La teórica política judío-alemana Hannah Arendt en su libro ‘Eichmann en Jerusalén’, subtitulado ‘Un informe sobre la banalidad del mal’ hace un análisis del nazi Eichmann desvestido de su vitola de criminal de guerra y visto tan sólo como “individuo unidimensional”. Así, según Arendt, Adolf Eichmann no presentaba los rasgos de un psicópata asesino, sino que sería “un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias y sin discernir el bien o el mal de sus actos”.
Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión “banalidad del mal” para expresar que “algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos”, con lo que la utilización por Israel de la tortura sistemática, el apartheid del pueblo palestino, el genocidio de la población gazatí y demás prácticas malvadas “no serían considerados a partir de sus efectos o de su resultado final con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores”, quedando pues el Gobierno israelí de Netanyahu como el único responsable ante la Historia.
Hannah Arendt nos ayudó pues a comprender las razones de la renuncia del individuo a su capacidad crítica (libertad) al tiempo que nos alerta de la necesidad de estar siempre vigilante ante la previsible repetición de la “banalización de la maldad” por parte de los gobernantes de cualquier sistema político, incluida la sui-generis democracia judía.
Si extrapolamos la reflexión de Arendt sobre Adolfo Eichmann a la situación actual de la Franja de Gaza, “los mandos militares de la Tzahal no presentarían los rasgos de psicópatas asesinos, sino que serían simples burócratas que cumplirían órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias y sin discernir el bien o el mal de sus actos”, situación distópica que llevó al activista judío de los Derechos Civiles y superviviente del Holocausto, Israel Shakak a afirmar “Los nazis me hicieron temer ser judío y los israelíes me avergüenzan de ser judío”.
Sin embargo, según Maximiliano Korstanje “el miedo y no la banalidad del mal, hace que el hombre renuncie a su voluntad crítica pero es importante no perder de vista que en ese acto el sujeto sigue siendo éticamente responsable de su renuncia”.
En 1938, el visionario Einstein avisó de los peligros de un sionismo excluyente al afirmar : “Desearía que se llegase a un acuerdo razonable con los árabes sobre la base de una vida pacífica en común pues me parece que esto sería preferible a la creación de un Estado judío”, tesis que con Netanyahu se antoja imposible de germinar en pleno siglo XXI dada la inexistencia en ambos bandos de interlocutores válidos para negociar una paz duradera que lleve implícito el mutuo reconocimiento de los Estados de Israel y el de Palestina.
Sin embargo, la desafección de la sociedad israelí respecto a Netanyahu debido a su nefasta gestión de la crisis con Hamás y a su nulo interés por rescatar con vida a los rehenes israelíes habría desencadenado las movilizaciones de los familiares de las personas secuestradas por Hamás ante la residencia de Netanyahu, a quien hacen “personalmente responsable de su retorno a casa con vida”. Asimismo, podríamos asistir a la convocatoria de nuevas elecciones que faciliten la conformación de un nuevo Gobierno de Salvación, cuya tarea primordial sería reeditar los Acuerdos de Oslo que posibiliten la coexistencia pacífica de Dos pueblos en Dos Estados, no siendo descartable un posterior proceso penal contra Netanyahu, que significaría su condena definitiva al ostracismo político.