La ciudadanía le ha recordado al mundo que persiste el poder del voto de los ignorados, los pobres y los discriminados
Paco Audije/Ctxt
Never simplify what is complicated or complicate what is simple.
Arundhati Roy, septiembre de 2023.
Los votantes indios han frenado el acelerado viaje de Narendra Modi hacia la hinduidad absoluta. Han demostrado así al propio Modi que él mismo no equivale al último avatar de Visnú. Aunque en enero de 2024 se paseara –icónicamente– como tal en la inauguración del templo de Rama en Ayodhya (en el Estado de Uttar Pradesh).
Dicha construcción ha sido objeto durante años de agrias disputas sociales, religiosas y jurídicas, en las que no han faltado episodios de violencia contra los musulmanes de su país en los que Modi ha jugado un papel político central.
En 1992, varias marchas organizadas por turbas de extremistas hindúes culminaron en diversos actos violentos en los que hubo unos dos mil muertos, después de que los hindúes más radicales demolieran una vieja mezquita donde –según ellos– hubo en el pasado un templo hindú que celebraba el lugar de nacimiento del dios Rama.
También en 2003, durante su mandato como jefe del gobierno regional de Gujarat, se produjo un incendio –probablemente accidental– en un tren en el que viajaban peregrinos hindúes. Murieron unas sesenta personas. Aquel fuego fue el desencadenante inmediato de bulos y propaganda sectaria que desembocaron en acusaciones contra la comunidad musulmana. Grupos próximos a Modi protagonizaron grandes disturbios que causaron entre dos y tres mil víctimas mortales, la gran mayoría de ellos musulmanes.
Más recientemente, en febrero de 2024, en los inicios de la campaña electoral de las legislativas indias, Nueva Delhi intentó bloquear una investigación expuesta en un documental de la BBC sobre los trágicos sucesos de 2003 en Gujarat, según explicó el diario The Guardian.
La profesora Eva Borreguero explicaba recientemente el despliegue histórico de las agrupaciones nacionalistas y ultrarreligiosas hindúes y su íntima vinculación a Modi. También sus amplias redes societarias, como parte de la potencia política de su partido, así como el efecto en los electores de determinados avances económicos generales, de determinadas infraestructuras. “Se han duplicado los tramos de carreteras rurales, puertos, autopistas y aeropuertos. Los programas de bienestar social, acuñados con la foto de Modi, han multiplicado por cuatro el agua canalizada en el campo”, escribe Borreguero.
Crecimiento desigual
Pero la India es también un país altamente digitalizado, que compite en la carrera espacial, mientras el 60% de sus 1400 millones de habitantes se ve obligado a vivir con el equivalente de menos de cinco dólares al día. Cada vez hay más indios ricos (o riquísimos), así como unas clases medias que parecen consolidadas, pero la desigualdad predomina. “Dos magnates, Mukesh Ambani (Reliance Industries) y Gautam Adani (Adani Group) son los símbolos mayores de esa India desigual. Los dos hombres más ricos del país han ido extendiendo sus imperios [económicos] a la sombra de Modi (…) alimentando las sospechas en torno a ese capitalismo de las complicidades”, escribe Sophie Landrin en Le Monde.
Ideológicamente, Modi mantiene su vieja fidelidad juvenil a la organización Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS, Asociación de Voluntarios Patriotas), que agrupa a varios millones de ultranacionalistas partidarios de la llamada hindutva (hinduidad plena). La RSS es una organización de extrema derecha que pone siempre por delante su carácter cultural, pero que no renuncia a presentarse en desfiles públicos con modales paramilitares.
No está de más recordar que Nathuram Godse, el asesino del Mahatma Gandhi, formó parte de la RSS, aunque dicha asociación lo negara entonces (1949) y siempre.
Liquidación de la autonomía especial de Cachemira
Modi no ha podido terminar con el conflicto de Cachemira, que opone a India y Pakistán desde la división del subcontinente al final del dominio británico en 1947. Sin embargo, con sus decisiones puede haberlo enconado de manera indefinida tras suprimir el artículo 370 de la Constitución que concedía a Cachemira una autonomía especial, si bien es cierto que esa autonomía mayor ha sido dejada en suspenso en varias ocasiones por parte de gobiernos precedentes –y de otro signo político– para contrarrestar a los independentistas del territorio.
