Juan Carlos Rois
La creciente corriente de remilitarización en la que se han embarcado Europa y EE.UU reivindica, junto con un cruel rearme generalizado, una agresiva (y lucrativa) política de venta de armas y la propagación de guerras fuera del límite de confort occidental. El objetivo de dominación-violencia que alimenta la lógica de violencia rectora propia del sistema-mundo que vivimos hace hoy en día del negocio de la guerra y de su preparación una de las principales ventanas de oportunidad de las élites de halcones dominantes.
La reintroducción de la conscripción y el adoctrinamiento militarista forman parte del relato y de las prácticas de doma de la conciencia pacífica de las poblaciones europeas. La reintroducción de los relatos y practicas militaristas, nacionalistas, racistas, colonialistas, antifeministas, negacionistas y violentos vuelven a la más rabiosa actualidad de las agendas políticas de la UE y de EE.UU y, por extensión, se replican a escala planetaria.
Ciudadanías adoctrinadas, desconcertadas, atemorizadas y siervas forman parte del programa de máximos de unos dirigentes lanzados a aplicar, con motosierra o “sin dejar a nadie atrás”, las nuevas políticas de respuesta a la multiplicidad de crisis sistémicas en marcha, la verdadera y negada amenaza para la seguridad humana y para la vida del planeta.
Con respecto a la reintroducción de los ejércitos de leva en occidente, tales idearios ni siquiera responden, en la actual fase de tecnificación y especialización de la guerra, a una necesidad militar sino a la pretensión de los halcones y grupos de poder en Europa de imponer la hegemonía del discurso y las prácticas de sumisión militarista que necesitan para disciplinar el orden global y el orden interno.
En España creo que lo van a tener más difícil que en otros sitios. No porque seamos menos dóciles ni más inteligentes, sino porque todavía vibra en el recuerdo la memoria de empoderamiento insumiso y las prácticas que tuvieron lugar durante el desarrollo de su apabullante ciclo de movilización social.
Piensan que hemos perdido la memoria y que aquellas prácticas son irrepetibles, que no han pasado de la epidermis del saber colectivo, que no han acrisolado sabidurías de empoderamiento y que la juventud de ahora aceptará de buen grado el retorno a la oscuridad de una mili que fuimos capaces de desterrar.
Tontos ha habido siempre, y tontos con hiperventilación guerrera no faltarán ni entre los nostálgicos de aquel cuartel que coincidía geográficamente con el perfil de esta piel de toro en el pasado más negro, ni entre sus epígonos de camisa parda de hoy. A juzgar por el creciente grado de violencia política que promueven los partidos más promilitaristas, veremos muchos reclamos al poder militar.
Pero, tontos aparte, la sociedad no busca su suicidio colectivo, ni la ignorancia o la dejadez es tal que la gente de hoy no sepa qué mal social se esconde tras el discurso militarista y tras la pretensión de reintroducir la mili.
Por si acaso, yo he desempolvado uno de tantos dípticos con los que a principios de los años 80 llamaba el movimiento antimilitarista a la juventud a la resistencia contra el militarismo y proponía la desobediencia a las leyes de reclutamiento o sus sucedáneos civiles.
Un díptico de inicios de los años 80 del siglo XX frente al reclutamiento militar y civil.
El documento que se acompaña se realizó en Getafe en el año 1982. En aquel contexto el antimilitarismo español se oponía al servicio militar (“conocido como mili”) y reivindicaba la objeción de conciencia política como herramienta de transformación social y para conseguir la abolición de la “mili”.
Con anterioridad quienes se negaban a incorporarse a la mili eran represaliados con la aplicación del código de justicia militar; pero tras la aprobación de la Constitución y el reconocimiento de la objeción de conciencia, en su artículo 30, el por entonces ministro de defensa Gutiérrez Mellado ordenó, a finales de 1977, que se diera a quienes plantearan objeción de conciencia una prorroga indefinida hasta que se hiciera una ley que regulara la objeción de conciencia.
Desde entonces y durante los años siguientes se acumularon varios miles de antimilitaristas que se negaron a realizar el servicio militar y que fueron mandados al limbo jurídico por dicha orden comunicada, ganando fuerza y coordinación la lucha de la objeción de conciencia, coordinada por entonces fundamentalmente en torno al Movimiento de Objeción de Conciencia (entonces MOC y hoy Alternativa Antimilitarista).
Para el año 1982 el PSOE tramitaba un proyecto de ley de objeción de conciencia que pretendía reducir la disidencia antimilitarista a una mera cuestión de escrúpulos morales, sin cuestionar ni el reclutamiento ni los ejércitos, y obligando a quienes mostraran su oposición al servicio militar a realizar una prestación civil sustitutoria de la militar, prestación que, tanto por su enfoque como por su duración, fue ampliamente rechazada por los objetores y que dio lugar a un amplio debate en sus organizaciones en torno a la propia legitimidad de una prestación social y la eficacia de aceptar una ley que, lejos de permitir profundizar en la apuesta de lucha contra el servicio militar y por la desmilitarización, se planteaba como un refuerzo más del propio servicio militar, que no se cuestionaba.
