Es sabido, la pesca es una actividad solitaria, que requiere mucha paciencia y contemplación. Desde la elección del equipamiento apropiado, pasando por el ajuste de los nudos hasta llegar a la selección de la carnada.

El recorrido representa un camino introspectivo que requiere dedicación y tiempo. Y que siempre, como regla general, nos invita a viajar, a salir de nuestro lugar de confort, a ponernos en contacto con la naturaleza que nos acompaña. Incluso a sumergirnos en senderos de agua inhóspitos, agrestes y anónimos.

La buena pesca está direccionada por una técnica antigua, poética y de supervivencia. Me refiero a la pesca tradicional que busca (como principio elemental) ejercer la menor alteración e intervención en el lugar de visita, limitándose a satisfacer una necesidad básica: la alimentación, sin extraer más de lo que realmente se necesita. Un principio que se distancia radicalmente de, por ejemplo, la pesca de arrastre, en donde los buques pesqueros, no dejan nada a su paso, se llevan todo, lo que necesitan y lo que no, sin contemplar el desequilibrio que producen en la biodiversidad marítima.

En el caso de los nudos, los aprendemos, por tradición, a través del relato oral. Son pocos los nombres de los nudos que conocemos popularmente. Y aunque en internet se pueden encontrar algunos como el nudo corredizo, el nudo aguja o el nudo cirujano, siendo estos más sofisticados que otros, profesionales o austeros, todos están dirigidos al mismo objetivo: por un lado, no perder la inversión, en el caso que estos nudos sujeten señuelos artificiales. Y, por otro lado, que los mismos no queden alojados en la boca de un pez, produciendo en él un daño permanente.

En cambio, la elección de la carnada aparenta no ser tan riesgosa, se trata de un mundo diverso en donde se conglomeran señuelos vivos y artificiales: me refiero a las lombrices obesas de color rosado, a los cangrejos tiernos y longevos y/o a las ranas pequeñas y tersas. Y ustedes se preguntarán, ¿quién pesca con ranas en la Patagonia? No he escuchado ni un solo caso. Quizás si con réplicas de moscas, boleadoras y, en esta última época, masa de pan (en el caso que las presas sean carpas). Pero con ranas jamás.

Una vez que estas elecciones estén resueltas, es momento de meterse al agua. “¡Falta la elección del equipo!”, dicen. ¡Claro! ¿Un equipo de mosca, spinning o el viejo y efectivo tarrito de durazno? Vamos a tomar el ejemplo del pescador silencioso del río Limay que, según el relato de sus hermanas, pescaba con un tarro de durazno recubierto con una tanza económica número 40.

Ahora sí, ya sumergidos en el agua hasta las rodillas, llega el momento de la elección del lugar de pesca. ¿Pozón o correntada? El Limay es conocido por su fuerza y velocidad, así que es probable que la corriente sea el lugar propicio. En cualquiera de las dos opciones, la pesca se acompaña de dos características concretas: el silencio y la soledad. El silencio para no espantar los peces y la soledad como necesidad de acción para no entorpecer el trabajo de otro pescador o pescadora. Aunque sean varios los que viajan juntos, siempre se toma una prudente distancia a la hora de lanzar los señuelos. Sin duda, después de transcurridas tres horas seguidas de intentos infructuosos, “sin pique”, el pescador percibe que además de la paciencia, también elabora la frustración y el obrar metódico.

El pescador se somete a un método. Prueba en un lugar, luego en otro, cambia la carnada. Utiliza cábalas, colores, camufla sus opciones con el ambiente circundante. Percibe el grado de la temperatura del agua. Espera el frío de la noche o la madrugada para comenzar su misión.

La pesca es un arte noble y antiguo que cultiva la dedicación y el esmero. El pescador o la pescadora resultan personas cuidadosas, sensibles y empáticas con el espacio que transitan.

¿Por qué alguien o un grupo de personas querrían lastimar, inclusive, asesinar a una persona que reúne estás amables características?

En Argentina, por ser un país que nació bajo las consecuencias del racismo y un lastimoso proceso genocida, resulta palpable entender por qué un grupo de hombres puede sentir, en la actualidad, aversión por una persona silenciosa y respetuosa, que en virtud no les ha hecho nada específicamente. Incluso, estos no tardarían mucho en calificar al pescador silencioso despectivamente como alguien inocente (por no decir boludo) y particularmente afeminado (por no decir puto), por lo que, haciendo una mirada más profunda, dichas características, merecen ser, desde la óptica de este “grupo selecto de hombres”, repudiada de la forma más violenta; repudio que puede ir desde un gesto insultante, pasando por una provocación y/o golpiza hasta llegar a una denigrante violación.

