Por Ana Lucia Calderón

Dentro de unas semanas comienzan los Juegos Olímpicos de París, 2024. Unas olimpiadas que se han desarrollado en un ambiente de incertidumbre y caos mundial, pues desde el pasado Tokio 2020 hasta acá, el mundo ha dado muchas más vueltas de lo que antes significó un ciclo de 4 años. Para no extendernos con la geopolítica global, recordemos simplemente que hace cuatro años aún retumbaban las protestas de los “chalecos amarillos”. Era un mundo pre-pandémico. Un mundo en “paz”, si es que la exclusión de Rusia bajo la acusación de “malas prácticas deportivas”, nos permitía todavía creer en el “juego limpio” y en el cumplimiento de las normas deportivas sin injerencia de la política. Podríamos llamarle a este veto deportivo, parte del paquete de sanciones. Puntualizar este hecho es importante, porque existía una vez una inspiración original que declaraba los Juegos Olímpicos por encima de todos los desacuerdos políticos y conflictos bélicos, y se supone que por eso se realizaban.

Pero como vivimos en los tiempos del relativismo y de las falacias, es tan fácil y simple que una élite instale cualquier idea, noticia, creencia o frase y como pólvora se esparza por todas partes, hecho al que luego denominan “viral”. Algo que nadie sabe de dónde salió ni cómo creció, para hacernos soñar que tenemos un gran poder sin hacer absolutamente nada más que mover un dedo y compartir o dar like. Por eso, la capacidad de decir mentiras o de repetir cualquier historia hasta hacérsela creer incluso a quien vivió lo contrario en su propia experiencia, resulta efectivo. Es así como no sólo se engaña a los jóvenes que desconocen la historia y los conocimientos mínimos, sino a la gente mayor que vivió otra realidad. Se instalan recuerdos que nunca existieron solo repitiéndoselos en la televisión, en los videos de YouTube o por cualquier red social, tantas veces hasta que todos terminen repitiéndolo.

Me impresiona ver tantos informes de la televisión francesa y europea donde afirman hasta el cansancio que es la primera vez que se hace una apertura de juegos deportivos fuera de los “muros” de un estadio, resaltando la idea “libertaria” de “romper muros”, en el “país cuna de la libertad, fraternidad e igualdad”. Hacen ver como que a nadie nunca se le ocurrió hacer una inauguración de espectáculo deportivo fuera de un estadio para presentarlo como algo de una extraordinaria imaginación, pues a nadie antes se le ocurrió. Hace poco, en el 2018 la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de la Juventud se celebró al aire libre, en la avenida 9 de julio en Buenos Aires, Argentina, y este es sólo un ejemplo, la historia está llena de otras ceremonias realizadas al aire libre y fuera del estadio, aunque no fueran los “Juegos Olímpicos” de mayores, sólo recordemos que existieron las Espartaquiadas en la URSS (que fueron los Juegos Olímpicos que la Unión Soviética realizó cuando vetaron su participación en los de occidente). Utilizan medias verdades, para resaltar y engrandecerse frente a algo que ya van perdiendo. Porque lo que sí se sabe es que la organización de estos juegos ha sido desastrosa. Dicen que será “algo nunca antes visto”. Lo que quieren decir es que al igual que con sus concursos de belleza, o de cantantes o de cualquier otro tipo de expresión de la cultura moderna, lo que menos importará será la competencia a la que respecta. Si es de arte, lo que menos importa es el arte, si es belleza, nada bello tiene, sobre todo si es de mujeres, lo gana un hombre disfrazado, si es un concurso de canto lo gana un mudo y así absolutamente con todo.

Podemos recoger algunas virtudes de las que se jactan los organizadores de este esperado evento deportivo: entre otras destacan el “bajísimo” costo para su realización, comparándolos con las inversiones en los cuatrienios anteriores. No deja de indignar, por el inmenso descaro y provocación al pueblo francés. Por supuesto no es lo mismo que China se hubiera gastado en el 2008, 44 mil millones de dólares como potencia económica que se va posicionando en el primer lugar mundial, haciendo una de las olimpiadas más impecables de la historia, a que Francia invierta 12 mil millones, en medio de una crisis política, social y económica que tiene al ciudadano francés de clase media, contando moneditas para superar su cotidianidad. ¡A quién le importa el deporte!

Se suponía que una de las razones por las que se hacía atractiva a París para sede de estos juegos 2024 fue porque estaba reformando toda su línea ferroviaria y habría por fin un súper tren que resolvería el difícil problema de conectividad de transporte que vive la ciudad. La verdad es que la administración sólo pudo terminar una de las líneas férreas nuevas, que ya desde que se propuso como sede estaba en obra. No construyeron ninguna más, ni siquiera la importante vía que comunica al aeropuerto internacional Charles de Gaulle con la ciudad. Lo cual ha ocasionado, primero, que los parisinos y los habitantes de los alrededores que vienen a la ciudad a trabajar o estudiar diariamente, vean duplicados los precios del transporte, todo sea por amor al deporte. París tiene 2,2 millones de habitantes, pero en su área metropolitana hospeda alrededor de 12 millones de personas más, que en la hora pico no caben en ningún medio de transporte masivo. Así, espera recibir a 15 millones de personas más, para las dos semanas que duran los Juegos Olímpicos, teniendo en cuenta, que además, deberá albergar al público de los juegos paralímpicos que comienzan el 28 de agosto y terminan en septiembre.