No es momento ahora de desglosar ese rico debate (que abrió además otros campos y perspectivas de lucha social del antimilitarismo, como la búsqueda de una alternativa global de defensa, los procesos de desmilitarización, la lucha contra la militarización del territorio, contra las alianzas militares, contra el gasto militar, la perspectiva del feminismo antimilitarista, etc.) sino únicamente explicar el contexto en el que se redactó este documento. Para quienes estén más interesados en el desarrollo de la insumisión y el abandono de cualquier perspectiva “serviciocivilista” por parte de las organizaciones antimilitaristas, remitimos a los interesantes trabajos de Pedro Oliver en que ha desarrollado esta evolución.
En el año 1982 el proyecto de ley del PSOE (luego publicado como ley en diciembre de 1984) concitó el consenso del antimilitarismo en torno a su radical rechazo, tanto en la concepción no política de la objeción, como en la concepción de los servicios civiles sustitutorios que se planteaban y provocó, al poco tiempo, el anuncio por parte del MOC del rechazo a la ley y la negativa de los objetores a acatarla, si llegaba a aprobarse, dando así inicio al proceso que, pasado el tiempo, desencadenó el ciclo de movilización insumisa que acabó con la ley de objeción en marzo de 2001, con Aznar de presidente del gobierno y Federico Trillo de ministro de defensa.
Cuando se confecciona el documento que presentamos, Getafe (donde existe una base militar) mantenía un grupo del MOC activo y significativo, que se encargaba además (gracias a que algunas de sus activistas participaban de una especie de cooperativa de impresión en la localidad) de producir gran parte de la publicidad del MOC de Madrid.
El mensaje antimilitarista del díptico
Volvamos al documento, que se pude descargar aquí (https://drive.google.com/file/d/1Oxt_z8Yxy_bAl9YUZCjCzDpQKjwt3zEu/view?usp=sharing) por si alguien tiene la tentación de reimprimirlo, o de usarlo para recomenzar la concienciación a la gente más joven, que querrán usar como conejillos de indias de la nueva propuesta militar (se aporta en OCR para poder hacer además el oportuno corta-pega).
Los argumentos eran tan nítidos ayer como hoy. El militarismo es execrable y nefasto para nuestra salud social y la desobediencia a sus imposiciones, cada cual desde su sitio y conforme a sus posibilidades, el camino más certero de lucha para conseguir una sociedad más justa. Dice el argumentario del documento que la conscripción supone anular tu personalidad para imponerte “su” verdad, la de los señores de la guerra:
Hacer la mili supone dejarte tallar, reclutar, uniformar, numerar, desarraigar, Es en suma una forma más de anular tu personalidad. Se trata de formar una masa sumisa ‘de personas sin capacidad de decisión. Otros piensan y deciden por ti. Jerarquizado, disciplinado, robotizado; sólo te queda la obediencia ciega. La pesadilla de un año donde aprenderás que la guerra es “inevitable”, donde se fomenta el desprecio por la vida, fundamentalmente la del otro. Matar o morir, Esta es la filosofía da los “señores de la guerra”.
Denuncia la defensa militar, porque lo que ellos quieren defender no es lo que las sociedades aspiran a defender. Hoy somos más certeros al hablar de defensa social y de seguridad humana frente al paradigma militar de defensa militar, dominación-violencia y provocación de guerras.
“Nos ‘defienden’ aunque no queramos, provocando guerras con las que llenarán sus bolsillos, guerras que nosotros, los de a pie, siempre perdemos”.
Apuntan a los instrumentos de preparación de la guerra sistémica que actúa como uno de los grandes argumentarios del sistema neocapitalista vigente y cómo necesitan nuestra servidumbre voluntaria como clave de bóveda de su pretensión de dominación.
“Los conocemos, son los que nos han metido en la OTAN, los que nos aumentan los presupuestos militares, los que hacen posibles hechos como el 23-F y demás intentonas golpistas, los que organizan conferencias de seguridad y desarme. Y exportan armas para apoyar dictaduras suramericanas. Y todo ello para después ser obrero dócil, ciudadano obediente, marido posesivo, modelo perfecto para que esta sociedad injusta y opresora se perpetúe“.
Las anteriores afirmaciones son, en mi opinión, las más actuales y aprovechables para el momento en que vivimos, donde la amenaza de reintroducir el servicio militar vuelve a la actualidad. El resto del documento, referido a la legitimidad de un servicio civil, creo que está superado en la actualidad. Hoy en día, ni siquiera desde un punto de vista táctico sería asumible ningún tipo de servicio impuesto a la disidencia antimilitarista para garantizar la supervivencia del servicio militar obligatorio para el resto de la población.
Prevenir antes que curar
Aún no se han atrevido a reintroducir el servicio militar o cualquier otro tipo de obligación civil o militar hacia la ciudadanía de características igual de graves. De hecho creo que aquí no gozaría de ninguna aceptación pacífica en la sociedad y que levantaría una nueva lucha social insumisa de respuesta.
No creo que generaciones tocadas por la experiencia de lucha y de propuesta antimilitarista que desencadenó la insumisión (y otras tantas luchas más) asista pasiva a la reintroducción de la mili. Tampoco creo que la juventud de ahora sea de una pasta distinta a la nuestra ni que sea más fácil ahora que antes someterlos a las imposiciones militaristas, o más difícil ahora que antes concienciarlos de la apuesta antimilitarista.
Nos queda una tarea por delante para alejar las negras tormentas que agitan los aires. Conviene no dormirse en los laureles y extender el recuerdo y la memoria, poner a disposición de la sociedad toda la caja de herramientas, toda la experiencia de empoderamiento colectivo y toda la creatividad que desencadenó el ciclo de la objeción de conciencia y la insumisión.