Enfrentó a corporaciones del agronegocio, gobiernos y académicos extractivos. Marcó un antes y un después en la discusión del modelo transgénico al confirmar que el glifosato era letal en embriones. Fue abrazado por asambleas socioambientales, movimientos campesinos y pueblos indígenas. De la Juventud Peronista al Zapatismo, del Conicet a los territorios en lucha. Andrés Carrasco: científico hereje, militante político y, a diez años de su partida, un repaso por su historia y su legado.
La realidad es demasiado importante como para dejársela a los científicos. Los pueblos tienen conocimientos profundos que la academia no quiere aprender. La lucha contra el extractivismo sacude los cimientos del supuesto progreso/desarrollo actual. Son solo algunos de los aprendizajes que dejó Andrés Carrasco, quien supo ser parte del establishment científico y cambió su vida (y la de muchos) en 2009, cuando confirmó los efectos letales del glifosato. Pero no solo eso, también enfrentó a multinacionales y gobiernos, repudió la hipocresía del Conicet y del Ministerio de Ciencia, y decidió caminar junto a asambleas socioambientales, pueblos indígenas y campesinos.
Del Conicet a los territorios
Andrés Carrasco fue un militante. Desde la Juventud Peronista en los setenta hasta sus últimos días, a «la intemperie», pero rodeado de asambleas socioambientales y pueblos fumigados. Su parábola política explica, quizá, la lucha de su vida: décadas al abrigo del peronismo, la disputa eleccionaria y el ocupar espacios estatales (lo que algunos entienden «el poder») para desde allí intentar cambiar la realidad; hasta su último viaje, a la Escuelita Zapatista, alejado de aquellas estructuras añejas, que solo consolidan una forma de dominación: donde los de arriba mandan y los de abajo obedecen y mueren.
Es imposible describir los hitos de una vida, pero un intento de sus puntos de quiebre: maestro, médico, su declaración de amor en una ambulancia a Ana María (quien sería su compañera durante décadas y madre de sus dos hijos —Andrés y Luciana—), la militancia de los setenta, el exilio a Suiza (y luego Estados Unidos), la publicación sobre genes Hox (que marcó un hito en la investigación del desarrollo embrionario y la publicación en la prestigioso revista Cell), el regreso a Argentina con lo justo, la creación del laboratorio de Embriología Molecular en la UBA, el peronismo (otra vez), la presidencia del Conicet (de la mano del Frepaso y la Alianza), las contradicciones, el apoyo al kirchnerismo, otra vez funcionario (Secretario de Ciencia del Ministerio de Defensa) y el comienzo del quiebre definitivo. La ciencia y la militancia lo acompañaron toda la vida.
«No descubrí nada nuevo. Solo confirmé en el laboratorio lo que tantos pueblos denuncian en sus territorios», explicó cuando dio a conocer su estudio sobre los efectos letales del glifosato en embriones anfibios.
Nunca un científico argentino de su talla —era parte del establishment de ese mundillo— se había atrevido a cuestionar el modelo transgénico, donde abrevan todos los sectores del poder del país (políticos, medios de comunicación, corporaciones, gringos-empresarios-productores conservadores, Poder Judicial).
Y no solo eso. En una decisión política-ideológica muy arriesgada, Carrasco no esperó los tiempos de las revistas científicas. Optó por un medio de comunicación masivo (el diario Página12). De esta forma, se ganó otro «enemigo», los burócratas de la ciencia, aquellos encerrados en sus laboratorios y que nunca pisan los territorios. Los que escriben esos textos que solo entienden especialistas y que priorizan sus pergaminos académicos.
Fue el 13 de abril de 2009. Y ya nada fue igual.
El ataque fue brutal y por diversos frentes. El Grupo Clarín y La Nación desde los medios de comunicación. Lino Barañao desde el Gobierno. Casafe (la cámara que reúne a las grandes empresas de agrotóxicos y transgénicos) desde las corporaciones. Aapresid y la Mesa de Enlace desde las patronales del agro.