Pero como solución extraordinaria, se les ha ocurrido pedirle a la gente que mejor se vaya durante estos días o que vuelvan al teletrabajo. Y de acuerdo al mejor lema de estos tiempos para excusar a los corruptos e ineficaces gobernantes de hoy, inventan la gran solución ecológica para salvar al planeta (que los salva solo a ellos), y como alternativa invitan a los ciudadanos a que usen una opción de transporte “amable con el medio ambiente”, bicicletas, patines, patinetas, etc., y mejor aún, deportiva y saludable. Pues como bien ha repetido el señor Macron, si no le resulta el plan A, implementarán el B, C, D, y así, seguramente alguno de esos podría incluir una pandemia para encerrarlos a todos si la cosa se pone muy fea.

Porque fea sí augura. Y es que el propio servicio de seguridad francés recomendó que la ingeniosa idea de apertura de los juegos no se pensara de una manera tan ambiciosa, tan grande, reconociendo que no tienen la capacidad para proporcionar una segura estadía a tanta gente allí. Es muy difícil controlar la entrada y la salida del público a lo largo de los seis km que tiene el recorrido por el río Sena. Otros inconvenientes surgieron después de haberle dado el sí a esta idea, pues de los 600 mil invitados especiales que pensaron que iban a pagar las entradas, los redujeron después a 300 mil y finalmente sólo quedaron 100 mil invitados VIP que ya pagaron y tienen asegurados sus puestos. Con 45 mil policías que los cuidarán. Por supuesto ayudándose de un código QR que toda persona debe tener si pretende estar por la zona ese día. Incluyendo la advertencia a los residentes de los balcones que ven hacia el río, de que no vayan a llenarlos de gente porque se pueden caer. Algo se inventarán para que la gente no pueda ver gratis, la increíble y única ceremonia de apertura jamás antes vista en toda la historia. Sospechamos, que por los aires de estos tiempos, será una sorpresa tipo Eurovisión 2024, donde la música era lo que menos importó.

Dentro de todo este esperpento que es la organización a toda carrera de los próximos Juegos Olímpicos, un espectáculo en sí mismo, tenemos que la única infraestructura permanente nueva que París debería construir fue el Centro Acuático Olímpico. Al presentarse el proyecto costaba 70 millones de euros, pero al final costaba 175 millones. Pero después no pasó la prueba de estándares olímpicos pues no sirve para las competiciones de natación por no cumplir los requisitos técnicos necesarios. Por supuesto ante este revés, construyeron unas piscinas desmontables en el Arena La Défense, obra que se engrandece como un gran logro porque la construyeron en sólo diez días. Así como se enorgullecen de haber construido la Villa Olímpica en Saint Denis, famoso barrio donde los turistas años atrás iban para ver a las famosas chicas sin ropa bajo los abrigos, recientemente recordado además, porque allí un policía mató a un “migrante” (en realidad un ciudadano francés, cuyos antepasados nunca le permitirían dejar de llamarse “migrante”), hecho que desató la ira de los habitantes de esta villa muy pobre y con graves problemas sociales. Una especie de provocación, para generar tensiones, pues no sólo llevan a los deportistas a esta zona para aprovechar y controlarla, llenándola de cámaras de seguridad. La Villa Olímpica es tan miserable como su concepción, para minimizar su “costo” los deportistas dormirán en camas que son cajas de cartón y sin aire acondicionado. Escucho cómo las presentadoras casi lloran de alegría por salvar así el planeta. ¿Compensará el costo de las emisiones tóxicas por todos los aviones privados que llegarán para estar solo unas horas en la inauguración? La gran patraña de haber elegido a Saint Denis para construir la famosa Villa Olímpica es que les quedaría estas magníficas edificaciones a sus pobres habitantes, las hicieron justamente pensando en ellos.

París fue elegida como sede de los Juegos Olímpicos 2024 y concentra casi todas competiciones porque las demás ciudades realmente se negaron a aceptar esa maldición que es invertir en infraestructura costosa que endeuda a la ciudad, los famosos “elefantes blancos”. Por eso sólo las ciudades con estadios y clubes de fútbol con mucho dinero como Lyon, Niza y Marsella, acogen los partidos de este deporte. No deja de llamar la atención que otra de las sedes esté en la lejana (de Francia) isla de Tahití, Teahupo´o (una comuna en las Islas de Barlovento del Pacífico), seguramente para que los deportistas hospedados en las tradicionales chozas de los polinesios, sientan cómo se le impone a una colonia la libertad y la fraternidad sin tener que viajar para eso a Nueva Caledonia.

Para la organización y preparación de un evento deportivo masivo se requiere saber escoger muy bien los símbolos que queremos resaltar del sitio elegido como sede. Por eso lo que sorprende es el empeño del gobierno francés para poner el dedo, mejor dicho, los dedos en las llagas, pues no es sólo una herida la que tiene el pueblo francés de hoy. Lleva años estallando de a poco. Y la élite francesa cree que podrá seguirlo conteniendo mientras que al mismo tiempo, lo provoca. Aumento del costo de los alquileres, desalojos, subidas en el transporte, limpiezas sociales de los refugiados en las calles parisinas, gracias a la bondad inclusiva de su democracia, que los tiene en las calles porque los albergues no dan abasto ni siquiera para los propios franceses pobres, y ahora tampoco caben en las calles de la ciudad luz que prendió su luminosidad gracias a haber aplastado a tantos pueblos. Mientras, nos quieren demostrar cueste lo que cueste y como sea, que Francia es la mayor expresión de magnanimidad de la gloriosa cultura occidental, luz del progreso, recordándonos que la Gran Francia colonizadora, supremacista y racista no es cuestión del pasado.

Sólo que hoy, como en un baile de máscaras nos ilusionan y nos distraen con un fabuloso espectáculo delante del telón, pero detrás no huele nada bien…