Una cultura de guerra que odia la pasión ética de los jóvenes
Por Norman Solomon
Al persistir en su apoyo a una guerra impopular, el demócrata en la Casa Blanca ha contribuido a provocar una rebelión casera. Los jóvenes, menos propensos a la deferencia y más propensos a la indignación moral, encabezan la oposición pública a la matanza en curso en Gaza. Mientras las elites insisten en realizar trabajos de mantenimiento para la maquinaria de guerra, la agitación universitaria es un choque entre aceptar o resistir.
Las palabras anteriores las escribí recientemente, pero podría haber escrito otras muy similares en la primavera de 1968. (De hecho, lo hice.) Joe Biden no ha enviado tropas estadounidenses a matar en Gaza, como lo hizo el presidente Lyndon Johnson en Vietnam, pero el actual presidente ha hecho todo lo posible para proporcionar cantidades masivas de armas y municiones a Israel, haciendo literalmente posible la matanza en Gaza.
El conocido dicho: “cuanto más cambian las cosas, más igual quedan” es falso y a la vez verdadero. Durante las últimas décadas, la consolidación del poder corporativo y el auge de la tecnología digital han provocado enormes cambios en la política y las comunicaciones. Sin embargo, los humanos siguen siendo humanos y persisten ciertas dinámicas cruciales. El militarismo exige conformidad y, a veces, no la logra.
Cuando la Universidad de Columbia y muchas otras universidades estallaron en protestas contra la guerra a finales de la década de los 60, el despertar moral fue una conexión humana con la gente que sufría horriblemente en Vietnam. Lo mismo ha ocurrido con la gente de Gaza durante las últimas semanas. En ambas épocas se lanzaron enérgicas medidas por parte de los administradores universitarios y la policía, así como mucha negatividad en los principales medios de comunicación, contra los manifestantes todo lo cual refleja sesgos claves en la estructura de poder de este país.
“Lo que se necesita es comprender que el poder sin amor es imprudente y abusivo, y que el amor sin poder es sentimental y anémico”, dijo Martin Luther King, Jr., en 1967. “El poder en su máxima expresión es el amor que implementa las demandas de la justicia, y la justicia en su máxima expresión es el amor que corrige todo lo que se opone al amor”.
Interrumpir la cultura de la muerte
Esta primavera los estudiantes, corriendo el riesgo de ser arrestados y poniendo en peligro sus carreras universitarias con consignas como “Alto el fuego ahora”, “Palestina libre” y “Desinvertir en Israel”, rechazaron algunas reglas claves no escritas de esta cultura de la muerte. Desde el Congreso hasta la Casa Blanca, la guerra (y el complejo militar-industrial que la acompaña) es crucial para el modelo político capitalista.
Mientras tanto, los administradores universitarios y los ex alumnos (ahora mega-donantes), a menudo tienen vínculos monetarios con Wall Street y Silicon Valley, donde la guerra es una empresa multimillonaria. En el entretanto, las ventas de armas a Israel y muchos otros países generan opulentas ganancias.
Los nuevos levantamientos universitarios son un shock para el sistema de guerra. Los administradores de ese sistema, engrasando constantemente su maquinaria, no tienen ningún espacio para la repugnancia moral en sus balances de cuentas. Y la negativa de un número apreciable de estudiantes a sus guerras no cuenta. Para el establishment económico y político, solo es un gran problema de como controlar mas.
A medida que las matanzas, las mutilaciones, la devastación y el aumento del hambre en Gaza continúan mes a mes, el papel de Estados Unidos se ha vuelto incomprensible por que no se le atribuye al presidente y a la gran mayoría de los representantes del Congreso, un nivel de inmoralidad que antes parecía inimaginable para la mayoría de los estudiantes universitarios. Como muchos otros en Estados Unidos, los estudiantes que protestan están luchando por que se dan cuenta de que las personas que controlan los poderes ejecutivo y legislativo están apoyando directamente el asesinato en masa y el genocidio.
