Tras el debate sobre seguridad se enfrentan visiones de la sociedad y del Estado opuestas que debieran expresarse en propuestas que se hagan cargo de estas y especialmente que releven los principios que las inspiran; las necesidades de trabajadores y trabajadoras, pero también soluciones en las que estos participen y tengan la posibilidad de evaluar y controlar.
Hernán González. Profesor. Valparaíso. 29/4/2024. El asesinato de tres carabineros en Cañete, en lugar de generar un debate político acerca del combate a la delincuencia y las políticas de seguridad, ha sido la excusa para el despliegue del sentimentalismo, la demagogia y legitimar la furia y la agresividad contenida de la sociedad. Una de las condiciones que históricamente ha facilitado el ascenso del fascismo es precisamente la liberación del subjetivismo y la irracionalidad más básica, legitimando la violencia intrínseca de las sociedades capitalistas.
En la actualidad, y a diferencia del fenómeno fascista de mediados del siglo XX, como producto de la destrucción del Estado y su reducción a las labores de seguridad interior, resguardo de las fronteras y administración de justicia, que son las únicas para las que sirve de acuerdo al principio de subsidiariedad. De esta manera, el neoliberalismo deja librada a nuestra sociedad a la fuerza desatada de los deseos y preferencias individuales que, al no ser siempre satisfechas por éste, buscan una manera de hacerlo que no pase por las formas de la deliberación racional sino por la pura imposición de la fuerza.
El Estado se ve reducido precisamente a esta forma irracional de resolución del conflicto social y por consiguiente, a adoptar las formas menos racionales y democráticas de hacerse cargo de él. Ya se escuchan propuestas en orden a reponer la pena de muerte, incluso restringiendo su aplicación al asesinato de carabineros; y en versiones más sofisticadas, citar al COSENA y decretar Estados de Emergencia, esto es, limitar el ejercicio de derechos y garantías constitucionales, como una manera de hacer frente a un problema de orden público sin siquiera haber hecho un debate respecto de su significado y alcances.
De esta manera, no sólo se legitima el despliegue de la represión sobre la sociedad sino que se la prepara para la asimilación de la violencia subjetiva que se expresa en rechazo al inmigrante en primer lugar, los pueblos indígenas, y después a la población LGBTQ, los sindicalistas, los defensores y defensoras del medioambiente, a todos quienes se identifica como lo que no se adapta al sentido común. Aquello que no se adapta a normas de convivencia social que se tienen por naturales y por medio de las cuales se relacionan o debiesen hacerlo, las comunidades hasta que dichas normas no son capaces de otorgar respuestas razonables a deseos y aspiraciones individuales que luego se manifiestan violentamente.
Dicha violencia entonces se vuelve finalmente sobre las mismas comunidades que la sufren en forma de narcotráfico, delincuencia común, violencia de género y por orientación sexual, pobreza y malos tratos en los servicios de salud, educación y transporte público, en la forma de represión. Es la espiral de violencia en la que se refocila el neoliberalismo y que Trump, Bolsonaro y Kast prefieren como el escenario ideal para difundir los valores de la intolerancia, del supremacismo racial, el clasismo y detener el avance las ideas de izquierda y progresistas.
La desmovilización de los sindicatos, el movimiento estudiantil, las asociaciones de usuarios y consumidores, le han dejado el camino despejado a la ultraderecha y no precisamente, como presumen los ideólogos del sistema como Tironi y Brunner, producto de su satisfacción con el modelo. Incluso sus propias encuestas lo demuestran. La reducción de su política y sentido histórico, a la lucha económica y el retiro de éstas de los espacios de debate político, refuerza la tendencia inherente del sistema a naturalizar las condiciones de exclusión y marginalidad de amplios sectores integrados a través del crédito, promesa que se vuelve luego una nueva forma de exclusión que es el endeudamiento.
Pero además de el trabajo de base en sindicatos, asociaciones de deudores, usuarios, organizaciones juveniles para participar del debate político de la sociedad, se debe realizar una labor de lucha ideológica con la derecha y su caricatura, debate respecto del cual se han manifestado ideas y principios en documentos de Socialismo Democrático, el Frente Amplio y el Partido Comunista. Estas ideas, no son sólo declaraciones de principios abstractas sino orientaciones políticas de su actuación y lo que las diferencia no en el plano doctrinario, sino en la práctica política de las posiciones derechistas y la deriva reaccionaria a la que ha dado lugar en el último tiempo.
Por cierto, la inseguridad y la violencia delictual en barrios y poblaciones habitadas por trabajadores y trabajadoras es una más de las formas en las que se vive la vulnerabilidad y la precariedad de la vida bajo el sistema neoliberal, que primero genera las condiciones para su proliferación y luego la enfrenta por medio de la represión, el encierro, el control y la restricción de los derechos civiles y políticos de los mismos que las sufren. Tras el debate sobre seguridad se enfrentan visiones de la sociedad y del Estado opuestas que debieran expresarse en propuestas que se hagan cargo de estas y especialmente que releven los principios que las inspiran; las necesidades de trabajadores y trabajadoras, pero también soluciones en las que estos participen y tengan la posibilidad de evaluar y controlar.