Un 22 de junio de 1633, Galileo Galilei fue obligado por la Inquisición Romana a retractarse públicamente de sus afirmaciones heliocéntricas y a aceptar que el sistema copernicano era simplemente una hipótesis matemática y no una descripción precisa de la realidad física del universo.
Esta abjuración tuvo lugar como parte del proceso inquisitorial en su contra por herejía, tras la publicación de su obra «Diálogo sobre los dos sistemas del mundo» en 1632, donde defendía el modelo heliocéntrico.
Sus contribuciones revolucionarias en astronomía y física, y su defensa de la libertad intelectual frente a las restricciones dogmáticas de su época no solamente sentaron bases firmes para el desarrollo posterior de la Ciencia, sino que inspiraron a miles de investigadores a ir más allá de las limitaciones impuestas al saber por prejuicios aceptados como verdades absolutas e inmutables.
En un memorable acto realizado el 7 de enero de 1989 en la Plaza Santa Croce de la ciudad de Florencia, en ocasión del I Congreso de la Internacional Humanista, el estudioso humanista Salvatore Puledda, pronunció en homenaje a Galileo el siguiente discurso:
“Yo, Galileo Galilei, catedrático de Matemáticas en la Universidad de Florencia, públicamente abjuro de mi doctrina que dice que el sol es el centro del universo y que no se mueve, y que la tierra no es el centro del universo y sí se mueve. Con corazón sincero y no fingida fe, abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías antes mencionados, y cualquier otro error, herejía o secta contraria a la Santa Iglesia.”
“Este es el texto de la abjuración arrancada a Galileo, bajo amenaza de tortura, el 22 de junio de 1633 por el Tribunal de la Inquisición.
Galileo abjuró para no sufrir la suerte de Giordano Bruno, conducido a la hoguera con una estaca en la boca para que no hablase, y quemado en Campo dei Fiori en Roma, un día de invierno del año 1600. Giordano Bruno, el que había proclamado la infinitud del hombre y del universo, la existencia de innumerables mundos…
Solo después de tres siglos, los “descendientes” de aquellos que habían obligado a Galileo a abjurar, admitieron su error a regañadientes. Giordano Bruno aún espera que se haga justicia…
A pesar de todo, ni la tortura ni la hoguera han impedido que hombres y mujeres valientes empuñaran el telescopio y lo apuntaran no solo hacia las estrellas, sino también contra aquellos que los oprimían y los explotaban. Pero estos, los todopoderosos de la tierra, han comprendido rápidamente que la Nueva Ciencia podía ser utilizada para alimentar su avidez y para ampliar sus privilegios. Así han producido “una progenie de gnomos con inventiva” -como los llama Bertolt Brecht- dispuestos a vender su ciencia para cualquier finalidad y a cualquier precio.
Estos gnomos inteligentes y ciegos han tratado por todos los medios posibles de doblegar la naturaleza a la voluntad de poder de sus patrones, y han cubierto la tierra con máquinas de muerte. Otros han utilizado el propio ingenio para inventar nuevos medios a fin de manipular, acallar, adormilar la conciencia de los pueblos. Medios estos más sofisticados y “limpios” pero no menos dolorosos e inhumanos que la estaca en la boca de Giordano Bruno.
Ciertamente, sabemos que hoy, mientras el segundo milenio de Occidente se curva hacia el ocaso, la sobrevivencia de toda la especie humana está amenazada y sobre la Tierra, nuestra casa común, se cierne la pesadilla de la catástrofe ecológica.
Es por ello que nosotros, humanistas llegados desde todos los rincones de la Tierra, pedimos aquí, frente al edificio que guarda la tumba de Galileo, pedimos a todos los científicos de la Tierra que finalmente la Ciencia se utilice para exclusivo beneficio de la Humanidad.
Con la voz que se quitó a Giordano Bruno y, como a él, a millones de oprimidos, con esa voz que hoy resuena en esta plaza, lanzamos este llamado: que en todas las universidades, en todos los institutos de investigación, se instituya un juramento, un voto solemne -análogo al de los médicos creado por Hipócrates en los albores de Occidente- de utilizar la Ciencia solo y exclusivamente para vencer el dolor y el sufrimiento, para humanizar la Tierra.”
La crónica histórica relata que el tribunal de la inquisición, luego de arrancarle la abjuración, lo condenó a arresto domiciliario de por vida en su villa en Arcetri, donde, según esa misma crónica, habría fallecido en 1642.
El mundo, sin embargo, sabe que sigue vivo en todas y todos aquellos que aman y trabajan por el progreso humano.