La supresión, votada en el parlamento indio por mayoría de dos tercios, fue confirmada a principios del año 2024 por el Tribunal Supremo de Nueva Delhi y corrió paralela a nuevas medidas de Modi en aquella región en disputa, acompañadas en ocasiones de restricciones a la libertad de prensa y al derecho de manifestación, entre otros derechos políticos.
En consonancia con el fin del artículo 370 de la Constitución, otras disposiciones facilitan la adquisición de propiedades, el acceso a los empleos públicos o el establecimiento de otros ciudadanos indios en Cachemira, con la intención de ir reduciendo poco a poco su histórica mayoría musulmana. Para diversas organizaciones cachemires, se trata sin duda de un colonialismo destinado a cambiar los porcentajes de las distintas comunidades entre la población de aquel territorio del Himalaya.
En las elecciones legislativas recientes, celebradas en varias fases entre el 17 de abril y el primero de junio de 2024, Modi no ha podido lograr la mayoría que ambicionaba para dar el golpe definitivo al laicismo (secularism) constitucional de su país. Ya no podrá disponer fácilmente de los dos tercios de votos favorables que logró al votar la supresión del artículo 370.
Los resultados finales de estas últimas elecciones apenas dieron al BJP (Bharatiya Janata Party, Partido Popular Indio), el partido de Modi, un total de 240 diputados, cifra que que queda muy por debajo de los 400 que ambicionaba en la cámara baja (Lok Sabha) del parlamento de la India. En esa cámara parlamentaria, que cuenta con 543 miembros, la mayoría mínima necesaria para gobernar es de 272.
En 2014 y 2019, Modi y el BJP pudieron contar con mayoría por sí mismos. Ahora tendrán que apoyarse más en una quincena de partidos menores coaligados en el seno de la alianza NDA (National Democratic Alliance).
Sorpresa: la oposición sale reforzada
Por el contrario, de las elecciones sale muy reforzada la oposición preferentemente agrupada en la coalición INDIA (Indian National Developmental Inclusive Alliance), de la que Rahul Gandhi (hijo de Indira Gandhi y nieto de Jawaharlal Nehru) es el dirigente más significado.
Durante los dos mandatos anteriores de Modi, los medios de comunicación y la prensa india han sufrido un largo proceso de presiones y amenazas, mientras diversas decisiones políticas parecen dirigidas a acortar la independencia tradicional del poder judicial.
En otro sentido, durante los inicios de la campaña electoral, el departamento gubernamental de finanzas bloqueó mediante un discutido pretexto administrativo las cuentas del Partido del Congreso (el partido de Rahul Gandhi, que lidera la coalición INDIA). En esos días (febrero de 2024), Rahul Gandhi acusó a Modi y a su ministro de Interior, Amit Singh (también con un pasado juvenil en la RSS) de estar tras el bloqueo de las cuentas corrientes del principal partido de la oposición. “La idea de que la India es una democracia es mentira. No hay democracia en la India actual”, declaró entonces Gandhi.
Desde diciembre de 2022, unas seis mil organizaciones de la sociedad civil han sido prohibidas. Como se ha referido antes, el gobierno también prohibió un documental de la BBC sobre Modi, quien replicó ordenando el registro fiscal inmediato de las oficinas de la BBC en Delhi. Ha impulsado una controvertida ley de la nacionalidad que discrimina a las personas de origen musulmán. Y las autoridades han utilizado una nueva normativa contenida en la Ley de Regulación de las Contribuciones Extranjeras que bloquea la financiación exterior de diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos.
Arundhati Roy, escritora-militante como ella misma se define, ha detallado las medidas autoritarias tomadas por Modi en diversas ocasiones. En Lausana (Suiza), en un discurso pronunciado al recibir el Premio Europeo al Mejor Ensayo 2023, Roy, quien denuncia la colusión de Modi con grandes grupos financieros e industriales, aseguró que Narendra Modi mantiene viejos vínculos muy particulares con Gautam Adani, plutócrata enriquecido durante sus dos mandatos. Adani figura entre las veinte personas más ricas del mundo, según la lista Forbes.
Roy ha descrito meticulosamente distintos tipos y actos de violencia contra musulmanes, cristianos y otras minorías de su país, en los que las autoridades han hecho la vista gorda o incluso han animado a los responsables de esos actos de acoso, discriminación o violencia extrema.
Eso ha incitado a pogromos en barrios marcados, a una serie de muertes y asesinatos esporádicos, a violaciones de mujeres entre la indiferencia de la policía y –a veces– también de los ciudadanos que lo presenciaban.