A finales de abril, cuando los abrumadores votos bipartidistas en el Congreso aprobaron (y el presidente Biden firmó con entusiasmo) un proyecto de ley que enviaría 17 mil millones de dólares en ayuda militar a Israel, la única forma de obviar esta absoluta depravación de quienes estaban en el poder era mirar para otro lado o y seguir esclavizados por esta cultura dominante de la muerte.
Durante sus últimos años en el puesto y con la guerra de Vietnam en pleno apogeo, el presidente Lyndon Johnson fue recibido con el cántico: “Oye, oye, LBJ, ¿cuántos niños mataste hoy?” Ese mismo canto podría dirigirse al presidente Biden. Se estima que el número de niños palestinos asesinados hasta ahora por el ejército israelí armado por Estados Unidos es de casi 15.000, sin contar el número desconocido de niños aún enterrados entre los escombros de Gaza. Ahora, no es de extrañar que los funcionarios de la administración Biden corran el riesgo de ser denunciados en voz alta cada vez que hablan en lugares abiertos al público.
Igualando de otra manera la época de la Guerra de Vietnam, los miembros del Congreso continúan aprobando enormes cantidades de fondos para el asesinato en masa. El 20 de abril, sólo el 17% de los demócratas de la Cámara y sólo el 9% de los republicanos de la Cámara votaron en contra del nuevo paquete de ayuda militar para Israel.
Se supone que la educación superior conecta lo teórico con lo real, esforzándose por comprender nuestro mundo tal como es realmente. Sin embargo, una cultura de la muerte, que promueve a la vez tranquilidad universitaria y los asesinatos en masa en Gaza, prospera gracias a las desconexiones. Todos los temas y pretensiones del mundo académico pueden hacernos desviar la atención sobre las consecuencias y destinos de las armas estadounidenses.
Lamentablemente, los preceptos fácilmente citados como ideales vitales resultan muy fáciles de tirar por la borda para que no aprieten incómodamente el dedo gordo del pie. Entonces, cuando los estudiantes se toman las ciencias sociales lo suficientemente en serio como para montar campamentos de protesta en los recintos universitarios, los multimillonarios donantes le exigen al presidente de la universidad que ponga fin a los disturbios, lo que siempre resulta en una dura represión policial.
Un mundo de doble-pensamiento y sordera desquiciada
La explicación de George Orwell sobre el “doble-pensamiento” en su famosa novela 1984 encaja bien cuando se trata de la supuesta lógica de tantos comentaristas que deploran a los manifestantes estudiantiles mientras exigen el fin de la complicidad en la matanza que aún se está llevando a cabo en Gaza: “Saber y no saber, ser consciente de la verdad completa mientras se dicen mentiras cuidadosamente construidas, sostener simultáneamente dos opiniones que se anulan entre si sabiendo que son contradictorias y creyendo en ambas, usar la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad y al mismo tiempo reivindicarla».
Reivindicando la moralidad, la Liga Anti-difamación (ADL), ha estado muy ocupada disparando salvas mediáticas contra los manifestantes estudiantiles. El director ejecutivo de esa organización, Jonathan Greenblatt, ha declarado rotundamente que “el antisionismo es antisemitismo”, sin importar cuántos judíos se declaren “antisionistas”. Hace cuatro meses, la ADL publicó un informe en el que categorizaba las manifestaciones pro-palestinas con “cánticos y consignas antisionistas” como eventos antisemitas. A finales de abril, la ADL utilizó la etiqueta de “antisemita” para condenar las protestas de estudiantes en Columbia y otros lugares.
“Tenemos un problema generacional muy, muy, muy importante”, advirtió Greenblatt en una llamada telefónica de estrategia de la ADL filtrada en noviembre pasado. Y añadió: “La cuestión del apoyo de Estados Unidos a Israel no es de izquierdas o de derechas; es sobre jóvenes y viejos… Realmente tenemos un problema de TikTok, un problema de la Generación Z… El verdadero desafio es la próxima generación”.
