A pesar de la importancia que tiene la elección de 346 alcaldes y varios miles de concejales, los partidos políticos chilenos lo que tienen más en vista son las elecciones parlamentarias y presidenciales del próximo año. Los comicios municipales de noviembre próximo se constituirán sobre todo en una verdadera primaria entre los referentes oficialistas y de oposición.
Pese a todos sus desacuerdos, las cúpulas políticas convienen en este momento todo tipo de pactos electorales con el propósito de imponerse ante los adversarios. Desde el Gobierno, para revertir la creciente impopularidad de Gabriel Boric; desde la oposición, para aspectar a un candidato presidencial que les permita un próximo retorno a La Moneda.
Todas las componendas electorales del presente no pueden soslayar que en uno y otro sector existen profundas desavenencias internas. Especialmente dentro de la centroizquierda, donde la tensión entre los comunistas y el Frente Amplio frente a sus aliados del socialismo, el PPD, la democracia cristiana y otras fuerzas centristas difícilmente lograrán salvar y proyectar su alianza hacia un nuevo período presidencial.
Todo ello tiene hoy, por consecuencia, la incapacidad del Ejecutivo de cumplir con los cambios más radicales prometidos durante la candidatura presidencial de Boric. La equilibrada repartición de los numerosos y bien remunerados cargos gubernamentales parece ser lo que mejor explica que el oficialismo se mantenga ensamblado. Porque entre sus afanes principales, las colectividades políticas deben velar por la “estabilidad laboral” de sus militantes. Esto es cuando priman los intereses personales y de las castas dirigentes sobre las aspiraciones ideológicas y promesas programáticas. Especialmente, si se abjura de la movilización social para respaldar las reformas.
En este sentido cuesta explicarse los acuerdos electorales entre los sectores más radicalizados de la izquierda que alentaron, por ejemplo, el Estallido Social del 2019, criticando mordazmente a quienes formaban parte de los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría. Los que quedaran, finalmente, tan desacreditados ante la ciudadanía como para explicar dos veces el triunfo electoral de la derecha con Sebastián Piñera.
Pero la llamada “ingeniería electoral puede explicarlo todo. También en los sectores derechistas en que claramente se expresan dos tendencias a ratos irreconciliables, como la que representan el ultraderechista José Antonio Kast y la abanderada ya proclamada de la UDI, Evelyn Matthey. Sin embargo, ambos sectores saben que por separado sería muy difícil acceder nuevamente al Ejecutivo y consolidar una mayoría en el Congreso Nacional. De este forma, es que en la elecciones municipales próximas estas agrupaciones van a competir por su cuenta, aunque ya vienen consolidando soterrados pactos por omisión entre algunos con el doble propósito de ganar alcaldías y sumar más votos que el oficialismo con vista a los comicios presidenciales.
No son pocas las colectividades de derecha por lo que se les hace difícil integrar un solo referente electoral. Sin embargo, sabemos que sus desacuerdos se hacen agua cuando los sectores que representan y financian les aprietan las clavijas. Esto es, las patronales empresariales, buena parte de los inversionistas extranjeros y grupos fácticos como El Mercurio. A lo que hoy debemos añadir la presión del conservadurismo mundial, interesado en que un país como el nuestro nunca más se incline hacia la izquierda y se pueda poner en jaque el modelo neoliberal. Que por ahora sigue tan vigente gracias a la convergencia de derechistas y centro izquierdistas. Ya sea desde La Moneda o el Parlamento.
Como ocurre tan habitualmente en la política, lo que hay ahora en Chile son miles de candidatos y decenas de referentes en competencia, también, con una gran cantidad de postulantes independientes que han dejado sus partidos en la frustración que le provoca no ser sumados a las distintas nóminas electorales cupulares.
Es manifiesto, también, que la competencia ya está marcada por una propaganda que releva nombres vacíos de propuestas en relación a las demandas de las comunas del país, donde transcurre la vida real y se sufren constantemente los problemas de seguridad y las severas asimetrías económico sociales. Los que esperan por pensiones justas, los que integran las listas de espera de los hospitales, los que erigen campamentos en el sueño de la casa propia, los miles de deudores universitarios del Crédito con aval del Estado y esa masa creciente de inmigrantes dramáticamente infiltrados por el crimen organizado y las mafias del narcotráfico.
Todo bajo un estado de derecho tutelado por militares y policías que mantienen como rehenes a los distintos poderes públicos, en que la tónica ahora es la existencia de un gobierno de centro izquierda empeñado en “pacificar” la Araucanía, encarcelar a los líderes mapuches que antes se elogiaban, proteger la sacrosanta economía de mercado y otorgarle confianza a los inversionistas nacionales y extranjeros.
Ante una oposición también codiciosa afanada en ganar elecciones en vez de conformarse por todo lo que hace el Gobierno y los partidos izquierdistas (como así los tildan) por servir a sus ideas e intereses ya ancestrales en nuestra política.