Este 11 de Julio, declarado por Naciones Unidas como Día internacional de la población, se cumplen tres décadas desde la realización de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (CIPD), un acontecimiento histórico que transformó el pensamiento mundial en torno a los asuntos de población y desarrollo, y en el que se estableció una agenda valiente que situaba la dignidad y los derechos de las personas en la base del desarrollo sostenible.
En aquella conferencia, que tuvo lugar en El Cairo, 179 gobiernos adoptaron un Programa de Acción, en el que se establece que no es posible un desarrollo sostenible e inclusivo sin priorizar los derechos humanos, incluidos los derechos reproductivos, sin empoderar a las mujeres y las niñas, y sin abordar las desigualdades, las necesidades, las aspiraciones y los derechos de cada mujer y hombre.
La CIPD fue en gran parte un logro de la presión del movimiento feminista y sirvió como punto de referencia de las políticas y los programas nacionales para la ejecución de políticas públicas por parte de los gobiernos, en colaboración con los parlamentos y la sociedad civil, incluidas las organizaciones impulsadas por mujeres y jóvenes, el sector privado, los grupos comunitarios y los individuos en el nivel de base.
Treinta años después de aquella conferencia, aquellos compromisos han permitido alcanzar algunos logros que ahora están en riesgo de revertirse.
Desde 1994, se han conseguido mejoras en la reducción de la pobreza y en la seguridad alimentaria, un incremento de la esperanza de vida y un fuerte incremento del acceso de niños y niñas a la educación primaria.
Entre 2000 y 2020, la mortalidad materna a nivel mundial disminuyó en un 34 por ciento, un éxito que se atribuye principalmente a la mejora del acceso a la atención obstétrica especializada y de urgencia.
Según cifras proporcionadas por la UNFPA, organismo de las Naciones Unidas encargado de la salud sexual y reproductiva, la tasa de embarazos no intencionales se redujo un 19 por cierto entre 1990 y 2019, entre otros factores gracias al acceso a métodos anticonceptivos modernos, duplicándose en esas dos décadas la cifra de mujeres que recurrió a su uso.
Asimismo, los partos de adolescentes de entre 15 y 19 años se han reducido en cerca de un tercio desde el año 2000, constituyendo sin embargo todavía un gravísimo impedimento para el desarrollo integral de las jóvenes y la efectiva equidad de género.
Mientras tanto, las tasas de infección por el VIH se han reducido de forma drástica: en 2021 se registró casi un tercio menos de nuevas infecciones que en 2010.
La proporción de niñas a las que se somete a la mutilación genital femenina ha disminuido notablemente debido al cambio de actitud ante esta práctica horrenda y las niñas y las adolescentes tienen hoy menos posibilidades de ser víctimas del matrimonio infantil.
Entre las conquistas históricas, destaca la promulgación de leyes contra la violencia doméstica en 162 países, desafiando el esquema patriarcal aun dominante.
Por otra parte, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, que estaban tipificadas como delito en la mayoría de los países, ahora están despenalizadas en dos tercios de ellos. Es posible que los avances se produzcan a más velocidad que antes, ya que en 2022 se abolieron más leyes punitivas de esta naturaleza que en cualquiera de los últimos 25 años.
Sin embargo, estos progresos se ven amenazados por la naturalización de discursos retrógrados, producto de la exclusión social y de la inestabilidad que produce el cambio acelerado, pero también debido a crisis multidimensionales propias de un sistema que, a pesar de múltiples declaraciones de principios, continúa colocando al dinero y no a los seres humanos como valor central.
Si bien existe un activismo progresista en pos de la justicia social, la acción climática y la igualdad de género, nos encontramos en un punto de inflexión crítico para preservar los logros y avanzar hacia una nueva etapa de la Humanidad que de fin definitivo a la pobreza, al hambre, a las guerras, las desigualdades y garantice bienestar y la posibilidad de una vida digna con múltiples opciones de desarrollo integral para todas las personas.
Esto será solo posible si cambia la escala de valores y el sentido que los conjuntos humanos dan a su existencia.