Es indispensable que despertemos
Texto de la conferencia de Guy Standing en la jornada ‘La renta básica universal y el futuro del trabajo’, organizada por la Oficina del Plan Piloto para Implementar la Renta Básica Universal del Gobierno de Cataluña el 10 de junio de 2024 en el Palau Robert de Barcelona.
Siempre es un placer volver a Barcelona.
Recuerdo una ocasión en la que vine aquí para una gran conferencia, con 500 personas, y justo antes de salir al escenario, se me acercó un señor y me dijo: “Perdón, profesor Standing, queremos hacerle una entrevista para la televisión y queremos hacerle una sola pregunta.” “Muy bien, estoy a punto de subir al escenario”, contesté. “Venga, venga”, insistieron. Fui al estudio y me preguntaron: “Además de Barcelona, ¿cuál es su ciudad europea favorita?” [Risas en la sala.] Solo tuve suficiente tiempo como para decir: Paestum. El de la tele me miró, “Paestum, ¿dónde está eso? ¿Por qué Paestum?”
Paestum es una ciudad del Sur de Italia fundada por los griegos antiguos, que se perdió durante cientos de años y desapareció entre los matojos hasta el siglo XVII, cuando la encontraron. Si visitáis Paestum, hay unos templos griegos espectaculares. Cuando yo fui, no fui a ver los templos, sino un gran círculo que hay en el suelo de esta ciudad. Este círculo se usaba para la deliberación. Se llamaba ekklesiasterion. Si alguien quería tomar una decisión política, se llamaba a 500 personas. Era una sociedad machista, así que solo eran hombres. Allí podían escuchar todos los argumentos y puntos de vista de una política, y después votaban. En eso consiste la democracia deliberativa. Esta capacidad de la democracia deliberativa es algo que hemos perdido. Uno de los grandes temores que todos deberíamos tener, y que se demostró en las elecciones europeas de ayer, es que estamos perdiendo la capacidad de ser racionales. Estamos perdiendo la capacidad de ser progresistas, y estamos siendo manipulados por voces autoritarias y neofascistas. Ésta es la profundidad de la crisis que vivimos en estos momentos en Europa y en el resto del mundo. Quizá tengamos otra vez a Donald Trump en Estados Unidos. Tenemos un gobierno fascista en Israel, tenemos un gobierno fascista en Rusia. ¿Quién será el próximo? Alemania, Francia, Italia, Reino Unido… ¿quién sabe? Estamos ante un momento de crisis existencial. Un momento gramsciano en el que la vieja izquierda son zombis que caminan y la nueva derecha zombis que corren. Nosotros estamos en medio. Es indispensable que despertemos.
Hace unas semanas estuve en un debate en el Parlamento Europeo con el hermano de Sergi, Daniel [Raventós], quien estaba en plena forma. Debatimos con Beppe Grillo. Grillo comenzó el Movimiento 5 Estrellas en Italia. Al final vino a darme un fuerte abrazo, y me dijo que aquello, la renta básica, es la única cosa que necesitamos. Son los políticos quien ha de liderarlo. Yo hace demasiados años que defiendo la renta básica universal. No quiero sonar como un hombre mayor, pero soy un señor que ha tenido el privilegio de ponerla en práctica. Y es un privilegio único. He participado en proyectos piloto de renta básica universal en los cuatro continentes. En Asia hicimos un gran proyecto piloto en India. Sonia Gandhi nos pidió ir a su casa antes de comenzar. Nos dijo: “¡Esto es una locura, no funcionará, se gastarán el dinero comprando alcohol, drogas y tabaco!” ¿Lo hicieron? Más de mil personas recibieron la renta básica universal. Mejoró su nutrición. Mejoró su salud. Aumentó el trabajo. Aumentó la emancipación de la mujer. Fue un proyecto emancipador. La gente se sintió mejor, más tolerante, más altruista. Los resultados me hicieron llorar. Hicimos proyectos piloto en África con idénticos resultados. He participado en proyectos piloto en Finlandia, Canadá, Estados Unidos, Gales. Estamos a punto de presentar los informes de los resultados del proyecto piloto de Gales. No os puedo dar resultados porque son confidenciales hasta finales de agosto, pero sí que querría que me miraseis a la cara. [Sonríe.]
