por Viridiana Hernández Fernández, Profesora asistente del Departamento de Historia, Universidad de Iowa

El amor de los consumidores por los aguacates en Estados Unidos parece no tener límites. Entre 2001 y 2020, el consumo de esta fruta cargada de grasas saludables se triplicó en todo el país, llegando a más de 2,5 kilos por persona al año.

De media, el 90% de esos aguacates se cultivan en el suroccidental estado mexicano de Michoacán. Al igual que ocurre con otros alimentos que se han puesto de moda, como las bayas de acai, o se han generalizado, como el aceite de palma, la producción intensiva de aguacate está causando importantes daños medioambientales.

Mi investigación sobre la historia medioambiental latinoamericana del siglo XX examina cómo el movimiento transnacional de personas, alimentos y tecnologías agrícolas ha cambiado los paisajes rurales de América Latina. Actualmente estoy escribiendo un libro sobre el desarrollo de una industria mundial del aguacate centrado en Michoacán, la mayor región productora de aguacate del mundo.

 


Michoacán tiene una gran población indígena y una economía basada en la agricultura, la pesca y la ganadería. CrazyPhunk/Wikimedia, CC BY-SA

Mi investigación demuestra que el cultivo de aguacates es económicamente beneficiosa a corto plazo para los agricultores, que en América Latina suelen ser operadores y agroindustrias de tamaño medio. También ayuda a los campesinos de las zonas rurales que cultivan productos de subsistencia. Sin embargo, con el tiempo, cada porción de tostada de aguacate pasa factura a la tierra, los bosques y el suministro de agua de Michoacán. Los productores rurales, que carecen de los recursos de los agricultores a gran escala, son los que más sufren estos efectos.

Los efectos medioambientales del monocultivo

Michoacán es el único lugar del mundo donde se cultiva aguacate todo el año, gracias a su clima templado, sus abundantes lluvias y sus suelos volcánicos profundos y porosos, ricos en potasio, un nutriente vital para las plantas. Sin embargo, incluso en condiciones favorables, los monocultivos nunca son sostenibles desde el punto de vista medioambiental.

La introducción de variedades vegetales homogéneas y de alto rendimiento lleva a los agricultores a abandonar los cultivos autóctonos. Esto hace que el ecosistema local sea más vulnerable a amenazas como las plagas y reduce las opciones alimentarias. Asimismo, erosiona los suelos fértiles y aumenta el uso de productos agroquímicos.

El monocultivo también puede impulsar la deforestación. Las autoridades mexicanas calculan que la producción de aguacate provocó la tala de entre 1200 y 10 000 hectáreas de bosque al año entre 2010 y 2020. Además, consume muchos recursos: los árboles de aguacate consumen entre cuatro y cinco veces más agua que los pinos autóctonos de Michoacán, lo que pone en peligro los recursos hídricos para consumo humano.

Cultivados en California

Los aguacates han formado parte de la dieta mexicana desde la antigua Mesoamérica, pero el Hass -la variedad más popular hoy en día en todo el mundo- se obtuvo en la California moderna.

A finales del siglo XIX, científicos del Departamento de Agricultura de EE.UU. se embarcaron en una misión para recoger y enviar a casa muestras de plantas alimenticias de todo el mundo. El objetivo era adaptar y cultivarlas en Estados Unidos, reduciendo la necesidad de importar alimentos.

La recolección de material fitogenético de Latinoamérica y la imposición de cuarentenas a los aguacates procedentes de México a partir de 1914 supusieron un apoyo vital para el desarrollo de una industria estadounidense del aguacate. Agricultores de California y Florida criaron múltiples variedades a partir del material recogido por los exploradores del USDA. Pero los consumidores estadounidenses de principios del siglo XX no estaban familiarizados con este nuevo alimento y dudaban a la hora de comprar aguacates de diversas texturas, tamaños y colores.

En respuesta, los agricultores empezaron a seleccionar plantas que producían aguacates con semillas pequeñas, pulpa abundante, piel dura, textura cremosa y, lo más importante, altos rendimientos. Según la tradición del sector, Rudolph Hass, cartero y horticultor aficionado del sur de California, descubrió una nueva variedad a finales de los años 20 mientras intentaba propagar una variedad llamada Rideout.

En varias décadas, el Hass se convirtió en el aguacate predominante que se cultivaba en California. En los años 50, los agricultores mexicanos que tenían contactos con intermediarios estadounidenses habían introducido el Hass al sur de la frontera.

