua de la lluvia y acumular reservas. El crecimiento del país, de las ciudades y la población exige más agua para la sostenibilidad hídrica»: Luciano Cordoval.

Su Proyecto Barraginhas despegó en 1997 con inversiones gubernamentales. Pero el especialista disemina desde antes las micropresas como forma de “captar el agua de las torrentes y promover su almacenaje en el suelo, evitando la erosión, la sedimentación y la contaminación ambiental, con incremento del volumen en los manantiales”, según su currículo.

Foto Mario Osava / IPS

Cien micropresas crean una laguna
Antonio Alvarenga, un precursor de la iniciativa, construyó en 1995, con el proyecto y elapoyo de Cordoval, 28 micropresas en su finca de unas 400 hectáreas en Sete Lagoas. “Eran tierras degradadas y secas, afectadas por mucha erosión”, recordó.

En poco tiempo las barraginhas se llenaron y vaciaron varias veces y empezó a manar agua en la parte baja de la hacienda, antes totalmente seca. El ingeniero de profesión que se hizo ganadero a medio tiempo, pudo entonces tener allí su soñada laguna, que tras ampliaciones ya ocupa 42 000 metros cuadrados de su tierra.

Con las otras micropresas construidas ya llegó a “más de 100” y tiene planes para otras 40. El efecto se ve en las nacientes recuperadas y la abundancia hídrica que le permite irrigar los pastizales en el estiaje y así duplicar la productividad ganadera.

“Antes criaba solo un vacuno en dos hectáreas, hoy son dos animales en cada hectárea”, dijo a IPS en Sete Lagoas, para destacar los buenos resultados de la innovación.

“Me convertí en productor de aguas, que llenan mi laguna ‘artificial’. El agua es todo”, alabó. Los beneficios visibles a simple vista alentaron a sus vecinos a construir sus propias micropresas, con ayuda de la alcaldía. Además, un reportaje televisivo sobre su iniciativa ayudó a difundir esta “tecnología social”, como se denomina.

Foto Luciano Cordoval

También en la Amazonia
En la Floresta do Araguaia, a 1800 kilómetros de Sete Lagoas y en el sudeste del amazónico y norteño estado de Pará, otro ganadero, con cerca de 6000 hectáreas y 2000 cabezas de ganado vacuno, destaca datos también impresionantes.

“Esta parte de Pará no es rica en agua”, al contrario de la creencia general de que llueve mucho en toda la Región Amazónica, aclaró Pedro de Carvalho, un veterinario oriundo de Minas Gerais, estado del sudeste brasileño, pero que vive en la Amazonia oriental desde 1974.

“Llueve mucho en el último bimestre del año, pero no en el resto del año”, es un área de Cerrado, especie de sabana brasileña, no de bosques amazónicos, acotó a IPS en entrevista telefónica desde su hacienda.

“Antes no tenía agua suficiente, tenía que comprarla de camiones cisterna y perdí muchos vacunos muertos de sed”, recordó.

Pero como era amigo de Cordoval desde joven, conocía sus ideas y fue construyendo sus barraginhas. En total cree que en la actualidad cuenta con 168, sin estar seguro de la cifra exacta. Compró una máquina excavadora para construirlas y mejorarlas, “porque todo se puede mejorar”.

Foto Mario Osava / IPS

Algunos escépticos sobre esa innovación en la región le recomendaron pozos artesianos. “Pura ignorancia. Donde uno saca el agua y no la repone, suele acabarse. Las barraginhas abastecen la napa freática»,  observó.

Puso como ejemplo el de una ciudad, Unai, en Minais Gerais, que perforó muchos pozos artesianos y luego tuvo que desactivar 70 % de ellos, “porque se secaron”.

En su caso, ya no necesita comprar agua, la tiene acumulada en lagunas donde hay peces. Animales como la capibara (Hydrochoerus hydrochaeris, un gran roedor nativo de Sudamérica, que vive en torno al agua y también se conoce como chigüiro), el caititu (Dicotyles tajacu, un cerdo salvaje americano), aves variadas y hasta  abejas, avispas y hormigas pasaron a proliferar en su hacienda.

Carvalho, veterinario especializado en reproducción, fue uno de los pioneros de la “colonización amazónica” en los años 70. Primero se instaló cerca de Araguaína, un municipio de 171 000 habitantes en el norte del estado de Tocantins, donde tiene una hacienda de “entre 3000 y 4000 hectáreas”.

