Hay una isla en el sur de Chile que flota en la niebla entre las aguas plomizas del estrecho de Magallanes. Se llama Isla Dawson y, cuando el cielo está despejado, la pueden ver marineros y turistas, los escasos navegantes de esos mares. Existen pocos lugares en el mundo con tanta suavidad y tormentosa limpieza del paisaje.
Una vez, hace más de 15 años, recorriendo esta belleza con un grupo de turistas ucranianos descubrimos frente a la isla una ballena jorobada no registrada por los científicos. Los investigadores suelen andar por la cubierta observando, con un catálogo de fotos de colas de ballenas, porque cada una de ellas posee un irrepetible dibujo y forma, igual que los humanos tenemos las huellas dactilares. Todas las ballenas con colas fotografiadas tienen sus nombres. Esta no tenía ni foto ni nombre.
Por unanimidad, en una votación democrática, el grupo de mis turistas, emocionados todavía con la reciente proclamación de independencia de su país, decidieron bautizar a esta ballena con el nombre de Ucrania. Espero que la ballena chilena Ucrania esté bien y disfrute de su libertad en medio de aquel paisaje infinito de gélidas aguas en el fin del mundo. Ojalá que mis compañeros de ese viaje también se encuentren bien.
La Isla Dawson, durante la dictadura militar de Pinochet, fue el lugar de reclusión de los dirigentes del derrocado gobierno de Salvador Allende —»los jerarcas comunistas», como les decían los golpistas— y entre ellos se encontraba Miguel Lawner, uno de los chilenos que más admiro. El Premio Nacional de Arquitectura, Lawner, que hoy tiene 95 años, durante el gobierno de Allende fue el director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano a cargo de los proyectos de arquitectura social para darles a los humildes de su pueblo una vivienda digna.
Con su reclusión en la Isla Dawson se convirtió en el dibujante y cronista de la vida en aquel campo de concentración. A su edad, sigue activo en la vida profesional y ciudadana. Es una persona imprescindible, pues es de los que nunca dejan de luchar.
El principal punto de embarque hacia la Isla Dawson es Punta Arenas, la ciudad natal del actual presidente de Chile, Gabriel Boric. El mismo Boric que se presentó a las elecciones del 21 de noviembre de 2021 como la única opción de izquierda para el país, perfilándose casi como un heredero de Allende. Después de ganar los comicios nunca desaprovechó una sola oportunidad para condenar a Venezuela, a Cuba o Nicaragua «por las violaciones a los Derechos Humanos».
Siguió al pie de la letra la política de sus supuestos rivales ideológicos, de militarizar las tierras mapuche. Defendió a los carabineros que cometieron atrocidades contra sus compañeros y electores. Nunca ha dejado de reprimir a los movimientos sociales, incluido el grupo de familiares de los detenidos desaparecidos.
Respecto a las críticas hacia los crímenes del Estado de Israel por parte de Boric, algo que el ‘mundo civilizado’ sí le permite criticar a diferencia de la ‘incuestionable y ejemplar democracia ucraniana’, me atrevo a recordar que el principal luchador en Chile contra el régimen sionista, el alcalde comunista Daniel Jadue, extrañamente se encuentra preso con este Gobierno ‘de izquierda’ donde «las instituciones sí funcionan».
Jadue fue el principal rival de Boric para representar la opción antipinochetista antes de las elecciones presidenciales. En la comuna Recoleta, junto a sus habitantes hizo grandes proyectos sociales muy conocidos en todo el país como farmacias, bibliotecas, inmobiliarias populares y varios otros, que marcaron un antes y un después en la gestión municipal del país. Hace pocas semanas Daniel Jadue fue formalmente acusado por cinco delitos de ‘corrupción’, justamente por su gestión en las farmacias populares que aseguraron el acceso a medicinas de cientos de miles de chilenos en el país con la salud más cara en Latinoamérica.
Boric, como un demócrata ejemplar, no comentará las «decisiones de la Justicia». En la reciente ‘cumbre de paz de Ucrania‘, aparte de saludar a su buen amigo Zelenski, el presidente chileno se superó a sí mismo comparando los ‘ataques de Rusia’ contra Ucrania con los de Israel en Gaza.
De inmediato después de esto, Miguel Lawner escribió en la Revista chilena De Frente: «Es imposible que Boric ignore las causas que motivaron la intervención rusa en la región del Donbass. Es un tema que a mí me toca personalmente, porque mis padres nacieron en Ucrania y se vieron obligados a emigrar desde allí el año 1922 como consecuencia de los asaltos contra las aldeas pobladas preferentemente por familias judías, originadas tras la caída del Imperio Zarista».