Así que nos encontramos en una situación en la que hay más de 100 proyectos funcionando en todo el mundo. Más de 50 ciudades de los Estados Unidos tienen un proyecto de algún tipo de renta básica funcionando. Cataluña se comprometió. El presidente me invitó a su oficina en una reunión que preparó Sergi [Raventós] y su equipo y me dijo: quiero hacerlo. ¿Y quién nos decepcionó? La izquierda. Así la llaman, o así, al menos, se llaman a sí mismos. ¿Cómo puede alguien estar en la izquierda política si no quiere que todo el mundo tenga una seguridad básica? Menuda contradicción, ¿no? ¡Qué fracaso de la mente, del cerebro, del corazón! Son una desgracia. Nos han decepcionado. Y yo soy una persona que está a favor de la izquierda. Y lo digo con orgullo: soy de izquierdas. Pero esta gente que se dice de izquierdas ni se acordarán, porque lo que estamos viendo es una derrota tras otras. ¿Por qué estamos viendo estas derrotas? Porque hemos perdido el sentido del futuro. Hemos perdido el sentido de decir a la gente: miren, estamos construyendo una sociedad buena, y será diferente a la de ayer, y será diferente a la de hoy. ¿Dónde dice la izquierda hoy eso? La crisis es ésta.
También están escuchando ustedes a un hombre que tiene un problema. Que tiene tendencia a escribir libros. Su último libro se titula La política del tiempo. La intención de escribir este libro fue cerrar un círculo: un ciclo de libros que han intentado justificar y situar la renta básica universal como parte de una nueva cultura progresista. Y eso es una cuestión importante, y mucho. Una renta básica universal no es una cosa que se pueda ver aisladamente, no es una panacea ni una varita mágica: ha de verse como parte de una nueva política progresista. Por eso es tan importante mirar la renta básica desde otra perspectiva.
La mayor parte del trabajo que he hecho en los últimos veinte años tiene que ver con el crecimiento del precariado y cómo estamos perdiendo nuestro patrimonio común a manos de la economía rentista. Es en este contexto que hemos de plantearnos la renta básica universal. El argumento que querría presentar en los próximos minutos es el siguiente.
Una manera muy importante de ver todo esto es la necesidad de reconceptualizar lo que nosotros queremos entender por “trabajo”, por “empleo”. Los antiguos griegos tenían una distinción muy clara, mucho mejor de la que tenemos actualmente. Había una distinción muy clara entre el “trabajo”, que era una cosa que hacían los esclavos, los metecos. En términos actuales, lo que se hace a cambio de otra cosa. El trabajo no lo hacían los ciudadanos de Paestum o de otras ciudades. Pero sí que tenían un “empleo”, que no “trabajo”. Un empleo que tenía una utilidad. Un empleo con la familia, con los amigos, con la comunidad, que era diferente del “trabajo”. También diferenciaban entre el “ocio”, que es lo que te ayuda a estar en forma y poder ser un ciudadano y trabajar, y lo que ellos llamaban ‘skolé’, tiempo libre para la participación en la vida de la polis, y la educación, necesaria para ser humano, desarrollarse, emanciparse. Además, los antiguos griegos tenían un lugar para la “ociosidad”, el no hacer nada. Era una parte muy importante del uso del tiempo no hacer nada. De vez en cuando hay que no hacer nada. Catón dijo que nadie es más activo que cuando no hace nada. Y es una afirmación dialéctica precisa, pero que realmente es importante: el capitalismo la denigra. El capitalismo te dice: si no estás haciendo alguna cosa, si no estás trabajando, eres un vago, un parásito, un pazguato. Los griegos tenían un sentido del tiempo más enriquecedor. Se puede ver su desarrollo a lo largo de la historia.