Junto con una tímida condescendencia hacia los estudiantes, un enfoque frecuente es tratar la matanza masiva de palestinos como de mínima importancia. Y por eso, cuando el columnista del New York Times Ross Douthat escribió a finales de abril sobre las protestas de los estudiantes en Columbia, simplemente describió las acciones del gobierno israelí como “fallas”. Quizás si algún gobierno estuviera bombardeando y matando a los familiares de Douthat, este abría usado una palabra diferente.
Como bien recuerdo, una mentalidad similar, infundió la cobertura mediática de la guerra de Vietnam. Para los principales medios de comunicación, lo que le estaba sucediendo al pueblo vietnamita estaba muy por debajo de muchas otras preocupaciones, a menudo hasta el punto de la invisibilidad. A medida que los medios de comunicación comenzaron gradualmente a lamentarse del “atolladero” de esa guerra, la atención se centró en el porqué el liderazgo del gobierno de Estados Unidos se había estancado tanto. Reconocer que el esfuerzo bélico estadounidense equivalía a un crimen masivo contra la humanidad era poco común. Entonces como ahora, los quiebres morales de las organizaciones políticas y mediáticas dominantes se alimentaron mutuamente.
Como barómetro del clima político imperante entre las élites dominantes, las posturas editoriales de los diarios indican prioridades en tiempos de guerra. A principios de 1968, el Boston Globe llevó a cabo una encuesta a 39 periódicos importantes de Estados Unidos y descubrió que ninguno de ellos había editorializado a favor de una retirada estadounidense de Vietnam. Para entonces, decenas de millones de estadounidenses estaban a favor de tal retirada.
Esta primavera, cuando la junta editorial del New York Times finalmente pidió que se condicionaran los envíos de armas estadounidenses a Israel (seis meses después de que comenzara la matanza en Gaza), el editorial fue timorato y mostró un profundo sesgo etnocéntrico. Declaró que “el ataque de Hamás del 7 de octubre fue una atrocidad”, pero no se aplicó ninguna palabra que se acercara a “atrocidad” a los ataques israelíes que se produjeron desde entonces.
El editorial del Times lamentó que “el Sr. Netanyahu y los intransigentes de su gobierno” habían roto un “vínculo de confianza” entre Estados Unidos e Israel, y agregó que el primer ministro israelí “ha hecho oídos sordos a las repetidas demandas del señor Biden y su equipo de seguridad nacional de hacer más para proteger a los civiles en Gaza de ser dañados por armamentos (estadounidenses)”. El consejo editorial del Times estuvo notablemente propenso a subestimar, como si alguien que supervisara la matanza masiva de civiles todos los días durante seis meses simplemente no estuviera haciendo lo suficiente “para proteger a los civiles”.
Aprender haciendo
Los miles de estudiantes que protestan ante los edictos de las administraciones universitarias y la violencia de la policía, han recibido una verdadera educación sobre las verdaderas prioridades de las estructuras de poder estadounidenses. Por supuesto, las autoridades (dentro y fuera de los campus) han querido volver a la atmósfera pacífica habitual en los campus. Como comentó hace mucho tiempo con ironía el estratega militar Carl von Clausewitz: “Un conquistador es siempre un amante de la paz”.
Los partidarios de Israel están hartos de las protestas en las universidades. El Washington Post publicó recientemente un ensayo de Paul Berman que deploraba lo que ha sido de su alma mater, Columbia. Después de una breve mención de la matanza de civiles de Gaza por parte de Israel y la imposición de la hambruna, Berman declaró que “en última instancia, la cuestión central de la guerra es Hamás y su objetivo… la erradicación del Estado de Israel”. La cuestión central. Considérelo una manera de decir que, si bien es desafortunada, la matanza en curso de decenas de miles de niños y otros civiles palestinos, no importa tanto como el temor de que Israel, con armas nucleares y una de las fuerzas aéreas más poderosas del mundo, esté en peligro de ser “erradicado”.
En los medios han proliferado artículos similares a los de Douthat y Berman, pero sin darse cuenta lo que el senador Bernie Sanders dejó claro recientemente en un mensaje público al primer ministro israelí: “Sr. Netanyahu, el antisemitismo es una forma vil y repugnante de intolerancia que ha causado un daño indescriptible a millones. No insulten la inteligencia del pueblo estadounidense intentando distraernos de las políticas de guerra inmorales e ilegales de su gobierno extremista y racista”.
