El mundo está cada vez más sorprendido de los éxitos electorales de la ultraderecha, especialmente en Europa y América Latina. No se trata del triunfo solo del conservadurismo sino de aquellas posiciones que lindan con el nacismo y el fascismo. Todo en desmedro de las posiciones centristas, social demócrata y social cristianas, sin que las izquierdas crezcan considerablemente en estos eventos. Particularmente, es en Alemania y Francia donde mejor se percibe este fenómeno que acaba de tener una patética expresión en la Argentina, con Milei, y en Estados Unidos con el fortalecimiento de la candidatura de Donald Trump. Un político facineroso que por ahora se impone en las encuestas sobre un debilitado presidente en ejercicio que busca su reelección. Lo que también tiene perpleja a la comunidad de naciones.
La evidencia nos indica que las contiendas electorales han dado un giro sustantivo. Ya no son la propaganda tradicional, ni las movilizaciones masivas de adherentes, las que marcan la pauta de lo que sucederá en los escrutinios. Con propiedad se puede hablar ahora de las “mayorías silenciosas” que ya no salen a las calles a respaldar a sus candidatos y que más bien toman opción por lo que sucede en las redes sociales donde la derecha aventaja enormemente a los esfuerzos de los progresistas.
En Chile, por ejemplo, los cierres de campaña eran multitudinarios y permitían pronosticar casi con exactitud quienes resultarían elegidos pocos días después. El conocido Estallido Social del 2019 fue la última y enorme irrupción del pueblo, aunque aquí lo que se observó fue la pobre gravitación de los partidos políticos versus la influencia de las organizaciones sociales, además de constituirse en una multifacética protesta por los más diversos tópicos. Que la derecha, sus empresarios y medios de comunicación criminalicen lo que fue este gran suceso de masas es extrañamente congruente con la posición que desde La Moneda y el oficialismo se acepte, ahora, los que fueron sus excesos. Complaciendo la idea de que la represión no constituyó una violación sistemática de los Derechos Humanos de parte del gobierno derechista de Sebastián Piñera.
Ha transcurrido mucho tiempo y es perfectamente explicable, aunque ingrato, que sean los jóvenes los que se manifiestan especialmente en favor de los referentes ultraderechistas. Ellos no conocieron en carne propia los horrores de Hitler, Mussolini y Stalin. Así como tampoco pudieron participar de las revueltas estudiantiles de la propia Francia y Alemania en los años sesenta, o de las manifestaciones mundiales en contra de la guerra de Vietnam y lo horrores del imperialismo norteamericano. Siempre con la anuencia de los abyectos gobiernos europeos.
Movilizaciones en que se proclamaba que “otro mundo sería posible” y se pedía “lo imposible” por lograrlo. A lo que se suma el enorme y heroico testimonio de líderes mundiales como Nelson Mandela, Martin Luther King y el mérito de gobernantes como Del Gaulle, Willy Brand y otros. Junto con la repercusión mundial provocada por la Revolución Cubana, con íconos tan poderosos como los de Fidel Castro y el Che Guevara.
A todo ello es justo añadir, también, la figura de algunos pontífices como Pío Xl, Pablo VI, Juan XXlll y sus destacadas encíclicas sociales.
En la ausencia actual de aquellos enormes líderes, además de la creciente desesperanza de los pueblos que ven cómo crecen la concentración de la riqueza, la desigualdad social y la inicua expoliación de la naturaleza, es a través del internet donde las derechas actualmente cobran una enorme ventaja, si se considera que los más ricos son los más privilegiados con el desarrollo de las redes sociales y su acceso al mundo globalizado por el internet. Constatando, por supuesto, que hay un mundo de familias todavía privadas de su derecho a la educación y carentes de utensilios tan básicos como el refrigerador, además de aquellos servicios elementales como el agua potable y la electricidad. Qué duda cabe que el avance de la ultraderecha en los resultados electorales se debe mucho a los ciudadanos mejor dotados respecto de los avances tecnológicos y también mucho al apoyo en los pobres e indigentes, amén de la ignorancia general que cruza todos los estratos sociales.
Por lo mismo es que en las estadísticas del comportamiento social podemos apreciar que los barrios más pudientes le dan muy mayoritariamente su voto a los derechistas y cómo las ideas retrógradas y antidemocráticas toman posición, también, en las poblaciones más pobres y excluidas. Con electores que suelen resultar presas fáciles de la demagogia y de la deformación programada de los canales de televisión, la principal fuente de información y entretenimiento de los pueblos.
Pese a las constataciones estadísticas, es muy habitual que las izquierdas se mantengan aferradas al proselitismo tradicional, al discurso de sus líderes en plazas, teatros y marchas, ignorando que la comunicación virtual es mucho más efectiva que las pancartas y la sucia sobreabundancia de pancartas, rayados callejeros y otros recursos cada vez más inadvertidos, y hasta repudiados, por los ciudadanos y, muy especialmente, por la juventud dependiente y hasta adicta a sus celulares y computadores. En un mundo en que los periódicos, revistas, incluso los libros son lamentablemente dejados de lado por los internautas.
Es justo que los referentes izquierdistas se ufanen de sus historias y enorme contribución a la justicia social, como a la democracia. Por lo mismo que las derechas tanto se afanan por deslindarse del pasado y hasta renegar de los sombríos episodios de su autoritarismo y de las versiones más agudas de los regímenes neoliberales. Sin embargo, a los millones de votantes de hoy muy poco o nada les sirve continuar apegados a los méritos y despropósitos del pasado. Lo claro es que a la suma de demandas pendientes ahora los pueblos agregan otra enormidad cantidad de desafíos y nuevos propósitos, para los cuales las ideologías y partidos políticos del pasado no tienen respuesta ni convocatoria popular. Menos todavía después del estrepitoso derrumbe de algunas experiencias históricas, que en su desarrollo fueron incapaces de ir renovándose y mostrar sensibilidad hacia los profundos de la sociedad.
Una tozudez ideológica en que la derecha obtuvo también ventaja, rebautizando al viejo y fracasado capitalismo e incluso incrementando la brecha entre ricos y pobres. Al tiempo de proclamar la democracia vigilada y tutelada por las fuerzas armadas y el poder de los grandes empresarios nacionales y transnacionales.
En que los pueblos votan, pero no ejercen soberanía.