Yo lo describo en tres regímenes de tiempo. El primero es el tiempo agrario. Todo era local. Se podía ir a un pueblo o una aldea y se hacían cosas diferentes en función del tiempo, de la agricultura, de la técnica. Eso era el empleo. Después estaba la lucha de clases. Los campesinos querían hacer su “empleo”, pero no el “trabajo”. Querían trabajar para el patrimonio común. El tiempo libre se planteaba a través de los días sagrados, por ejemplo, y consistía en priorizar e incorporar este tipo de tiempo libre de las clases trabajadoras. Eso dio pie, en el siglo XVI, al tiempo industrial, a la aparición gradual de la vida dividida en bloques. Uno se levantaba por la mañana, se iba a trabajar, después se vuelve a casa, tiene un poco de sexo si aún tiene fuerzas y se va a dormir. Muchos años de escuela, muchos años de trabajo y después morirse. El tiempo industrial fue evolucionando. A finales de siglo XIX tuvimos la era de la modernidad. Ahora, de golpe, después de una lucha que he descrito en el libro, el trabajo se convirtió en aquello que unía a la derecha y a la izquierda. La izquierda quería universalizar el trabajo: que todo el mundo tuviese un empleo, un puesto de trabajo. Pero un puesto de trabajo implica estar en una posición de subordinación. Dependes del capital, de tu jefe. La izquierda solo pedía eso: más puestos de trabajo.
¿No es esto una conciencia alienada? El lugar de trabajo nos da unos ingresos, es instrumental, alimenticio, pero tampoco hay que darle tanto valor. Stajánov, ¿se acuerdan? Aquel minero de la Unión Soviética que hizo 14 veces su cuota diaria de sacar carbón de la mina. Tanto los capitalistas estadounidenses como la Unión Soviética lo celebraron. “¡Qué hombre tan fantástico!”, “¡Qué hombre tan fabuloso!”, “¡Produjo 14 veces lo que el resto! ¡Menudo ejemplo!”. Planteémonos por un momento las implicaciones. El tiempo industrial se fue desarrollando de una manera alienante después de la Segunda Guerra Mundial. Desde la izquierda se quería que todo el mundo tuviese un puesto de trabajo, como mínimo los hombres, después también las mujeres. Pero este modelo quedó barrido en los setenta. El capitalismo del estado del bienestar, de Bismarck, el modelo sueco… todo eso se hundió. Y lo que nos quedó fue una nueva revolución económica neoliberal que ha generado no un mercado libre, sino lo que yo llamo “capitalismo rentista”. Cada vez más hay un porcentaje mayor del gran capital que va a manos de los propietarios del capital social y financiero, y también de la propiedad intelectual. Solamente una parte muy pequeña va a los trabajadores. En este proceso se ha producido una revolución tecnológica, una nueva globalización que ha cambiado el proceso de trabajo, y también tenemos un régimen del tiempo terciario. Las fronteras entre las actividades se van difuminando. Yo no estoy seguro de lo que estoy haciendo, hago multitasking, un poco de empleo, un poco de trabajo, un poco de ocio… cada vez hay más trabajo que se hace fuera de los puestos de trabajo y fuera de los horarios de trabajo. Tenemos una nueva estructura de clase. Una estructura global, con una plutocracia, una elite, y el asalariado, que tiene un puesto de trabajo a tiempo completo, con pensiones, bajas. Y a los rentistas, que ganan a partir de la renta. El antiguo proletariado, con el modelo de la OIT, el estado del bienestar, etcétera, se construyó, pero está en declive, se reduce en todo el mundo.
Acabo de llegar de Tailandia, donde me invitaron a hablar de la renta básica universal, y allí el precariado es enorme. El precariado se ha convertido en la nueva “clase peligrosa”. Desde que escribí mi libro sobre el precariado, en 2011, se han hecho cinco ediciones y se ha traducido a 25 idiomas, y he dado más de 700 charlas en 43 países. Cada día recibo mensajes de correo electrónico que me dicen: yo formo parte del precariado. “Estoy en España”, “estoy en Japón”, donde sea. Me lo dicen una vez y otra. Que los políticos no los escuchan. Los políticos vienen a proponernos una visión, unas políticas dirigidas a nosotros, los miembros del precariado. La realidad es ésta.
