Por Lisa Vukovic

Hace unos meses, al presidente francés se le ocurrió la genial ideal de proponer una Tregua Olímpica justo en medio de sus más feroces gritos de guerra. Es verdaderamente ridículo que de repente se acuerde del simbolismo que tienen las Olimpiadas. Hace años que en este planeta, el deporte dejó de representar los valores humanos que lo forjaron. O quizás al igual que con el concepto de democracia, lo que hicimos fue volver a adoptar estos conceptos en el más estricto sentido de la historia griega. Recordemos que la democracia era el privilegio de una minoría y que también las Olimpiadas fueron hechas para la participación de unos pocos escogidos, ricos y libres. El resto, los esclavos, eran prácticamente considerados no humanos.

En sus orígenes los juegos olímpicos fueron fiestas religiosas, en honor a Zeus y a otros dioses. Todos los competidores se trasladaban hasta Olimpia, desde varias ciudades estado de la Grecia Antigua. Resulta muy interesante estar viendo similitudes inmensas entre la decadencia de lo que se sabe que sucedió en los juegos olímpicos de la antigüedad, que duraron 12 siglos y esta edición número 33 de los juegos olímpicos modernos. Los historiadores relatan que parte del declive de los juegos antiguos consistió en el aumento de las rivalidades entre las ciudades estado, que llevó a que el imperio romano absorbiera al griego y de esa manera el sentido sagrado de los juegos se perdiera, así como su tradicional inicial. Así, poco a poco se convirtió en una forma de honrar a los nuevos emperadores romanos, que finalmente prohibió por paganas el convertido cristiano emperador Teodosio.

El pasado nuevamente nos trae las respuestas más claras de lo que hoy, 2024 vivimos. Como un eterno retorno. Un imperio que se desploma llevándose consigo tradiciones y valores ,y tras de él, otro modelo que se comienza a forjarse como si fuera nuevo, pero que es el mismo con diferente máscara pues presiente que la gente está ya agotada y necesita esta “renovación”.

Salta a la vista el hecho de que, como en el pasado, ahora tengan acceso a los espectáculos solo las élites, pues las entradas son tan caras que la gente del común no puede permitírselas, eso sí, todo viene bajo la bandera de igualdad y equidad. La libertad y la equidad es solo para los ricos, los pobres podrán regocijarse con estas altas ideas desde los televisores en sus casas o en el bar con sus amigos, si es que les queda dinero para eso. Una equidad ilusoria que se ve también representada en la exclusión de las competencias de ciudadanos de países políticamente incómodos para los amos del mundo. Israel no se incluye en la lista a pesar del genocidio que lleva a cabo desde hace varias décadas porque es parte del Imperio. Rusia y Bielorrusia por supuesto no entran en el grupo de los privilegiados, pues se negaron a ser carcomidas y desmembradas, sobre todo descabezadas por las fuerzas que dominan el mundo.

La propuesta de la civilización occidental en su generalidad es tradicionalmente clasista y racista. Contrapone “civilización” y “barbarie” de donde la única civilización es la occidental y el único camino al desarrollo y evolución es el propio. Sus parámetros de valoración se basan solo en ella misma, y todos lo que no se le parezcan serán considerados salvajes o, al estilo moderno y políticamente correcto, “en vía de desarrollo”, es decir, en camino de ser tragados por ella hasta desaparecer. Sean unos valores u otros los que haya querido imponer a través de la historia, su búsqueda de dominación se extiende a todos los ámbitos de la vida humana en el planeta. Quiere imponer sus lenguas, su cultura, su forma de vida. Para esto, está dispuesta a absorber y así disolver para integrarlos en su ser cualquier otra forma de civilización y de cultura. Por esta razón, al reincorporar juegos que eran en otros tiempos sagrados, en ese momento de la historia debían cumplir una misión similar: el hecho de que cada país tuviera que hacer un esfuerzo por formar deportistas, que los mismos deportistas tuvieran que tener un tipo de vida “consagrada” a su disciplina, y que las metas trazadas fueran cada vez más y más altas, le daban a los Juegos Olímpicos una connotación especial, de ser un evento especial, para muchos en cierto sentido sagrado. Pero la política actual dice ser participativa, todos tienen derecho, incluso los que no son capaces de nada. Por eso cualquier arte o manifestación virtuosa humana está condenada al fracaso. Occidente es la apología al individualismo entendido de diferentes formas a través de su historia y que ha llegado hasta su punto máximo de individualización del ser humano al quererlo desarraigar de su ser natural y biológico, de la pertenencia a su especie, su comunidad, su familia. Nos deja un ser humano centrado en su propia individualidad, y pues si recordamos el sentido de los juegos deportivos, deberíamos entender que su función es ligarnos a un grupo humano que socializa con otros.

Occidente es como aquel personaje envidioso e inseguro que para afirmarse a sí mismo debe agrupar a los demás contra otro. No acepta la amistad si no es en detrimento de quien ha decidido será su oponente de momento. Los quiere de su lado según le convenga. Rusia ahora cumple excelentemente este papel, aunque siempre de una u otra forma fue uno de sus principales enemigos. El deseo de hacer que deportistas rusos participen en los juegos bajo bandera neutral: es decir, de alguna forma está aceptando que los supuestos escándalos de doping que hicieron que se excluyera al país no fueron porque los deportistas rusos los hubiesen usado, sino porque querían excluir la bandera rusa de los juegos. Esta invitación muestra que aceptan al individuo (ruso o bielorruso) siempre y cuando se niegue a ser parte de su comunidad. Pero en un mundo donde solo lo individual vale, curiosamente lo que se pierde es la capacidad de ser especial. Todos lo son, nadie lo es. Eres especial por solo existir, no necesitas hacer nada para ser especial: ya eres campeón olímpico. Occidente y su capacidad de marchitar todo lo que toca: desacralizar lo sagrado (considerado no como algo de dios, sino como algo digno de respeto y admiración). Para cientos de culturas en nuestra historia el humano, como creación divina, estaba dotado tanto de cualidades especiales como de responsabilidades explícitas otorgadas por su ser divino. Las ideas de “ser digno” son conceptos que se relacionan íntimamente con su pertenencia (y su derecho a pertenecer) a un grupo determinado. No todos los hombres podían ser guerreros, o sacerdotes (o chamanes), pues debían merecerlo. Merecerlo era esforzarse, formarse, entrenarse: en una palabra “consagrarse”.

La valoración ha sido, pues, desplazada a lo moral. El valor está en la coincidencia del artista o del deportista con los valores morales de acomodo al Imperio: si apoya al Imperio, tiene derecho, si no, pues no. Es decir, el deporte ya no es deporte, el arte ya no es arte sino un juego de complicidades morales. Similar a la razón de por qué un día los juegos Olímpicos fueron considerados paganos por lo tanto demoníacos, por lo tanto indignos del nuevo dios dominante. Ahora quiere acomodar lo que debía ser una fiesta de hermandad entre los pueblos, una muestra de las mejores cualidades de las personas, a sus nuevos paradigmas de individualismo extremo, tan extremo, que niega lo que nos hace a todos iguales: ser humanos.

Siguiendo así las cosas, los Juegos Olimpicos, una de las mas bellas tradiciones de una civilización agonizante están condenados a desaparecer.