Estamos siendo inundados por manifestaciones, protestas, webinarios, conferencias y múltiples eventos presenciales y virtuales llamando a la paz, oponiéndose a la guerra y alertando sobre la peligrosidad que están tomando los conflictos, que pueden escalar a una tercera guerra mundial, o a una primera guerra nuclear que puede acabar con la humanidad y toda forma de vida en el planeta. Sin embargo, hay demasiada gente en el mundo que no sabe o no quiere saber nada de esta realidad. Las guerras de Europa y de Medio Oriente para los ciudadanos del continente latinoamericano son una realidad muy distante, que no se percibe como algo real o posible, y que por tanto no amerita tanto su atención.

Las consecuencias de una guerra mundial de estas características difícilmente nos afecten de forma tan terrible, piensan los ciudadanos latinoamericanos equivocadamente.

Los medios informativos principales informan de esta realidad, pero no ponen acento, o no pueden ponerlo, en la necesidad de que todos los gobernantes del mundo deben unirse para exigir a los países genocidas a detener inmediatamente las masacres y las amenazas de guerras que puedan poner en riesgo a la humanidad. Por lo que el ciudadano común piensa y siente que solamente hay
que resignarse. Que históricamente siempre ha sido así, y siguen viviendo sus vidas cotidianas con sus problemas y desafíos, demasiado grandes como para preocuparse más seriamente de otros problemas adicionales, frente a los cuales difícilmente puedan hacer algo para contribuir en lo más mínimo a su solución.

Estamos presenciando en forma impávida e impotente como se comete un genocidio horrible que se prolonga día tras día, sin que nadie en este mundo tenga el poder o la voluntad de detenerlo. El poder de las armas y del dinero se han enseñoreado por sobre la vida humana, incluso de niños y ancianos, el derecho internacional ha sido violado sistemáticamente creando una anarquía sin
precedentes en las relaciones internacionales, o más bien, ha demostrado que hay ciertos países que tienen pleno derecho a violarlo impunemente, sin rendirle cuentas a nadie sobre sus actos, e incluso amenazando a quien se atreva a condenarlos mediante resoluciones judiciales.

Este orden de cosas nos hace llegar a la conclusión de que hay países que se declaran por encima de la ley internacional, y que por tanto cabe considerarlos países mafiosos, terroristas, delincuenciales, que no merecen ser considerados en el seno de Naciones Unidas, y consecuentemente cabe excluirlos, y los países miembros, romper obligatoriamente sus relaciones con este tipo de Estados. Es una medida de fuerza dura, cara, inconveniente económicamente, pero imprescindible a la hora de intentar salvar a la humanidad de su destrucción definitiva. Y es una medida no violenta, de absoluta justicia y plena consecuencia con los derechos humanos de todos los seres humanos.

A nivel de la sociedad civil ha llegado el momento de pasar a otro tipo de estrategias que necesariamente pasan por la unión en una suerte de Coordinadora Internacional de los Movimientos y Coaliciones por la Paz y por el término de las guerras, al estilo de ICAN, con el fin de exigir a los Estados el cese definitivo de las guerras en curso, un nuevo Tratado Internacional que las prohíba,
y un fortalecimiento de un nuevo Derecho Internacional que obligue a los Estados a presentar sus diferencias a la Corte Internacional de Justicia para ser resueltos en forma irrevocable por dicho organismo. O sea, un Derecho que obligue a los Estados a resolver sus conflictos en forma diplomática, o judicial, pero por medios no violentos, ya que las guerras y los conflictos armados quedarían
definitivamente proscritos.

Para forzar este orden de cosas es necesario unir a toda la sociedad civil, con el respaldo de Estados afines, alentando medidas de fuerza no violentas como la desobediencia civil y los paros nacionales e internacionales, a fin de provocar un colapso del comercio y la economía mundial si es necesario, únicas medidas que realmente presionan al imperialismo internacional en sus intereses más profundos y de efectos muy dolorosos e inaceptables para ellos.

Todo esto genera un estrés tremendo para todos nosotros y nuestras familias y sociedades, pero es el camino no violento para terminar con este sistema neoliberal en crisis que está conduciendo al mundo entero a su definitivo apocalipsis. Es muy probable que debamos adoptar otras formas de vida no consumistas como consecuencia de todo esto, pero saldremos con vida hacia un mundo mejor, más justo, más humano, y en sintonía con la Naturaleza, de la cual somos parte.