El precariado se puede definir por tres dimensiones. La primera es que el precariado tiene un programa de trabajo inestable. No tienen una sensación de desarrollo ocupacional, tienen que hacer mucho trabajo donde trabajan, un trabajo que no sale en las estadísticas, no tienen una trayectoria ocupacional para su vida y acostumbran a tener una formación superior al trabajo que acostumbran a hacer. Ésta es la primera dimensión, que genera una sensación de frustración. La segunda es que tienen que basar su existencia en sueldos directos, sin vacaciones, ni bajas por enfermedad, nada. Y están enterrados en deudas. Eso es lo que quiere el capitalismo: que la gente esté endeudada, así ganan dinero. La tercera dimensión aún es más importante para entender al precariado. El precariado tiene una relación muy clara con el estado, muy definida. Van perdiendo sus derechos de ciudadano. Pierden derechos civiles y culturales, económicos. Van perdiendo derechos políticos. A diferencia del proletariado, un miembro del precariado ve al Estado como su enemigo. Como enemigo primario. No a su patrón. Muchas veces no saben ni quién es su patrón, porque cambiará mañana o pasado mañana. Va cambiando constantemente. El verdadero enemigo es el Estado. Y lo que el Estado nos hace a todos nosotros como seres humanos.
Para complicarlo aún más a quienes desarrollarán una política progresista para el precariado, vivimos en una época de incertidumbre. El subtítulo de mi último libro es “conseguir recuperar el control en la era de la incertidumbre”. La incertidumbre no es como las formas antiguas de inseguridad que el Estado del bienestar cubría. La incertidumbre tiene que ver con incógnitas desconocidas. No se puede contratar una póliza contra la incertidumbre. Cada vez hay más gente que se enfrenta a shocks. No saben cuándo llegarán, no saben cómo tendrán que responder, no saben ni siquiera si podrán responder. Entre el siglo XX y el XX ha habido seis pandemias, cada vez hay más catástrofes naturales, crisis financieras y personas que tienen la sensación de inseguridad porque no pueden planificar nada para salvar estas inseguridades. Si se forma parte del precariado, un accidente, un sobresalto de este tipo, una enfermedad, lo arroja a la deuda, y eso lo lleva a vivir en la calle, sin casa, al suicidio. ¿Dónde está la política que pueda asumir todo esto? Porque la izquierda no ofrece nada, está bien callada, quiere regresar al ayer.
Cuando hablo con un grupo de precariado de cualquier parte del mundo, aparece un tema que hará que muchos quieran ir a tomarse una cerveza o una copa de vino en el bar de la esquina. Hablo de los sindicatos. “¿Qué hacen los sindicatos por nosotros? ¿Qué hacen los sindicatos por el precariado?” Tenemos una situación en la que tenemos este tiempo terciario, tenemos una estructura de clase, tenemos la era de la incertidumbre y tenemos otros acontecimientos que hacen que la situación sea más grave. Porque la revolución tecnológica, con la inteligencia artificial (IA), está reforzando aún más el aparato de control panóptico del estado. Cada vez hay más gente que tiene la sensación de que la están mirando, la están juzgando y la están controlando. También tenemos una crisis que yo llamo “la crisis del banóptico” [por ‘to ban’, prohibir en inglés]: si haces algo mal, te prohíben y te excluyen de la sociedad. Este principio de la exclusión se ha incorporado a las políticas de control y sociales. Estamos viendo rápidamente un planteamiento utilitario, en el que estamos premiando a los rentistas, a los que tienen un salario, y castigamos al precariado.