«Desde entonces se conoce la palabra ‘pogrom’, que en lengua rusa significa devastación. Ucrania es gobernado hoy por las fuerzas que asumieron el poder en ese país tras el golpe de Estado que tuvo lugar en 2014 […] Dicha acción contó con el apoyo total de los EE.UU., interesados en detener la creciente influencia política y económica alcanzada por Rusia tras el ascenso de Putin al poder», continuó Lawner.
Haciendo un breve y certero recorrido por la historia de la actual tragedia ucraniana, Lawner aclara y advierte del batallón neonazi Azov, «cuerpo paramilitar, encargado de agredir constantemente a las repúblicas independientes del Donbass». «Se trata de una organización de ultraderecha que fundó Andriy Biletsky, un criminal que cumplía condena en la cárcel por asesinato y que fue liberado tras el golpe [de Estado] de 2014. Sus crímenes son incontables, incluyendo 48 sindicalistas quemados vivos, en […] Odessa», escribió.
«El batallón Azov nunca ha ocultado su admiración por los nazis. Biletsky profesó su apoyo a la ‘cruzada de las naciones blancas del mundo contra los subhumanos dirigidos por los judíos'».
«Por otra parte, se han constituido en una peligrosa escuela internacional destinada a la formación de fuerzas paramilitares, preparadas para agredir y acabar con cualquier manifestación popular que ponga en peligro los regímenes reaccionarios vigentes en cualquier lugar del mundo. Cuentan con pleno respaldo del actual Gobierno de Ucrania, que los ha incorporado como un regimiento más de sus fuerzas militares», recordó.
«Durante la última elección presidencial efectuada en nuestro país, me llamó la atención el despliegue de una extraña bandera […]. Indagando sobre el significado de dicha bandera, me enteré, por primera vez, de la existencia de este batallón Azov, cuyos emblemas son semejantes a los de las fuerzas especiales de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Los ejecutores del genocidio que ultimaron e incineraron a seis millones de personas en cámaras de gases son los maestros que guían las acciones criminales de estos legítimos neonazis y ya los tenemos en Chile. Es Imposible que Boric ignore estos antecedentes», concluyó Lawner.
Es totalmente imposible. Por eso es tan increíble oír todavía tantas voces en Chile sobre la «presión bestial de la derecha» contra el Gobierno. ¿De qué ‘derecha’ nos están hablando? ¿Y de qué gobierno de ‘izquierda’? Recuerdo que, mucho antes de la aparición de Gabriel Boric en el panorama político, discutíamos tanto de si valía la pena salvar a un gobierno que es de derecha disfrazada de izquierda por otra derecha disfrazada de su oposición.
Porque la izquierda chilena, dividida y fragmentada, como la mayoría de las izquierdas del mundo (si es que todavía podemos seguir hablando en estos términos), siempre en el último momento, salvaba a los gobiernos neoliberales de la derrota electoral. Siempre incumpliendo su promesa de las elecciones anteriores de «no votar nunca más por ellos» por el miedo al retorno al poder de la derecha pinochetista. Con aquella bondad de siempre «poner la otra mejilla del prójimo», como decía un compañero.
El Gobierno de Gabriel Boric es el resultado más claro de este largo carnaval de chantajes, que fue la vida política de Chile después del retorno a la democracia en 1988. Un gobierno que se posiciona como víctima de ‘presiones de la derecha’, pero muy poco y casi nada tiene de izquierda. Además, queda algo muy claro, y es que el próximo gobierno de Chile no será solo de derecha declarada, sino que al fin, pinochetista. Porque ninguno hizo más para desacreditar las ideas de izquierda y para confundir a todo el mundo que el propio Gobierno de Gabriel Boric, quien ‘se equivoca’ o ‘ignora’ algo siempre para un solo lado.
Un gobierno que se posiciona como víctima de ‘presiones de la derecha’, pero muy poco y casi nada tiene de izquierda.
El problema de Chile no es que a Boric ‘no le guste personalmente Putin’, como él confesó hace unos días en Suiza. Ni siquiera que sienta admiración por Zelenski hasta que pueda parecerse en algo a él. Aquí el gran lío está en la traición. Tanta fe y esperanza se puso en este personaje desde el inicio de su mandato tras tantos sacrificios en las calles, de meses de estallido social soñando con cambiar algo sustancial, no el retrato de unos sinvergüenzas en las oficinas del Estado por retratos de otros parecidos.
Seguramente, don Miguel Lawner sabe más que cualquiera de nosotros de las grandes decepciones a lo largo del tiempo y de la historia, pero desde su lucidez y sabiduría nos enseña que la única respuesta posible a esta desesperanza que nos imponen a escala mundial es seguir luchando. Y de vez en cuando mirar a lo infinito de los mares o de nuestros sueños, donde en algún lugar vive la ballena bautizada por mis compañeros de aventura como ‘Ucrania’.