Pluriversum es una serie de contribuciones del libro del mismo nombre, dedicado a todos aquellos que luchan por el pluriverso resistiendo a la injusticia y buscando formas de vivir en armonía con la naturaleza. El mundo que queremos es un mundo en el que coexistan muchos mundos.

por Maristella Svampa¹

Enfoques críticos de la visión hegemónica del desarrollo ha habido en América Latina desde el comienzo de la discusión sobre Los Límites del Crecimiento (1972), pasando por los debates sobre el Desarrollo Sustentable, hasta la actual crítica a la expansión de la frontera de mercancías. En esa línea quisiera destacar tres momentos clave del pensamiento latinoamericano: el primero, centrado en la crítica a la sociedad de consumo (década de 1970-80); el segundo, en la crítica posdesarrollista (década de 1990-2000); por último, en la crítica al extractivismo (principios de la década de 2000-actualidad).

La primera etapa aparece ilustrada por el brasileño Celso Furtado, quien ya alejado del cepalismo clásico respondió al Informe Meadows afirmando que una de las conclusiones indirectas del informe era que el estilo de vida promovido por el capitalismo debía ser preservado para una minoría (los países industrializados y, dentro de los subdesarrollados, las minorías dominantes), pues todo intento de generalizarlo provocaría un colapso del sistema.

En la misma línea se destaca el grupo interdisciplinario de la Fundación Bariloche (Argentina), coordinado por Amílcar Herrera, que sostuvo que detrás del Informe Meadows había una lógica neomalthusiana, propia del discurso hegemónico. En 1975 dicho grupo elaboró un modelo alternativo (¿Catástrofe o Nueva Sociedad? Modelo Mundial Latinoamericano), que afirmaba que el uso devastador de los recursos naturales y el deterioro del medio ambiente no estaba ligado al aumento de la población, sino al alto consumo de los países más ricos, lo cual imponía una división entre países desarrollados y subdesarrollados. Los sectores privilegiados del planeta debían, por ende, reducir su consumo excesivo, disminuir su tasa de crecimiento para reducir la presión sobre los recursos naturales y el medio ambiente. Aunque estas críticas no escapaban a productivismo dominante (la importancia del crecimiento económico como un valor en sí mismo, sin límites), tuvieron la virtud de colocar un primer cuestionamiento a la episteme dominante.

Asimismo, hacia los años ochenta otros conceptos enfatizaron la crítica al consumo (entre ellos, la noción de «desarrollo a escala humana y la teoría de las necesidades del economista chileno Manfred Max-Neef), pero, como señala Arturo Escobar, la crítica cultural más aguda a la sociedad posindustrial, caracterizada por la racionalidad instrumental y el materialismo craso (que en Europa realizaba Marcuse), provino de Ivan Illich, el creador de la noción de convivialidad, que tendría una gran influencia en la región. Así, en esta primera etapa, la crítica al desarrollo pasaba por repensar centralmente el consumo y los patrones culturales, en función del interés social y de la creación de sociedades más igualitarias, asentadas en estilos de vida más austeros y en un sistema productivo de mayor longevidad.

El segundo momento está asociado a la perspectiva posdesarrollista que analiza el desarrollo como discurso de poder. Ahí se destacan aportaciones de Gustavo Esteva, en el Diccionario del Desarrollo, coordinado por W. Sachs (1992), quien realizaba una crítica radical subrayando la matriz colonial de la idea de desarrollo; esto es, la invención por parte de Estados Unidos y las demás potencias occidentales, al finalizar la Segunda Guerra Mundial (1949), del desarrollo y de su contracara, el subdesarrollo.

En esa línea, la otra gran aportación es la crítica posdesarrollista de Arturo Escobar, quien desmontaría el concepto moderno de desarrollo, mostrando los mecanismos principales de dominación (la división entre desarrollo/subdesarrollo; la profesionalización del problema —los expertos— y su institucionalización en una red de organizaciones nacionales, regionales e internacionales), así como el ocultamiento y subvaloración de otras experiencias y conocimientos locales. Ademas, Escobar ya planteaba que no debían pensarse en Desarrollos Alternativos sino en Alternativas al Desarrollo.