“Miembros de la oposición, estudiantes, militantes de los derechos humanos, abogados y periodistas son acechados y perseguidos. Algunos han sido condenados a duras penas de cárcel. Algunas universidades han sido asaltadas por la policía y por nacionalistas hindúes con un dudoso pasado. Se reescriben los manuales escolares, se prohíben películas y Amnistía Internacional ha tenido que cerrar en la India”, proclamó Arundhati Roy.
Según ella, “se trata de un verdadero fascismo” que cuenta –siempre según Roy– con el apoyo de buena parte de la sociedad, de buena parte de los medios de comunicación y de la diáspora india que vive en Estados Unidos, Europa y África del Sur.
Yolanda Álvarez, corresponsal en Asia, hizo un reportaje que emitió Televisión Española en sus telediarios informando de un episodio que nos parece muy ilustrativo: decenas de policías apalearon el 7 de junio a los votantes musulmanes del pueblo de Obri (de nueve mil habitantes) que esperaban en fila para votar. Parece que la policía quiso disuadirles de que votaran por la oposición. Obri tiene una población campesina y pobre, integrada en la circunscripción de Sambhal (en el Estado de Uttar Pradesh, el más poblado de la India).
Cabe decir, sin embargo, que el candidato musulmán Zia ur Rahman Barq, del partido Samajwadi (socialista), logró ser elegido en esa circunscripción y ya es diputado en el renovado Parlamento indio, como integrante de la misma coalición que lidera Rahul Gandhi.
Este episodio tan preciso ilustra también el arraigo y la resiliencia democrática de la sociedad india. Porque, a pesar de todo lo descrito, la coalición INDIA ha obtenido 234 diputados (entre 543 de la Lok Sabba), más de un centenar de los que contaba en la legislatura precedente. Y lo ha logrado también en los estados más poblados del norte (Uttar Pradesh, Maharashtra y Bengala Occidental), donde el BJP sólo obtuvo 57 de los 170 asientos parlamentarios en disputa.
En Uttar Pradesh el partido más votado ha sido precisamente el Samjwadi (partido socialista), que es uno de los más fuertes de la coalición opositora.
La memoria de los ataques y discriminaciones contra los musulmanes (unos 200 millones), las amenazas de cambio radical de la Constitución para evolucionar hacia líneas teocráticas, y la creciente desconfianza de las clases y castas más bajas, de los ignorados por el gran crecimiento económico de la India, quizá han reforzado a la oposición a Narendra Modi.
Puede que el pulso de la India, como piensa Arundhati Roy, esté muy debilitado por los virus de la fiebre nacionalista impulsada por el divinizado Modi. Pero también hay síntomas de que los arraigados reflejos democráticos de aquella sociedad compleja no se han extinguido del todo frente a la propaganda y la violencia sectaria amparadas por Narendra Modi.
La mezcla cocinada de carreteras nuevas, presión identitaria y culto a la personalidad del gran líder no ha sido suficiente. El politólogo indio Ashish Ranjan concluye que –en cierta manera– “Modi perdió las elecciones”. No las perdió, desde luego, pero su victoria no fue la que esperaba.
No sabemos aún si la coalición NDA logrará evitar la inestabilidad. El malestar en los campos, que se expresó con grandes movilizaciones de los agricultores durante meses, la pobreza y la precariedad de amplias capas de la población y la degradación del medio ambiente ante un progreso industrial irregular, seguirán ahí.
Quien sabe si la profundización identitaria del BJP y la RSS ha alcanzado su techo. Durante la última campaña, Modi ha disfrutado de un reconocimiento de su imagen internacional que le ha favorecido y con el que no contaba al llegar al poder en 2014. Pero ni eso ni sus propagandistas lograrán el olvido de los problemas más evidentes de la India, donde la tasa de urbanización sigue siendo del 35%.
En las elecciones indias, hubo un estimable 66% de participación. Votaron 640 millones de personas de un censo electoral de 970 millones, una décima parte de la población mundial que –al negarle la mayoría parlamentaria que pedía al divinizado Modi– ha frenado la aceleración de su desarrollo autoritario.
La ciudadanía india le ha recordado al mundo –le pese a quien le pese– que persiste el poder del voto de los ignorados, los pobres y los discriminados. La mayor democracia del planeta parece reaccionar ante el protofascismo que denuncian Arundhati Roy y otras figuras destacadas de la India actual. No es poco.