Después van pasando cosas extrañas. El programa de hoy se titula ‘El futuro del trabajo’. Un desarrollo extraño es que, cada vez más, el trabajo se hará on-line. Terminará desapareciendo la antigua idea de un puesto de trabajo, donde uno va a su puesto de trabajo, ficha para entrar, trabaja seis, ocho o nueve horas, y después se va casa. Cada vez hay más trabajo que se hace on-line y va apareciendo lo que yo denomino la economía del conserje. Todos estos empleos del “sí señor”: “¿Le puedo coger el abrigo, señor?”, “¿Le puedo llevar la maleta, señor?” Como si fuesen un conserje. Cada vez hay más gente que trabaja para intermediarios. No saben quién es su ocupador final, quién los contrata. No tenemos análisis de este fenómeno que afecta a millones y millones de personas. También tenemos el fenómeno de la gente con disponibilidad absoluta, pero sin garantía de que haya trabajado ninguna hora. Es una cosa que no han tratado bien los economistas del trabajo. Está el crecimiento de los influencers en las redes sociales. He ido recopilando estadísticas y hay más de 100 millones de personas que son influencers hoy en día. Una cifra que no para de crecer. ¿Quiénes son estos influencers? Son personas que tienen seguidores en línea y que actúan, de manera consciente o no, a favor del capital, de las empresas tecnológicas, porque influyen en cómo la gente trabaja, vota y consume. No tenemos una respuesta para hacer frente a este fenómeno.
La última observación es sobre el capital humano. ¿Por qué no se opone la izquierda a esto del “capital humano”? El capital humano es la mercantilización de la educación. Quiere decir que la única razón por la que tienes que educarte es para conseguir un puesto de trabajo y ganar dinero. Las ideas emancipatorias de la educación que tenían los antiguos griegos o Hegel, que decían que éste eral objetivo de la educación, liberarse, emanciparse, entender la sociedad, entender la naturaleza… ¿Dónde ha ido a parar todo aquello? Todo lo que no aporta dinero es eliminado. Esto es lo que está pasando en las universidades de todo el mundo: a menos que aporte ingresos no se hace una carrera. Estamos perdiendo una educación que nos permita emanciparnos, que nos ayude a emanciparnos.
No les sorprenderá que les diga que, para mí, la renta básica universal es una manera de hacer frente a estos problemas que he ido comentando a lo largo de la mañana. Hacen falta otras políticas, evidentemente. Hemos de renovar y proteger los bienes comunes, la libertad, la democracia deliberativa. Todo eso exige un planteamiento diferente, pero sobre todo un nuevo sistema de redistribución de los ingresos. Necesitamos crear los medios para poder pagar una renta básica universal a través de una política que yo llamo “ecofiscal”. Hay que cobrar impuestos a quienes están llevándose cosas de nuestro patrimonio común. He escrito un libro que se titula El patrimonio común azul, muy relevante para España porque en el mar, los rentistas de la economía están aprovechando un capital que es común, y están ganando millones de euros agotando los recursos pesqueros. Pues bien, nosotros también queremos una parte de estos ingresos. Hace falta también una tasa a las emisiones de carbono. No llegaremos a la neutralidad de carbono si no hacemos que los combustibles sean más caros. Éste es otro hecho al que hay que hacer frente y al que la izquierda tiene miedo porque no quiere tocar los impuestos. Tenemos que decir que, si queremos avanzar en políticas ecofiscales, tenemos que asegurarnos que estos ingresos se reciclen pagando una renta básica universal, y entonces sí que será un impuesto progresivo políticamente viable. Por eso admiro lo que están haciendo algunos en Canadá, lo que está pasando en Suiza, donde están enfrentándose a este problema. España tiene que hacer lo mismo. En este camino hemos de construir un sistema de educación pública, de democracia deliberativa y de reconectar con la naturaleza. Eso implica replantear el PIB, que redefinamos el crecimiento. Ha de ponerse fin al fetichismo de los puestos de trabajo y del crecimiento. Pero únicamente lo conseguiremos si tenemos el valor de hablar de estos temas y generar una estrategia que nos permita tener el vocabulario y las imágenes, asumiendo riesgos.
Si no asumimos riesgos, seremos todos zombis ambulantes. Y yo no quiero que nadie acabe así. Yo quiero que nuestros hijos y nuestros nietos vivan mejor que nosotros.
Gracias.