“Me comentaron que a Franco se le rompió una cantimplora, le avisó a su superior y le dijeron que tenía que seguir solamente. Él manifestó que tenía mucho frío y vino un capitán y lo golpeó, empezó a decirle que era un ‘maricón’, que no lo quería vivo, que lo quería muerto, y siguió pegándole”. Son palabras de Romy Vargas, madre del joven que murió en Putre.
Al verlo desvanecido los testimonios señalan que el instructor exclamó: “Un pelado menos que no servía”.
Uno de los conscriptos del Regimiento Huamachuco que estuvo en las jornadas de entrenamiento a más de 3.500 metros sobre el nivel del mar señaló que: “Decían que no fuéramos cobardes, que no fuéramos marico…, que no fuéramos lesbianas, como ellos se referían. La gran mayoría de ahí son puros viejos verdes, me daban asco; hablaban todo el tiempo puras vulgaridades, es horrible. Hay alguien que tiene que corregir muchas cosas dentro de esa institución. No sé si es solo en el regimiento donde estuve, no sé”.
Los testimonios descritos respecto de las conductas de los instructores del Regimiento Huamachuco son el fiel reflejo de una cultura institucional masculinizada; es decir asumen como cierto los códigos de lo que significa ser hombre en una sociedad patriarcal: un hombre no puede ni debe ser afeminado; un hombre de ser físicamente fuerte y resistente, un hombre no puede ser ni mostrarse débil, un hombre no puede ni debe ser dependiente. Porque si no responde a esos códigos entonces es, un maricón.
Cincuenta años han pasado desde que hice el servicio militar y pareciera que nada ha cambiado. Es como escuchar a los instructores de entonces. Recuerdo haber levantado la voz después que una noche nos sacaran a “ejercicios” en el campo de entrenamiento de Peldehue y recibir junto a mis compañeros toda clase de insultos y humillaciones.
Los relatos de la madre y los compañeros son creíbles. La justicia investigará, determinará las circunstancias de la muerte del conscripto Franco Vargas y emitirá el fallo correspondiente. Pero lo que la justicia no podrá hacer, es el cambio profundo que necesitan las fuerzas armadas y de orden para que entiendan que su labor no se trata de imponer una visión patriarcal y machista de lo que significa ser hombre. Su labor nada tiene que ver con la orientación y/o identidad sexual de los y las reclutas.
Es fundamental reconocer que modificar la cultura patriarcal en las fuerzas armadas y de orden es un proceso que requiere un compromiso permanente. El punto de partida es la educación y tomar conciencia sobre la igualdad de género y la cultura machista institucional. Esto implica incorporar programas obligatorios en la formación sobre diversidad, género y derechos humanos, junto con un observatorio que monitoree el cambio de hábitos y conductas.
Quienes debieron cuidar de la vida e integridad de Franco Vargas y sus compañeros deberán asumir sus responsabilidades, pero la institución también tiene el deber de que nunca más un recluta muera en condiciones de abandono y humillación.