Javier Belda.
Es típico de todos los comicios electorales que, al margen de los resultados, todos salgan diciendo aquello de «hemos ganado». Pero en esta ocasión lo que más se ajusta a la realidad es “hemos perdido”.
La Alianza de Izquierda (NPF) obtuvo 188 escaños en la Asamblea Nacional. La centrista Alianza (ENS) de Macron ocupó el segundo lugar con 161 escaños. Mientras que la Agrupación Nacional (RN) Le Pen + aliados, que ganaron por un claro margen en la primera vuelta, sólo obtuvieron el tercer lugar con 142 escaños.
Nadie esperaba una situación así. Al parecer, una improvisada movilización popular al estilo «toma de la Bastilla» logró parar a la extrema derecha emergente en un abrir y cerrar de ojos; de manera que los indecisos dieron un vuelco a los sondeos previos que aseguraban la mayoría absoluta de Le Pen hasta el último instante, incluso durante la jornada electoral.
Al menos este es el relato oficial… y lo demás son conjeturas sobre fraude, lo cual tampoco es impensable. No hay duda de que la asfixia social y la amalgama de movimientos sociales que la canalizan son un «campo de energía» utilizable para múltiples fines, algo muy tentador en medio de la pugna política.
En la primavera del pasado año París estaba en llamas pidiendo la dimisión de Macron por su ley de pensiones, impuesta apresuradamente, haciendo caso omiso a los sindicatos y a todas las fuerzas de la oposición. Después fueron los agricultores quienes se levantaron en toda Europa en contra de las políticas «ecológicas» de la Agenda 2030. Ya en 2018 fueron los Gilets Jaunes quienes representaron al clamor popular y fueron represaliados por más de cien mil policías antidisturbios.
A los agentes secretos siempre les ha resultado fácil infiltrarse en los movimientos sociales, un arte –o artimaña– en el pasado y una tecnología computacional en el presente. Es con el paso del tiempo, desde una mirada retrospectiva que se pueden observar con mayor claridad estas cosas.
Francia se enfrentará ahora a la ingobernabilidad y la crisis; con un escenario social y mundial difícil de predecir para 2027, año en que se celebrarán las elecciones presidenciales en Francia.
«Los problemas económicos se agravarán. Serán tres años de crisis política», señaló Tiberio Graziani, presidente del grupo de expertos europeos Vision and Global Trends.
En sus palabras, la futura coalición gobernante de Francia será frágil y la fragmentación política en la sociedad se caracterizará por una mayor polarización.
Añadió que se trata de una situación que se enmarca en toda una tendencia paneuropea, ya que otros países como Alemania viven una situación similar.
RS Marine Le Pen – fotospublicas.com
Pero no debemos confundirnos en esto: no es cuestión de izquierdas o derechas. Lo que realmente marca la diferencia de las siglas políticas es su alineamiento a la OTAN y a las políticas globalistas, con sus agendas de control social, ecológicas, sanitarias, cibernéticas, etc.
Desde esta perspectiva podemos afirmar que la supuesta izquierda francesa perdió, ya que en el seno del Nuevo Frente Popular (NFP) hay personajes tan nefastos como Raphaël Glucksmann. El pasado mes de junio Glucksmann hizo explícito su apoyo a la intervención de la OTAN en Ucrania contra Rusia, al tiempo que negó que Israel esté cometiendo un genocidio en Gaza.
Para ser justos hay que decir que Mélenchon fue vehemente en el mes de febrero en su proclama antiguerra de la OTAN contra Rusia y en contra de apoyar al régimen de Zelenski. Pero, ¿podrá un mantener ese mismo tono en adelante? o será corrido un tupido velo sobre lo que es el tema más importante para Europa.
Tampoco se opone el NFP a las políticas globalistas enunciadas en el Foro de Davos y en las cumbres del G7.
Hoy en día no es nada sorprendente que los conglomerados que se forman para dar una respuesta unitaria, supuestamente popular, terminen siendo cómplices activos del sistema globalista. Lo hemos visto en Grecia en tiempos de la Troika, en España, en Chile, etc.
La Agrupación Nacional (RN) de Le Pen coincide con la alianza ENS de Macron en su rechazo a la proclamación de un estatus de estado para Palestina y en la negación del genocidio perpetrado por Isrrael.
Por lo que se refiere a otros temas –sorprendentemente– el programa político de la RN es el que estaría más a la izquierda en comparación con el NFP o la alianza ENS de Macron. El programa de la llamada extrema derecha de la Agrupación Nacional contemplaba, por ejemplo, la reducción de la edad de jubilación a los 60 años y la reducción del IVA en las cosas básicas.