Llegaron a decir que su investigación no existía.
Lejos de retroceder, Carrasco dio una extensa entrevista en Página12, donde respondió todos los agravios y fue por más: «Lo que sucede en Argentina es casi un experimento masivo».
El resto es conocido. El resumen podría ser: fue cuestionando cada vez más a la academia, a los gobiernos, a las corporaciones. Y se fue acercando cada vez más a las asambleas socioambientales, movimientos campesinos y pueblos indígenas. Se abrió a otros conocimiento («ecología de saberes»), visitó cada territorio en lucha contra el extractivismo, polemizando con quién sea y dónde sea, cuestionando a sus pares.
Algunos creen que se quedó solo. Otros creen que eligió con quiénes caminar.
Compartimos momentos donde abonó a ambas teorías. De él escuché por primera vez una definición que es descriptiva y también una opción para la vida: «Decidimos construir a la intemperie». No hay reparo ante el viento, la lluvia pega más, el sol curte la piel y, sobre todo, el poder te identifica más fácilmente y te hace sentir su rigor. También, a la intemperie, se es más libre.
De censuras y cínicos
La campaña de desprestigio contra Carrasco tuvo varios actores. La punta de lanza fue el ministro de Ciencia, Lino Barañao, vinculado a las empresas transgénicas y al verde dólar. Se conocían entre ellos. Incluso, antaño, había cierta camadería. Pero Barañao en su rol de funcionario mostró su cara acomodaticia, «pragmático» dicen los defensores de la política sin ética ni lealtad. Y atacó en cada lugar que pudo a Carrasco: en la televisión, en el congreso de Aapresid, en Clarín Rural, en distintas esferas de gobierno.
En la radio de Madres de Plaza de Mayo, Baraño llegó a decir que el glifosato era «como agua con sal». Tan político acomodaticio se volvió Barañao que luego fue ministro de Mauricio Macri. El colmo fue cuando pidió al Comité de Ética del Conicet (Cecte) que juzgara a Carrasco por sus dichos en Página12. La medida no prosperó porque la información se filtró a la prensa y Otilia Vainstok (coordinadora del Cecte y parte de la maniobra) evaluó que podía ser una bola de nieve.
La Universidad de Buenos Aires (UBA), que suele publicitarse como un faro de pluralidad, censuró al menos dos veces a Carrasco. La Facultad de Medicina, donde él daba clases y tenía su laboratorio, impidió que presentase su trabajo sobre glifosato. Le dolió ser prohibido en su propia casa.
Y la Facultad de Ciencia Exactas y Naturales impidió que impartiera un seminario sobre el rol de la ciencia, el modelo extractivo y los responsables. En la misma Facultad también enfrentó la rosca política-académica de Alberto Kornblihtt (llamado «el Messi de la ciencia»), que utilizó sus influencias para hacer lobby contra Carrasco y su crítica al glifosato. Paradójico, o no, años después Kornblihtt se mostraba como un científico comprometido en la campaña a favor del aborto legal, seguro y gratuito. Será que allí no intervenían los intereses de las corporaciones transgénicas ni del gobierno de turno.
En Chaco, en la localidad de La Leonesa (contaminada por los agrotóxicos de una gran arrocera), casi lo linchan por intentar dar una charla. La última estocada fue en septiembre de 2013 y provino del Conicet, cuando con un dictamen amañado se le negó la promoción a investigador superior (el máximo escalafón). El jurado fue insólito: una especialista en filosofía budista (Carmen Dragonetti), un científico ligado a las empresas de agronegocio (Néstor Carrillo) y un académico denunciado por su rol durante la dictadura (Demetrio Boltoskoy).
