El 28 de julio de 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución histórica que reconoce «el derecho al agua potable y al saneamiento” como un derecho humano esencial para el pleno disfrute de la vida y de todos los derechos humanos» (A/RES/64/292). Pero como todos los pasos esenciales para que la humanidad pueda avanzar hacia una sociedad digna y de respeto con los derechos humanos, esta resolución queda en el olvido, pisoteada por gobiernos y multinacionales. El agua, será y ya en algunos lugares lo es, tema de futuros conflictos. Naciones Unidas cifra en más de 300 lugares en el mundo donde presagia conflictos. La demografía humana está llegando al límite y con ella, la crisis climática aumenta y acelera la problemática que se encuentra al borde del colapso.
Más de 2.100 millones de personas carecen del acceso al agua potable, segura y fácilmente disponible. 4.500 millones, carecen de saneamiento adecuado. A numerosas comunidades indígenas, se les niega el derecho al agua o se contaminan los ríos y acuíferos por la minería, búsqueda de oro o petróleo, contaminando sus territorios. La agenda 2030 no responde a esta necesidad, no se avanza. Al contrario, se está retrocediendo de una manera alarmante.
Sólo entre el 2020 y 2022, se han originado 202 conflictos por el agua. En los últimos 22 años, se han registrado 1057 conflictos y subiendo. El agua es un elemento esencial para la vida que no debería ser objeto de negocio económico, sino un recurso gratuito para la vida en nuestro planeta. Por otro lado, esa misma agua es indispensable para todos los seres vivos del planeta, incluyendo la agricultura. Las soluciones no llegan y el precio del agua está superando al petróleo en numerosos ámbitos. Las multinacionales del agua que se han hecho con el control de este líquido indispensable para la vida, cada vez más, aumentan los precios en uno de los negocios más lucrativos hoy y mucho más con miras al futuro.
Que medio litro de agua cueste 2,50 euros aprovechando las olas de calor o los lugares de aglomeraciones como los vestíbulos de estaciones de transportes públicos o en cualquier otro lugar, es la punta del iceberg que se nos echa encima si no se toman de inmediato soluciones y se intervengan los precios obligando sean un valor razonable y no la albedrío de quien lo vende.
El agua cubre el 70% de la superficie de la Tierra, pero sólo un 3% de ellas es agua dulce. Hay que buscar soluciones como la propuesta por el escritor Alberto Vázquez-Figueroa, que ha inventado una desoladora eficaz y cuya transformación del agua del mar a agua dulce, cuesta muy poco, casi gratuita, comparada con las desoladoras convencionales y que ya ha sido estudiada por el propio gobierno de España sin ponerla en práctica.
Respecto al saneamiento, en el que Unicef calculaba que cada año mueren 3,5 millones de niños menores de cinco años, debido a enfermedades diarreicas e infecciosas respiratorias agudas, por no lavarse las manos con jabón, les expuse en varias ocasiones y tengo las cartas recibidas de ellos y la Cruz Roja, que esas muertes se podrían evitar si se llevara agua de mar a las aldeas donde se necesitara para utilizarla exclusivamente en saneamiento. Pero no se quiere hacer, a pesar de ser muy sencillo. El agua de mar es beneficiosa para nuestra piel y ayuda a cicatrizar las heridas muy rápido.
Sin embargo, un nuevo estudio recientemente publicado en la revista Science y dirigido por Esther Greenwodd, del Instituto Federal Suizo de Ciencia y Tecnología, denuncian que más de la mitad de la población mundial (4.400 millones de personas) no tienen acceso a agua potable (el doble de lo anunciado por Naciones Unidas), en decenas de países. El problema que se nos presenta es muy grave. Necesitamos el agua como si fuera el combustible que alimenta nuestro cuerpo, que engrasa nuestros circuitos y que es necesario para la existencia de cualquier ser vivo sobre la Tierra. El agua se ha convertido en el nuevo petróleo transparente, que quien lo domine, podrá controlar el futuro de la humanidad. El problema si cabe es más urgente que la propia crisis climática, aunque todo está unido por la cadena de efecto dominó que acompaña nuestra supervivencia.
Asistimos indudablemente a un secuestro de un derecho universal para la vida que debería ser sagrado y protegido por todas las naciones del mundo, en lugar de ser un negocio al alza y un peligro que desencadenará graves conflictos bélicos que pueden producirse por el control de ríos y lagos, de acuíferos y glaciares.
La crisis del clima aumentará gravemente la necesidad del agua potable, a su vez que la sequía, es y será igualmente, un factor que altera el bienestar social. Pero quienes tienen la responsabilidad de actuar, siguen mirando a otro lado, no ven los peligros del mañana, sólo les interesa las fotos del día a día.
Si la sociedad mundial desea tener un futuro estable, debemos exigir que se tomen remedios inmediatos contra la crisis climática y en especial para que esa mitad de la población humana de nuestro planeta, tengan acceso al derecho universal del agua, poniendo fin, al negocio cada más rentable y en aumento, acaparando los acuíferos naturales para la venta de agua a precios superiores que el propio petróleo.
Los avisos están presentes y las consecuencias también. Los políticos demostraron con el Covid que pueden unirse todos los países frente a una pandemia de una forma inmediata y coordinada. Sin embargo, lo que se avecina que es peor que una pandemia, miran a otro lado, ignorando los avisos como los ignoró el Capitán del Titanic Smith al anunciarle que redujera la velocidad ante la existencia de un gran iceberg. Hizo caso omiso, cómo ahora lo hacen los gobernantes y el barco chocó contra la masa de hielo flotante hundiéndose y ahogándose cientos de personas, como también lo sufriremos la humanidad si no se toman decisiones inmediatas. No pueden ignorar las señales visibles que nos advierten de lo que va a ocurrir. Es una irresponsabilidad y un crimen de lesa humanidad.