A Sergio Ávalos lo desaparecieron el 14 de junio de 2003 del boliche bailable “Las Palmas”, ubicado en la ciudad de Neuquén. Sergio era estudiante de la carrera de contador público en la Universidad Nacional del Comahue. Tenía cuatro meses en la ciudad de Neuquén. No solía ir a boliches bailables. No tomaba alcohol, ni era una persona que generará conflictos. Todo lo contrario. Era un pescador silencioso. Sergio tenía tan solo 18 años cuando lo desaparecieron. Al día siguiente de su desaparición, un domingo, iba a volver a su ciudad natal, Picún Leufú, ubicada a unos 131 km de la ciudad de Neuquén, con la intención de festejar el día del padre junto a Asunción Ávalos, su papá. Pero los policías y gendarmes del boliche “Las Palmas” nunca se lo permitieron.

A la policía de Neuquén, como a las fuerzas de seguridad de otras provincias, le gusta medir fuerzas con los “negros de mierda”, les gusta verlos sufrir, que sientan en el cuerpo el poder de la “autoridad”. Son “cazadores furtivos” que cazan por deporte, por diversión, para estimular su poder fálico, su autoestima patriarcal.

A los milicos de Neuquén, como de otras provincias, les generaba placer y ambición medir sus fuerzas con los jóvenes de piel oscura que, en su momento, frecuentaban (o ingresaron por primera vez) “Las Palmas”.

“¡Se llena de negros!”. “¡Las ‘indias’ se ‘regalan’ por una birra!”, son sólo dos de las frases racistas que se solían oír en Neuquén en referencia al público de “Las Palmas”. Y estas sentencias la policía las conocía y las compartía, como parte de un fenómeno contemporáneo, pero también como parte de la herencia histórica racista que alimenta la identidad nacional.

Para el genocida, el poder representa la enigmática satisfacción de ejercer la sumisión y la humillación hasta, inclusive, provocar la completa extinción de aquello que consideran un espanto inadmisible.

El cuerpo de Sergio Ávalos se encuentra desaparecido de forma forzada hace 21 años. Su padre, Asunción, y su familia, esperan poder encontrarlo; esperan que, finalmente, sus verdugos rompan el pacto de silencio, para dar, más tarde en el tiempo, un sepulcro necesario, para cerrar el ciclo de la vida y seguir viviendo con la certeza de que existe un lugar en el mundo para ir a llorar a su ser querido.

Sin embargo, la sola presencia y visibilización de las características de una persona, pueden ser motivos suficientes para que un grupo específico de individuos intente asesinarla y/o negarle un derecho, ocultarlo o perseguirlo. No sólo se violenta a la víctima, sino también, a los familiares que en virtud portan las mismas características raciales y de clase que el primero.

Por lo tanto, en Argentina, no sé necesita coartada para herir, matar o desaparecer a un joven de piel oscura, ya que esta acción – decisión desaparecedora – asesina constituye la génesis del racismo: el odio irracional en donde el otro es un completo desconocido que espanta con su sola presencia.

Su cuerpo, como su color de piel, es lo que los “cazadores furtivos” intentan desaparecer no con el fin último de mantenerlo en esa condición: oculto. Si no, más bien, con la misión nacional histórica de extinguir para sobrevivir al otro que porta el ropaje de “enemigo público” o más cercano en el tiempo “enemigo interno”.

Para que el ser nacional pueda habitar este territorio tuvo que previamente despojar y asesinar a todos los pescadores silenciosos que se alimentaron milenariamente del río Limay. Lo hizo con proyección histórica y colonial, con la fuerza de la ley y el principio de “repoblar la Argentina”.

¿Se imaginan una ley que defienda la desaparición de todos los pescadores silenciosos de piel oscura que pescan a orillas del río Limay?

Las fuerzas de seguridad nacional son la representación más fidedigna de esa matanza activa, tácita y furtiva que asesina con la efectividad de saber y ver de forma palpable que el blanco al que se debe atacar mantiene en el rostro la marca negra de la sabiduría enemiga.