Una tercera etapa se abre hacia el año 2000, con la crítica a los (neo)extractivismos existentes y el ingreso al Consenso de los Commodities. Estas nociones instalan una crítica al productivismo dominante que recorre la visión hegemónica del desarrollo, ilustrada en la actualidad por la expansión de megaproyectos extractivos (megaminería, explotación petrolera, nuevo capitalismo agrario con su combinación de transgénicos y agrotóxicos, megarrepresas, megaemprendimientos inmobiliarios, entre otros), caracterizados por la ocupación intensiva de los territorios, el acaparamiento de tierras y la apropiación destructiva de bienes naturales para la exportación. Mientras el extractivismo hace referencia a la sobreexplotación y exportación a gran escala de bienes primarios desde Latinoamérica hacia los países centrales y potencias emergentes, el Consenso de los Commodities afirma que, de modo similar a la época del Consenso de Washington, existiría un acuerdo —con el paso de los años, cada vez más explícito— acerca del carácter irrevocable o irresistible de la actual dinámica extractivista que obturaría la posibilidad de un debate sobre las alternativas a los actuales modelos de desarrollo.

Más allá de las ventajas comparativas (los altos precios internacionales), esta dinámica consolida el rol histórico de la región como proveedora de materias primas, acentuando las asimetrías entre el centro y la periferia, tal como aparece reflejado en la tendencia a la reprimarización de las economías y en la distribución desigual de los conflictos socioambientales.

Sin embargo, a diferencia de épocas anteriores donde lo ambiental era una dimensión más de las luchas, poco asumida explícitamente, en la actualidad estamos frente a una resignificación de la problemática ambiental, en clave territorial, política y civilizatoria, que cuestiona la visión hegemónica del Desarrollo. Por un lado, la «ambientalización de las luchas» (Enrique Leff) se traduce en la emergencia de diferentes movimientos eco-socio-territoriales orientados contra sectores privados (corporaciones, la mayor parte, transnacionales) así como contra el Estado (en sus diferentes escalas y niveles), que en la dinámica de lucha tienden a ampliar y radicalizar su plataforma representativa y discursiva incorporando otros temas, tales como el cuestionamiento a los modelos de desarrollo percibidos como monoculturales y crecientemente destructivos, y poniendo en crisis al mismo tiempo la visión instrumental y antropocéntrica de la naturaleza, basada en una ontología dualista y jerárquica.

Contemplando este panorama epistémico-político, podemos afirmar que asistimos a la consolidación de un pensamiento radical, que apunta a una nueva racionalidad ambiental y una visión posdesarrollista: conceptos-horizonte como el de Buen Vivir, Bienes Comunes, Ética del cuidado, Soberanía Alimentaria, Autonomía, Derechos de la Naturaleza y ontologías relacionales forman parte del nuevo giro dialéctico del pensamiento latinoamericano que sintetiza los aportes de otras épocas, integrando tanto la crítica a los modelos de consumo y patrones culturales dominantes, como potenciando y llevando más allá la perspectiva del posdesarrollo.


Pressenza publica una serie de extractos de «Pluriverso, Un diccionario del Posdesarrollo” por cortesía de los editores y bajo licencia Creative Commons: CC-BY-NC-ND. El libro está disponible gratuitamente (en espanol) como archivo PDF en https://globaltapestryofalternatives.org/_media/publications:es:pluriverso_un_diccionario_del_postdesarrollo.pdf


Referencias


¹Maristella Svampa es una socióloga argentina, escritora e investigadora en el Consejo Nacional de Investigación Científica y Técnica (conicet) de Argentina. Es profesora en la Universidad Nacional de La Plata y autora de varios libros de sociología política y movimientos sociales, además de varios libros de ficción. Es miembro del Grupo de Trabajo de Alternativas al Desarrollo de la Fundación Rosa Luxemburg.

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