El antisemitismo ocupa los titulares. El primer ministro israelí califica de antisemita la acusación de que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza, e incluso los estudiantes en varios países que piden un alto el fuego. Lo que Israel está haciendo provoca de hecho actos antisemitas dirigidos contra sinagogas y escuelas judías. Por tanto, es importante entender qué es el antisemitismo, lo que no lo es, y cómo puede distinguirse del antisionismo.
Aunque los actos antisemitas en Europa se remontan a hace más de mil años, desde el siglo XIX el término «antisemitismo» se ha utilizado para describir el odio a los judíos como raza, un concepto que fue decisivo para la expansión del colonialismo. El racismo se consideraba entonces legítimo, e incluso tenía una base científica. Afirmaba la inferioridad de todos los judíos, africanos, asiáticos y otros. Este racismo explica las masacres de millones de personas en el Congo belga a principios del siglo XX, los genocidios que Alemania cometió al mismo tiempo en el suroeste de África (hoy Namibia), y luego, apenas treinta años después, en Europa, exterminando a millones de judíos, eslavos, gitanos y otros «subhumanos». El antisemitismo es, por tanto, una forma de racismo.
El antisionismo, por su parte, es un rechazo del sionismo, movimiento político surgido en Europa a finales del siglo XIX. Su fundador, Theodor Herzl (1860-1904), estaba preocupado por el antisemitismo y pretendía crear Der Judenstaat, un Estado para los judíos. El sionismo, que surgió en un momento en que el nacionalismo étnico y el derecho de los pueblos a la autodeterminación estaban en pleno auge (Grecia, Alemania, Italia, etc.), afirmaba que los judíos constituían un pueblo o raza aparte que, al no poder jamás integrarse en la sociedad europeo, necesitaba un Estado.
El movimiento fomentó la colonización de Palestina y creó instituciones como el Jewish Colonial Trust (1899) y la Palestine Jewish Colonisation Association (1924). Esta campaña de colonización, que creó una economía y una sociedad separadas bajo la égida británica, marginó e incluso trató de sustituir a la población local. Provocó una resistencia que habría surgido del mismo modo si los palestinos hubieran sido colonizados y maltratados por los franceses o los chinos. La oposición a Israel y al sionismo, su ideología fundadora, es por tanto de origen político.
Desde el principio, el sionismo fue una revolución contra el judaísmo tradicional que se había desarrollado a través del mundo a lo largo de casi dos mil años. El nuevo movimiento dividió a los judíos y fomentó una oposición, tanto religiosa como política, que persiste hasta nuestros días. Se puede ver a judíos ultraortodoxos en manifestaciones contra Israel junto a activistas progresistas de Jewish Voice for Peace o Independent Jewish Voices. Basta recordar las manifestaciones judías del pasado noviembre en torno a la Estatua de la Libertad de Nueva York exigiendo la libertad para los palestinos.
El sionismo, como todo nacionalismo, divide al grupo en cuyo nombre pretende actuar. Los judíos opuestos al sionismo son un fenómeno tan normal como los catalanes opuestos a la independencia. Muchos judíos celebraron la creación del Estado de Israel en 1948, otros la denunciaron. Hoy en día, es la tragedia de los palestinos la que ahonda aún más esta división entre los judíos.
Lo que fomenta el antisemitismo es la fusión, por parte de Israel y de las organizaciones judías y cristianas proisraelíes, de los judíos con Israel, del judaísmo con el sionismo. Israel promueve esta amalgama declarándose «El Estado del Pueblo Judío», aunque la mitad de los judíos no viven allí y cada vez más jóvenes judíos lo rechazan. Además, los aliados de Israel en todo el mundo utilizan esta amalgama para reprimir las críticas a Israel tachándolas de antisemitas.
Quienes declaran su solidaridad con Israel como judíos refuerzan esta amalgama y, sin duda a su pesar, avivan las llamas del antisemitismo. Es cierto que Israel se ha convertido en un elemento central de la identidad de muchos judíos, que confunden su opción política -apoyar a un Estado en Asia Occidental- con una lealdad al judaísmo (véase la reciente película Israelismo). Pero es esencial evitar la trampa de las generalizaciones racistas asociando a todos los judíos con los sionistas, sobre todo que la gran mayoría de los sionistas son cristianos evangélicos.