Pero se dedica, actualmente, más al predio de Floresta do Araguaia, un municipio de solo 18 000 habitantes, pero al que anticipa un futuro prometedor por la expansión de la soja.

Acervo del Proyecto Barraginhas

La multiplicación del agua
Las barraginhas se diseminaron por todas las regiones de Brasil y en todo tipo de predios rurales, desde grandes haciendas a pequeñas fincas. Cordoval y la Embrapa participaron directamente en la construcción de unas 300 000, pero él estima que ya puede haber dos millones de esas micropresas en todo el país.

El primer proyecto, patrocinado por la Secretaría de Recursos Hídricos del gobierno federal a partir de 1997, tuvo como objetivo construir 960 unidades cerca de Sete Lagoas, recordó Cordoval durante una entrevista a IPS en su oficina en Embrapa en este municipio.

Entre 2005 y 2008 se construyeron 3600 en el estado nororiental de Piauí, en un proyecto impulsado por el entonces diputado Wellington Dias, luego gobernador del estado y ahora ministro de Desarrollo Social.

Desde el inicio la capacitación de propagadores fue una prioridad, un factor de la rápida diseminación. “Los resultados suelen convertir los beneficiados en mis ‘clones’, que incorporan el DNA de las barraginhas y las diseminan por pasión, sin pensar en el dinero”, sostuvo Cordoval.

“Las barraginhas son como el ahorro financiero. Se necesita acopiar agua cuando hay abundancia, para momentos de escasez. Cuanto más se agrava la crisis climática, más necesidad de captar el agua de la lluvia y acumular reservas. El crecimiento del país, de las ciudades y la población exige más agua para la sostenibilidad hídrica», explicó.

En 2011, un grupo de 23 ingenieros de diferentes partes de África estuvo en Sete Lagoas conociendo la experiencia local con las micropresas.

Se trata de una tecnología social reconocida por varios premios nacionales que impulsa  otras que también tienen como fin producir agua o protegerla.

Es el caso de fosas sépticas y biodigestores que evitan la contaminación de la napa freática, pequeñas lagunas de múltiplo uso con el piso de lona impermeable para evitar pérdidas hídricas y un sistema de irrigación para agricultores familiares.

Una alternativa para terrenos de declive superior a 10 %, límite aconsejable para las establecer barraginhas, es un foso lineal que sigue la curva de nivel y aguanta torrentes en pendientes de hasta 25 %.

Las barraginhas y sus anexos son un factor de salud, al mejorar la disponibilidad de agua de buena calidad, lo que reduce gastos médicos y mejora el ingreso familiar. Además contienen la erosión, por ende la sedimentación de los cursos de agua, realzó Cordoval.

Una variante de esa tecnología se construye en los bordes de las carreteras, justamente para evitar su deterioro a causa de la erosión.

Cortesía de Luciano Cordoval

Manantiales y pozos recuperados
Para João Roberto Moreira, alias Betinho, pequeño ganadero con un hato de unas 50 vacas de leche, el gran beneficio de las 11 barraginhas construidas en 1998 en el cerro de su hacienda fue intensificar y perennizar los manantiales que abastecen las tres familias que comparten el predio de 200 hectáreas.

“Fue una bendición. Antes las nacientes secaban, el agua no escurría hasta las casas y fracasaron los intentos de bombearla”, recordó. “Ahora hay agua todo el año, nunca he visto tanta agua que nos llega por gravedad”, a través de cuatro mangueras desde arriba del cerro, detalló.

Además sobra agua para tres lagunas, donde crían peces.

En Cáceres, un municipio de 90 000 habitantes en el centro-oeste de Brasil, Samuel Laudelino Silva, químico y profesor jubilado de la Universidad del Estado de Mato Grosso (Unemat), construyó 43 barraginhas de distintos tamaños y un kilómetro del foso en curva de nivel en su finca con creciente escasez hídrica.

Un pozo de 208 metros de profundidad, que no produjo agua incluso porque un derrumbe lo redujo a 135 metros, actualmente aporta 2640 litros diarios, suficiente para las necesidades esenciales en la finca. Tiene agua a partir de 48 metros de profundidad.

“Los gobiernos deberían promover la instalación e gran escala de esa tecnología, incluso como forma de mitigar las sequías y los consecuentes incendios que están azotando el Pantanal, una gran área húmeda de la frontera de Brasil con Bolivia y Paraguay, en los últimos años”, defendió Silva a IPS en un diálogo por correo electrónico.

Cáceres queda en la parte alta del Pantanal, dentro del estado de Mato Grosso.

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