Roberto Salvarezza, que era presidente del Conicet, firmó la negativa, pero se desligó de la decisión. Carrasco incluso se entrevistó con él, pero no hubo forma de un poco de justicia. “El Conicet está absolutamente consustanciado en legitimar todas las tecnologías propuestas por corporaciones. Los mejores científicos no siempre son los más honestos ciudadanos, dejan de hacer ciencia, silencian la verdad para escalar posiciones en un modelo con consecuencias serias para el pueblo”, afirmó Carrasco.
Aunque suponía que no le darían la promoción, le dolió. Era el corolario de toda una carrera. Pero más le dolió que amigos y amigas de la propia academia la dieron la espalda. Lo dejaron solo, más a la intemperie que nunca. Se refugió en los movimientos sociales. Y siguió recorriendo el país.
De los pueblos fumigados a los indígenas zapatistas
Esquel, Famatina, Rosario, Malvinas Argentinas (Córdoba), Mar del Plata, Saladillo, Río Cuarto (donde están parte de sus cenizas) y Chaco son solo algunos de los territorios que visitó Carrasco para compartir su investigación, denunciar el modelo transgénico, cuestionar a la ciencia hegemónica e insistir en otros modos de vida.
En Los Toldos (provincia de Buenos Aires) fue su última actividad pública (marzo de 2014), donde ya se lo veía mal de salud, pero se había comprometido a ir y cumplió. En el Concejo Deliberante de Los Toldos se debatía una ordenanza para limitar el uso de agrotóxicos. Y él fue invitado por la asamblea local.
«Su exposición fue extraordinaria. Todo lo que él detalló de su estudio era lo que le estaba pasando acá a la gente, a nuestro familias; las enfermedades, las malformaciones, todo lo que producen los venenos. Todos nos emocionamos mucho, lo abrazamos, le agradecimos. Fue ovacionado», recuerda Margot Goycochea, del Foro Ambiental de Los Toldos.
Señala que visitó varias veces la localidad y que nunca aceptó que le paguen ni un litro de nafta. «Él empoderó nuestras luchas. Fue una persona de una nobleza pocas veces vista y muy generosa. Andrés está en el corazón de la gente del Foro Ambiental y en el corazón de todos los que luchamos por una vida digna en el país», resume emocionada.
Su último viaje fue a Chiapas, a la Escuelita Zapatista, ese espacio emblemático de formación para «otros mundos posibles».
Es muy difícil imaginar a una científico con su currículum abrevando en otros conocimientos, populares e indígenas, para desarmar y cuestionar saberes previos. Pero allí estuvo Carrasco.
Raúl Zibechi, periodista uruguayo, se lo cruzó fortuitamente en ese espacio. Recuerda que las condiciones para estar en el lugar (en el campo mexicano) eran difíciles para los ajenos a ese mundo indígena: sin baños, sin duchas, con un tablón como cama. La gran mayoría eran jóvenes, de menos de 30 años. Para los mayores de 60, como él y Carrasco (también estaban el histórico Hugo Blanco y el antropológo Rodrigo Montoya, ambos de Perú), estaba la posibilidad de un espacio más alejado, con otros comodidades, que el subcomandante Marcos alguna vez bautizó para «invitados VIP».
«Pero Andrés no quiso un trato diferenciado, él optó por ir a la comunidad indígena, dormir en el tablón, estar como uno más. Me pareció revelador de quién era, de su carácter, de su compromiso, más allá de su origen ideológico, de sus puntos de vista políticos; porque se puede ser muy radical de palabra pero después pueden quedarse en la zona de confort, y Andrés tuvo la virtud de, a pesar de su edad y con todo su recorrido, salir de su zona de confort, convivir en una comunidad zapatista. Es muy importante, revela que la radicalidad de Andrés era una radicalidad de vida, no de pose, era una radicalidad de compromiso real, no solo de palabra», explica Zibechi.
Y segundo aspecto que destaca: «Andrés era un alumno más en la Escuelita Zapatista. Los que te enseñaban allí, los que daban clases, eran los comuneros y las comuneras indígenas, personas que difícilmente tuvieran la fluidez de palabra y de escritura que tenía Andrés, y mucho menos sus ‘pergaminos académicos’. Y eso me parece que es algo importante, grandioso. Él fue a aprender a las comunidades indígenas zapatistas».
