Fue un fin de semana para la historia. Dieciséis asesinatos en la región Metropolitana de Santiago. Si bien se los mete a todos en el mismo saco, el asesinato de cuatro jóvenes en una plaza pública de Quilicura no es comparable a quienes fueron asesinados en Lampa.
El concepto más recurrente para explicar la ola de violencia que estamos viviendo es el avance del crimen organizado compuesto por grupos estructurados y jerarquizados, constituidos con el fin de traficar drogas o armas, trata de personas, extorsión y secuestro, contrabando y corrupción.
Pero no es la única explicación. Las bandas juveniles de menores de edad también tienen jerarquía y liderazgos, pero se mueven por motivaciones diferentes. Se agrupan en torno a símbolos como equipos de fútbol, territorios, nombres, colores o tatuajes que les permite reforzar su identidad y diferenciarse de otras bandas.
Los miembros de estas bandas buscan identidad, pertenencia y aceptación que no encuentran en sus familias ni en las estructuras sociales en que viven; buscan reconocimiento, y por ello, tienen alta presencia en redes sociales, donde se vanaglorian de sus éxitos de carácter legítimo o delictivo y han sido creadores de la música urbana con gran aceptación entre sus pares.
El tratamiento a las bandas juveniles debe darse en tres dimensiones: prevención, intervención y represión. Lamentablemente la represión es aquella que copa los discursos políticos y los medios de comunicación. Si bien es necesario aplicar la ley y castigar los delitos, para muchos jóvenes llega demasiado tarde pudiendo haberse enfrentado antes. Además, ¿qué pasa después del castigo?
La represión y el encarcelamiento juvenil no resuelve la actividad delictiva porque en un modelo sin valores éticos, basado en el consumo y un sistema mal financiado como el nuestro, la “producción” de jóvenes delincuentes será siempre más rápido que su encarcelamiento.
La prevención se centra en una mejor educación con mentorías, desarrollo de hábitos laborales y actividades extracurriculares, el fortalecimiento de las familias con programas y actividades que fortalezcan la cohesión y la participación comunitaria.
Sobre esto, es impresionante el impacto que ha tenido el Fondo de Iniciativas Estudiantiles que estamos implementando en Fundación Semilla desde el 2023. Esta instancia es parte del programa “Líderes y Lideresas por la NO violencia” que es implementado por Fundación Semilla, un proyecto del Gobierno de Santiago y aprobado por el Consejo Regional Metropolitano. Se financian proyectos juveniles en establecimientos educacionales con participación de profesionales de la educación y familias para mejorar la convivencia educativa y prevenir las distintas manifestaciones de violencia escolar.
Procesos formativos como este u otros que las comunidades educativas están gestionando de manera incipiente, dan cuenta que en materia de seguridad tenemos que poner el dinero donde rinda su mayor efecto. Esto para que las juventudes puedan enfocar sus sueños y proyectos en iniciativas que fomenten el bienestar comunitario y territorial, para que podamos ocupar los espacios públicos sin riesgo a que nos disparen desde un auto en marcha como lo sucedido en Quilicura.