Le Pen se pronunció también en contra del apoyo a la guerra de la OTAN y a favor de restablecer relaciones con Rusia. Esto hubiera supuesto un plan de estabilidad para Francia en un momento donde toda África se ha levantado en contra del colonialismo. La cuestión es: o vas a ir a la guerra contra todo el continente africano o –en previsión del desaguisado– buscas otras alternativas. Sin lugar a dudas, el proyecto de cooperación multipolar que promueve Rusia junto a sus socios es lo más sensato y constructivo.
Pero tanto Le Pen como Macron fueron también claramente perdedores. No derramaremos ni una lágrima por ninguno de ellos.
A partir de estos hechos podemos sintetizar que toda Europa se enmarca en el caos, como un carril de dirección única. Qué nadie espere otra cosa. No está en la mano de la movilización callejera torcer esta dirección, ya que el caos representa un fin en sí mismo para las fuerzas oscuras que actualmente detentan el poder en el llamado occidente colectivo. Se produce caos para producir más caos. Lo que queda en pie y bien estructurado son las corporaciones privadas multinacionales que absorben todos los recursos de las naciones.
Aprender a mirar a otra escala
Pero no queremos terminar con tanta negatividad… En unas pocas semanas comenzarán los Juegos Olímpicos de París-2024 y ya estaremos distraídos. No, no va por ahí, no va a ser tan sencillo.
En todo lo que observamos nos enfrentamos a la cuestión de la escala en que nos emplazamos. El YO –definido en la psicología humanista– consiste en un epifenómeno de la conciencia. Nuestro YO puede circunscribirse al cuerpo que manejamos o extenderse a la familia, la nación o la humanidad, solo depende de la distancia a la que estemos observando y también la escala temporal personal, según este yo tenga una edad u otra o incluso haya abandonado la existencia mundana.
En esta flexibilidad del YO podemos ser un club de futbol, un animal o cualquier cosa en un determinado momento.
Ante las dudas, planteémoslo al revés. Supongamos que el YO fuera mi cuerpo ¿Desde qué punto de vista? ¿Tal vez su nutrición, su motricidad, su reproducción, su proyección histórico-social, su espiritualidad…?
Observamos entonces que la cuestión tiene otra complejidad, que va más allá de «lo ilusorio», lo cual solemos confundir con «la realidad», pero que no es más que la representación más o menos difusa que hace la conciencia de nosotros mismos y del mundo.
Si miramos a otra escala, la vida y a nosotros mismos insertos en ella, veremos que ésta tiene un proceso evolutivo desde la formación del Universo. La vida siempre tiende al crecimiento. Si un camino se cierra, toma otro. Ningún caos inducido podrá contradecir el flujo de la vida.
En el proceso evolutivo se dan tendencias termodinámicas que llevan a la degradación de los sistemas caotizándolos, pero también ocurren saltos evolutivos.
Varios analistas de la Megahistoria coinciden en una datación en torno a 2027, como punto de Singularidad para que se dé el salto evolutivo imprescindible. Se trata solo de matemática estadística, pero de lo que no hay duda es de la aceleración del tiempo histórico, para el cual el planeta necesita tener un único propósito.
Como lo define Silo, «ahora nos encontramos en una etapa donde las estructuras sociales son “como si”, es decir: como si los gobiernos gobernaran, como si los políticos decidieran, como si los formadores de opinión influyeran. Las estructuras anteriores son en esta época la máscara vacía del gran “como si” en el que ya nadie cree».[1]
Pero después vendrá el gran salto evolutivo. No se trata de volvernos locos con esta idea, pues no es una idea. Lo que sí podemos hacer es elegir nuestra propia mirada más allá de la mecanicidad y las inercias. Para observar «lo nuevo» nos tenemos que poner en el punto de vista de quererlo ver.
Estos conceptos, expresados aquí de manera tan comprimida, apuntan a la libertad que tiene todo ser humano de poder resolver si su vida tiene un sentido o no lo tiene. Al menos, todo ser humano que tenga un margen de normalidad vital para poder reflexionar sobre ello.
En cuanto al proceso general planetario, el gran cambio mundial ya está en marcha, así como la degradación del sistema occidental en fase muy avanzada.
La deriva dictatorial y belicista de toda Europa, sumisa por interés o terror a los EEUU (o las fuerzas violentas que lo integran) es un claro signo de que el sistema está ya en fase terminal. Al tiempo que la construcción oriental y africana de un mundo de cooperación y solidaridad es un signo de otra naturaleza.