«Los dos hechos juntos para mí dibujan un lado humano y político de Andrés, en el sentido de que estaba dispuesto a aprender de la gente común, con los de abajo. Y que además, ya enfermo, no pensaba en términos de beneficios o comodidades personales, al contrario. Todo esto lo coloca en un lugar muy especial», afirma Zibechi.
Ética, felicidad y legado
«Nunca lo vi tan feliz. Estaba a pleno», resume Luciana, su hija, al recordar los años luego de difundir el trabajo del glifosato. Hicieron un viaje juntos, a Mar del Plata, donde lo vio en acción. Nunca había estado en una charla del Carrasco científico y ahí conoció una faceta donde vio la plenitud de su padre, donde el científico se sentía que contribuía a una lucha colectiva.
«Es como si siempre hubiera buscado eso. Y lo encontró. Pudo conjugar todos los aspectos y pasiones de su vida», afirma Andrés hijo. Que suma otro ingrediente importante: estaba algo alejado de su padre, con diferencias que ya ni recordaban por qué, y el camino que tomó el embriólogo luego de 2009 los volvió acercar. Compartieron charlas y vinos, debates y puntos de vista políticos. Diálogos que se extendían durante horas.
Jaime Farji, compañero de décadas de militancia de Andrés y co-equiper en el programa de radio «Silencio cómplice», de FM La Tribu, lo define en pocas palabras: «Era un animal político. E hizo política hasta el último día de su vida».
Un hecho que todos destacan, incluso algunos veces como algo no tan positivo, era la carácter profundamente ético de Carrasco. «Tenía una vara muy alta. Se peleó con amigos de todo la vida por diferencias políticas donde él consideraba que algo no era ético o era muy contradictorio, sobre todo con sectores kirchneristas o de izquierda», recuerda.
Pero Andrés hijo suma otros dos factores, al mismo tiempo que remarca que no tiene una mirada idílica de su padre: «Era extremadamente honesto y siempre atento a la coherencia del decir y el hacer».
Ana María Quiroga, su compañera durante tres décadas y madre de sus hijos, fue testigo privilegiada de su andar, con sus idas y vueltas (hasta la separación en 2006), con sus logros individuales y como pareja. «Siempre lo atravesó la ciencia, la política y lo que le pasaba al pueblo».
Falleció en la noche del 9 de mayo de 2014. En un artículo escrito con lágrimas que no se detenían, decíamos: «Carrasco se transformó en un referente hereje de la ciencia argentina. No tendrá despedidas en grandes medios, no habrá palabras de ocasión de funcionarios ni habrá actos de homenaje en instituciones académicas. Andrés Carrasco optó por otro camino: cuestionar un modelo de corporaciones y gobiernos y decidió caminar junto a campesinos, madres fumigadas, pueblos en lucha. No había asamblea en donde no se lo nombrara. No existe papers, revista científica ni congreso académico que habilite a entrar donde él ingresó, a fuerza de compromiso con el pueblo: Andrés Carrasco ya tiene un lugar en la historia viva de los que luchan».
Diez años después, se confirma cotidianamente que es bandera en los pueblos que rechazan el extractivismo y construyen otras realidades. Y también que es semilla y frutos: hay escuelas y bachilleratos populares con su nombre, nació (por idea de él) la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza (Uccsnal) y existe toda una generación de jóvenes académicos que lo toman como inspiración y referencia. El 16 de junio, día de su nacimiento, se conmemora el Día de la Ciencia Digna.
Carrasco demostró que se pueden poner los conocimientos al servicio del pueblo y, al mismo tiempo que se enfrenta al poder, se puede sentir la plenitud de la vida al conjugar el decir con el hacer, no dejarse domesticar por los de arriba, y —al mismo tiempo— ser feliz con los de abajo. Ese también es su triunfo y parte de su legado.