Los manifestantes universitarios han demostrado que no se dejarán distraer. Continúan insistiendo (no de manera impecable, pero sí maravillosamente) en que la vida de todas las personas importa. Durante décadas, y desde octubre de manera particularmente mortífera, la alianza entre Estados Unidos e Israel ha tratado las vidas palestinas como prescindibles. Y eso es exactamente a lo que se oponen las protestas.
Por supuesto, las protestas pueden parpadear y morir. En medio de protestas contra la guerra de Vietnam y la invasión estadounidense de Camboya, cientos de campus estadounidenses cerraron en la primavera de 1970 quedando inactivos en el semestre de otoño. Pero para innumerables personas, las chispas encendieron un fuego de justicia social que nunca se apagaría.
Uno de ellos, Michael Albert, cofundador de la innovadora revista Z, ha continuado con su trabajo activista desde mediados de los años sesenta. «Ahora mucha gente está comparando 1968″, escribió en abril. “Ese año fue tumultuoso. Nos sentimos inspirados. Teníamos calor. Pero llega este año y (la cosa) se está moviendo más rápido. Ese año la izquierda que yo y tantos otros vivimos y respiramos fue poderosa. Éramos valientes, pero tampoco entendíamos muy bien cómo ganar. No nos imites. Trasciéndenos”. Luego agregó: “Los levantamientos masivos emergentes deben persistir, diversificarse y ampliar su enfoque y alcance. Y bueno, en sus campus, nuevamente lo hacen mejor que nosotros. Luchar para desinvertir, pero también luchar para cambiarlos estructuralmente a aquellos que toman las decisiones –que deberían ser ustedes– nunca más inviertan en genocidio, guerra y, de hecho, represión y opresión de cualquier tipo. Mañana es el primer día de un futuro muy, muy largo y potencialmente increíblemente liberador. Pero un día es sólo un día. Persistir.»
La perseverancia será verdaderamente esencial. Los engranajes de las fuerzas pro-israelitas están totalmente entrelazados con la maquinaria de guerra estadounidense. El movimiento para detener la opresión asesina contra los palestinos por parte de Israel se enfrenta a todo el complejo militar-industrial-del Congreso.
Estados Unidos gasta más en su ejército que los 10 países siguientes juntos (y la mayoría de ellos son aliados), al tiempo que mantiene 750 bases militares en el extranjero, mucho más que todos sus adversarios oficiales juntos. Estados Unidos continúa liderando la carrera armamentista nuclear hacia el olvido. Y los costos económicos son impresionantes. El Instituto de Estudios Políticos informó el año pasado que el 62% del presupuesto discrecional federal se destinó a “programas militarizados” de un tipo u otro.
En 1967, Martin Luther King, Jr., describió el gasto de este país para la guerra como un “tubo de succión demoníaco y destructivo”, que quita enormes recursos para las necesidades humanas.
Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.
Con sabiduría trascendente, el levantamiento estudiantil de esta primavera ha rechazado el conformismo como un anestésico letal mientras los horrores continúan en Gaza. Los líderes de las instituciones estadounidenses más poderosas quieren continuar como siempre, como si la participación oficial en el genocidio no fuera motivo particular de alarma. En cambio, los jóvenes se han atrevido a marcar el camino, insistiendo en que esa cultura de la muerte es repugnante y completamente inaceptable.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés por TomDispatch.
*Norman Solomon es el director nacional de RootsAction.org y director ejecutivo del Institute for Public Accuracy / Instituto para la Exactitud Pública. Es autor de muchos libros, incluido War Made Easy. Su mas reciente libro, War Made Invisible: How America Hides the Human Toll of Its Military Machine / La guerra se vuelve invisible: cómo Estados Unidos oculta el costo humano de su maquinaria militar, fue publicado en 2023 por The New Press. Este artículo fue escrito originalmente en inglés y traducido por Fernando Torres Veliz.