Las inundaciones de esta semana, provocadas por el frente de mal tiempo que afectó una gran parte del territorio nacional, tuvieron efectos devastadores en algunas comunidades dejando sus viviendas inhabitables y la infraestructura pública gravemente dañada. Los desastres no son naturales, son responsabilidad de las personas.
No se trata de “desastres” naturales como los llama la gente y que los medios de comunicación se encargan de repetir majaderamente. Son fenómenos de la naturaleza que afectan gravemente a las personas y su infraestructura, por no haber sido capaces de respetar el alcance que puede llegar a tener la naturaleza. En algunos casos por necesidad, otras por ignorancia, por codicia o por la soberbia de creer que la naturaleza se puede “domar” o subyugar a la voluntad de los seres humanos.
No son “desastres” naturales los socavones en la dunas de Viña del Mar, tampoco lo son las viviendas arrastradas por las aguas de los ríos de Arauco, ni el anegamiento de poblaciones en múltiples ciudades, o el daño a la infraestructura vial en muchos puntos del territorio.
Los terremotos o erupciones volcánicas no causan muertes, sino que son la infraestructura mal construida en el caso de los primeros o las viviendas mal emplazadas en el segundo caso.
Según UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), «se prevé que el número de desastres de mediana y gran escala aumente de 350 y 500 cada año a 560 –es decir, 1,5 por día– en 2030 (UNDRR, 2022). Esto resulta especialmente preocupante a la luz de la crisis climática. Cada año se rompen récords climáticos, y los últimos siete años (2015 a 2021) han sido los más cálidos jamás registrados (Organización Meteorológica Mundial, 2022)”.
Si en el pasado desafiamos a la naturaleza creyendo ser capaces de dominarla, hoy es urgente volver a nuestros orígenes y aprender a convivir con ella. Primero hay que reconocer que la naturaleza tiene límites que no se deben traspasar, y segundo, que nuestra huella ambiental debe ser reducida drásticamente.
Aprender a convivir con la naturaleza es un proceso que necesita conocimientos y conciencia. Conocimientos para comprender los ecosistemas locales y globales, y conciencia para reflexionar sobre cómo las conductas y obras humanas pueden provocar desastres.
Adquirir conocimientos y conciencia es el rol principal de los sistemas educativos. La educación no es sólo “pasar materia”, ésta debe cumplir un rol de empoderar a niñas, niños y jóvenes, así como sus comunidades para que sean capaces de comprender la responsabilidad de los seres humanos en los desastres y acciones de mitigación de los mismos.
Para una sociedad, es altamente ineficaz actuar sólo en la mitigación de desastres, por lo que toda inversión en educación y prevención es indispensable. En esta línea, son los marcos regulatorios los que imponen límites a la codicia, la ignorancia o la necesidad.
Aprender a convivir con la naturaleza requiere de los mismos principios que la convivencia entre personas: empatía, respeto y valoración de la diversidad.