Por Umar Manzoor Shah
R.S. PORA, India – Oler el humo tóxico de la pólvora quemada y mirar inútilmente hacia los campos envueltos en humo y ceniza ha sido siempre traumático. Correr a los centros de acogida y abandonar sus hogares, pertenencias y ganado cada vez que las fuerzas armadas de India y Pakistán abren el fuego mutuo resulta inexplicable. Luego vino el tiempo impredecible que ha traído el cambio climático.
Pero los habitantes de este pueblo fronterizo llamado Bala Chak, ubicado en el sector de R. S. Pora de Jammu y Cachemira, han afrontado estoicamente estos desafíos por décadas. En 1947, cuando se dividió el subcontinente indio y se formó Pakistán como país independiente, también se trazó línea divisoria en esta aldea. Sialkote, una ciudad pakistaní, quedó a apenas unos metros de la aldea.
En medio de las viviendas de aspecto sórdido esparcidas por los frondosos campos de arroz de Bala Chak está Surjeet Kumari, cuidando su cultivo de hongos en una habitación con luz tenue, ubicada junto a su casa de una sola planta.
La mujer, de casi 50 años, ha vivido en esta aldea durante los últimos 25 años. Casada con el agricultor Pardeep Kumar, Surjeet tiene un hijo varón y dos hijas mujeres.
La agricultura en campos abiertos, dice Surjeet, siempre ha sido peligrosa en su aldea.
“No se sabe cuándo un proyectil del otro lado de la cerca impactará en tus campos y arduos años de trabajo quedarán destruidos de un momento a otro. Sentirás que todo lo que encuentres después será una catástrofe. Esto nos sucedió en 2014 cuando la hostilidad alcanzó su punto álgido y Pakistán bombardeó nuestros campos”, cuenta
La prioridad de Surjeet ha sido asegurarse de la educación de sus dos hijas. Ella fue víctima del patriarcado y cree que la educación por sí sola puede terminar con siglos tanto de él como de las miserias que trae aparejadas.
“Soy la única hija mujer y tengo tres hermanos mayores. A ellos los enviaron a la escuela. Incluso consiguieron trabajos en el gobierno, pero a mí me dijeron constantemente que debía aprender los quehaceres domésticos; esta es la razón por la que nací. Cuando nacieron mis hijas, resolví darles una buena vida, una vida respetable, libre de los ojos prejuiciosos del patriarcado”, explica Surjeet a IPS.
Pero lograr llegar a fin de mes y cubrir los gastos de la educación de sus hijos fue costoso.
Como si las nubes de incertidumbre política sobre los campos de Pardeep no fueran suficiente, el cambio drástico en el patrón climático causó estragos en los campos en 2017. La llegada tardía de monzones, junto con las lluvias intempestivas, puso a la comunidad de agricultores de la aldea en grandes dificultades.
Lo primero para comenzar su nueva vida como fungicultora, continua diciendo Surjeet, era dedicar una pequeña habitación para establecer una unidad de cultivo de hongos.
“A regañadientes, le conté mis planes a mi esposo. Le dije que no debe preocuparse sobre el ingreso y que si todo va bien, podremos tener un mes con ingresos decentes. Gracias a Dios confió en mí y me permitió construir un cobertizo en el patio trasero de nuestra casa. Incluso lo construyó el mismo”, agrega.
En los primeros tres meses de cultivaar hongos, pudo vender cerca de 150 paquetes a comerciantes mayoristas. Ganó el equivalente a 200 dólares en la primera temporada.
En los dos meses y medio siguientes, Surjeet pudo producir más de 170 paquetes y obtuvo una ganancia de alrededor de 250 dólares.
“Me familiaricé tanto con el cultivo que yo misma compro las semillas y conozco el negocio al más mínimo detalle. A veces ahora hasta me burlo de mi esposo diciéndole que yo gano más y él se burla de mí diciéndome que todo fue gracias al cobertizo que él construyó al principio”, comenta Surjeet entre sonrisas.
Incluso cuando apareció la pandemia de covid-19, sus ingresos no se derrumbaron.
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“Mientras los aldeanos estaban sufriendo debido al confinamiento, yo estaba segura de que podía ganar mi ingreso a través de los hongos. Incluso hice encurtidos de hongos y tienen una gran demanda en el mercado. Solía recibir pedidos directos de mayoristas, aun durante el confinamiento”, afirma Surjeet.
Ella cree que “el hecho de que ese período no haya tenido impacto en mis ganancias es una bendición de Maa Durga (diosa hindú)”.
Sostiene que para cuando se impuso el confinamiento, ella estaba capacitada para hacer compost con excremento de ave, paja de trigo y bosta de caballo. Agrega que su esposo la ayudó a preparar los lechos de cultivo y cosecharlos.
En los últimos dos años, las fronteras de la aldea de Surjeet Kumari han estado tranquilas, sin presenciar mayores incidentes de fuego cruzado. El pacto de alto el fuego que mantuvieron ambos países a principios de este año ha traído un cambio positivo y los agricultores que viven en las aldeas fronterizas están viendo sus resultados.
Pardeep, el esposo, afirma que la agricultura ha continuado en la aldea sin incidentes durante un tiempo y que los ingresos de la familia están volviendo gradualmente a la normalidad.
“Todo se debe al arduo trabajo de mi esposa; que los niños estén estudiando y que ahora también tengamos ganado. Antes no sabía que mi esposa era una mujer tan resiliente, que cuando las crisis golpeaban a la familia, ella estaría al frente para guiar el barco a puerto. Estoy orgulloso de ella”, confiesa Pardeep.
Las otras mujeres de la aldea han comenzado a dar un paso adelante y a anotarse en diversas prácticas agrícolas tras ver los buenos resultados de los esfuerzos de Surjeet. Y ella está demostrando ser una guía eficaz para estas mujeres ambiciosas en su pequeña aldea.
“Anteriormente, las mujeres, como en otros hogares del campo, eran consideradas solo una mercancía. Se esperaba que hicieran todas las tareas domésticas y se las consideraba una carga», describe Surjeet.
Pero ahora, todo ha camiado. «La autosuficiencia les está ayudando a romper las cadenas y salir triunfantes. Les enseño las habilidades y las incentivo a trabajar arduamente para que puedan ver el respeto en los ojos de sus familias y esposos. Estoy haciendo mi parte”, asegura.
Madhulika Sharma, una funcionaria de alto nivel de la zona fronteriza, que ayudó con la capacitación, dice que Surjeet se ha convertido en un faro de esperanza para otras mujeres que quieren sacar a sus familias de las crisis financieras y mujeres que quieren ser más autosuficientes.
Según Madhulika, “no había mucho entusiasmo en su aldea cuando se inscribió en el programa. Muchas mujeres pensaban que estaba perdiendo el tiempo, pero ella le dio un giro a la situación».
«Ahora es una nueva esperanza para las mujeres de su aldea. Las guía, es su mentora e incluso las capacita en el cultivo de los hongos. Todo esto es muy inspirador”, aseguró.
T: PI / ED: EG