Cómo la variedad Hass cambió el estado de Michoacán

A principios de la década de 1960, los productores michoacanos de melón adquirieron tierras para ampliar su producción cultivando aguacates. Pronto se centraron en la producción exclusiva de esta variedad.

Muchos indígenas purhépecha, junto con campesinos no indígenas, arrendaron o vendieron tierras a la emergente clase productora de aguacate. En la década de 1980, los campesinos empezaron a cultivar también esta fruta. Se trataba de una empresa costosa y a largo plazo: los árboles tardaban cuatro años en producir aguacates comercializables, pero los cultivadores tenían que comprar los árboles, limpiar la tierra y proporcionarles agua, fertilizantes y pesticidas para ayudarles a crecer.

Los cultivadores de melón cantalupo podían permitirse invertir capital durante cuatro años sin ningún retorno en efectivo, pero los campesinos tenían que depender de préstamos o remesas de familiares en el extranjero para desarrollar sus cultivos de aguacates.

Con la expansión de la producción, en las tierras purhépecha surgieron distribuidores de agroquímicos, viveros y empacadoras, que talaron los pinos autóctonos y erosionaron los fértiles suelos. México aprobó en 2003 una ley que prohibía talar bosques para la agricultura comercial, pero para entonces los campesinos de Michoacán ya cultivaban aguacates Hass a gran escala.

La guerra del guacamole: el TLCAN y los aguacates

Tras la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, los productores de aguacate de California presionaron para que se mantuviera la cuarentena que el USDA había impuesto a los aguacateros mexicanos en 1914 a causa de una supuesta plaga. Tras tres años de sequía en California y pruebas de plagas en los cultivos de Michoacán, México empezó a enviar aguacates Hass a Estados Unidos en 1997.

Sin embargo, la única región certificada por el USDA para enviar aguacates a Estados Unidos era Michoacán. México tuvo que permitir que el USDA estacionara agentes en Michoacán para verificar que los cultivos certificados cumplían las condiciones acordadas para minimizar los riesgos de enfermedades en las plantas.

Empresas como Calavo, distribuidora de productos agrícolas con sede en California, empezaron a comprar, envasar y enviar aguacates cultivados en Michoacán a clientes estadounidenses. En el proceso, se convirtieron en los principales competidores de los productores de aguacate de California.

Más allá del monocultivo

Hoy en día, el aguacate es una de las exportaciones más reguladas de México. Sin embargo, estas normas hacen poco para abordar los impactos ambientales de la industria.

Los agricultores de Michoacán siguen talando bosques, fumigando con agroquímicos, agotando acuíferos y comprando propiedades comunales purhépecha para convertirlas en lotes más pequeños de propiedad privada. El aumento de los beneficios ha espoleado la violencia y la corrupción, ya que algunas autoridades locales actúan en connivencia con grupos del crimen organizado para ampliar el mercado.

En su visita a Michoacán el 26 de febrero de 2024, el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, prometió que su país modificaría su protocolo para bloquear las importaciones de aguacates cultivados en plantaciones ilegales. Sin embargo, esto no restaurará los ecosistemas locales.

Tal y como yo lo veo, esperar que los pequeños productores protejan el medio ambiente, después de que la ecología y la economía de Michoacán se han visto radicalmente alteradas en nombre del libre mercado y el desarrollo, sitúa la responsabilidad en el lugar equivocado. Y boicotear los aguacates mexicanos probablemente llevaría a los productores a buscar otros mercados.

Diversificar la agricultura en la región y reforestar Michoacán podría ayudar a restaurar la ecología de la Sierra Purhépecha y proteger la economía rural. Una comunidad indígena cultiva con éxito melocotones y limones para el mercado nacional y aguacates para el mercado internacional, al tiempo que planta pinos autóctonos en sus tierras comunales. Es un modelo potencial para otros agricultores, aunque sería difícil reproducirlo sin ayuda estatal.

En mi opinión, importar aguacates de diferentes zonas de México y del mundo para reducir la cuota de mercado de la variedad Hass puede ser la estrategia de protección medioambiental más eficaz. En 2022, el USDA aprobó la importación de aguacates cultivados en el estado mexicano de Jalisco. Es un comienzo, pero Jalisco seguirá la trayectoria de Michoacán a menos que EE.UU. encuentre más fuentes y promueva más tipos de aguacate.

A medida que los gustos de los estadounidenses se vuelven más atrevidos, probar aguacates de diferentes tamaños, formas, texturas, sabores y orígenes podría convertirse en una decisión epicúrea y respetuosa con el medio ambiente.

Este artículo fue publicado en The Conversation. Para ver el original, pulse aquí.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen