Escuchamos a diario llamados a la paz en medio del torbellino de guerras que asolan a la humanidad, y que amenazan con escalar a una guerra nuclear, que sería la primera y la última, como todo el mundo teme. La tercera guerra mundial está en curso, al menos en términos geopolíticos y económicos, y solamente falta que a alguien se le pase la mano, encienda la mecha, y el polvorín, sobre el cual estamos sentados, estallaría haciéndonos volar por los aires.

La historia de la humanidad ha sido la historia de las guerras, hecho lamentable que como un estigma maldito no nos deja vivir en paz. Llevamos cinco mil, o tal vez diez mil años peleándonos por los recursos naturales, por el poder, y en general por las riquezas materiales, sin que el ser humano se haya preguntado seriamente porqué hacemos lo que hacemos, y se haya decidido actuar en
consecuencia cambiando esta conducta nefasta.

La humanidad se lo ha explicado muy livianamente diciendo que el ser humano es violento por naturaleza, producto del ego que posee, y eso lo tiene y lo usa con el fin de sobrevivir en un ambiente adverso y peligroso. Eso explicaría la forma de ser del hombre, su conducta agresiva, y su afán de un emprendimiento sólo para satisfacer las necesidades propias y las de su familia. Lo mismo ocurre a nivel país, en la cual sus líderes se esfuerzan con bravura y valentía en grandes empresas, tendientes a conquistar nuevos territorios para beneficio de la corona y del pueblo, aunque más de la primera que del segundo.

Han aparecido líderes espirituales y religiosos que han predicado la paz y el amor como forma de tener una vida pura y santa, portadora de grandes gracias personales y sociales, de relaciones sociales plenas y satisfactorias. Muchos los siguen en con mucha devoción creando religiones multitudinarias, pero rápidamente distorsionan sus enseñanzas, y caen en las mismas conductas
egoístas y violentas, se fundamentalizan, y no aceptan nada fuera de lo que está escrito en sus libros sagrados. El resto de la población permanece indiferente a ellas, viviendo una vida profana muchas veces carente de sentido.

Claros ejemplos de esto han sido las religiones monoteístas que absorben a la mayoría de los creyentes del mundo. Me refiero al cristianismo y al islamismo, y en menor grado el budismo, que aunque no llega a ser una religión, si es una norma moral de conducta. Por lo mismo, esta última no ha sido víctima de fundamentalismos ni fanatismos para hacer prevalecer sus convicciones.

Jesucristo, el llamado hijo de Dios, predicó el amor como mandamiento máximo que traería la paz al mundo entero. Dijo a su pueblo: “Amaos los unos a los otros como yo los he amado”. Creo que le faltó agregar una segunda parte: De lo contrario vivirán en perpetuas guerras. Solamente unos pocos judíos lo entendieron y lo siguieron, en cambio los fariseos y saduceos lo consideraban un
farsante y un blasfemo que se las daba de la encarnación de Dios en la tierra, de su hijo, de su enviado, y como impostor lo juzgaron, lo condenaron y lo crucificaron. Los pocos que lo seguían, viendo los milagros que realizó, y su resurrección, creyeron en él y fundaron el cristianismo que tuvo una resonancia enorme en Roma y luego en toda Europa, y finalmente en Latinoamérica. A los pocos años, su enseñanza ya se había distorsionado y sus seguidores más encumbrados se siguieron disputando el poder, profitando de él y de las riquezas que conllevaba. Nació una Iglesia poderosa al alero de la monarquía, que actuaban conjuntamente en la conquista de nuevos territorios con la ayuda del otro ente de poder, el ejército.

Asimismo, Mahoma predicaba la piedad y la caridad para con todos los hombres, y aunque además fue un líder político y militar, finalmente fue esto último lo que prevaleció, y las enseñanzas islámicas se distorsionaron a tal nivel que comenzaron a querer instaurar un califato mundial en función del fanatismo que se apoderó de ellos, creyendo ser los dueños de la verdad, con derecho a hacer una guerra santa para establecer sus creencias religiosas en todo el mundo, combatiendo a los infieles que se opusieran a sus divinos dictados.

Algunos de los que no comulgan en religión alguna, consideran muy lícito y hasta deseable el emprendimiento productivo y competitivo, como ente generador de riquezas, éstas normalmente quedan en su mayoría en su poder de los emprendedores y muy poco en manos de los trabajadores. Los emprendedores siempre se han amparado en el poder político, que viendo su capacidad de
generar riqueza, se entusiasman, se despiertan sus apetitos personales, y legislan en su beneficio, Al amparo de esta legislación favorable a sus intereses, estos emprendedores se han valido del ejército para hacer valer sus intereses, y a sangre y fuego han conquistado, y se han apropiado, de la mayor parte de las riquezas del mundo.

Así ha sido la historia de la humanidad, basada en la competencia entre intereses personales, estaduales y religiosos, que la han conducido inevitablemente a un conflicto permanente entre los actores, a enfrentamientos y guerras, a estafas y explotaciones, a robos y fraudes, que no le han permitido vivir en paz en ningún momento. Y el hambre, la tortura, la muerte, la crueldad extrema, la destrucción de ciudades ha caracterizado el desarrollo de la vida humana en todo el mundo.

Sin duda ha llegado el momento de cambiar este estado de cosas. Es necesario modificar el curso de la historia, antes de que nuestra historia se acabe. Tenemos que dejar de inventar enemigos con los cuales pelear. Nuestros enemigos solo viven en nuestra mente, nosotros los creamos, los engrandecemos y a través de ese engrandecimiento crece nuestra aversión, nuestro odio a ese enemigo que inventamos.

Nietzche dijo que Dios no existe, y yo digo que es el demonio el que no existe, lo creamos nosotros mismos con nuestros pensamientos negativos, con nuestros sentimientos de aversión, rencor y envidia, y existirá mientras nosotros le otorguemos espacio para que crezca, y le demos alimento para que engorde. Se ha fortalecido con una educación competitiva que normalmente rebaja e incluso denigra a otras personas, a otros pueblos, a otras razas, a otras creencias y sistemas de vida.

Por el contrario, si percibiéramos como amigos a otras personas, de otras razas, de otras creencias, de otras ideas, de otras nacionalidades y los acrecentamos, les hiciéramos buena publicidad, los enalteciéramos, crecería nuestra simpatía hacia ellos, crecería nuestro respeto y nuestro cariño hacia ellos, y en reciprocidad, crecería también el respeto y el cariño de los otros hacia nosotros.

Todo esto se alcanzaría con un proceso educativo intencionado, fortaleciendo la construcción de confianzas y el intercambio cultural, educacional que tienda a integrar a los pueblos.

Hay cientos de organizaciones de voluntarios en el mundo que trabajan por terminar con las guerras, por acabar con el hambre, por poner fin a las injusticias sociales, por frenar las migraciones ilegales, pero si no trabajamos por terminar con la verdadera causa de todos estos flagelos, nada de esto va a cambiar. Ni todas las legislaciones ni todos los Tratados y Convenciones van a acabar con
estas lacras, porque la causa primaria es que no nos queremos, nos odiamos, tanto a nosotros mismos como a los demás, y la paz no puede florecer del odio.

Sólo el amor es capaz de construir las confianzas y la paz, solamente el amor es la materia prima para edificar el templo inmortal de la verdad, una auténtica sociedad mundial de personas libres, iguales y hermanas. Sólo el amor nos puede abrir la puerta a la construcción de la Gran Nación Universal con la que todos soñamos.

Decidámonos a cambiar el switch, eduquémosnos para percibir como amigos a todas las otras personas, de otros pueblos, y de otras naciones, acrecentémoslos, valorémoslos internamente, enaltezcámoslos, hagamos crecer nuestra simpatía hacia ellos, hagamos crecer nuestro respeto y nuestro cariño hacia ellos y en reciprocidad, crecerá el respeto y el cariño de esos otros, hacia nosotros. Es imposible que ello no ocurra. Olvidémosnos de las diferencias de creencias, de pensamientos y de nacionalismos egoicos, y cultivemos en nosotros el fuego del amor fraterno.

Una vez que hemos logrado estos sentimientos en nuestras relaciones interpersonales, grupales, nacionales y estaduales, recién estaremos en condiciones de trabajar en conjunto, estaremos en condiciones de vivir en paz, seremos capaces de enfrentar todos los desafíos juntos en forma constructiva, habremos creado lazos de confianza y de respeto, y ya nada nos detendrá en nuestro crecimiento, ya que Dios estará de nuestro lado, cualquiera sea nuestras particulares creencias sobre él, porque él siempre estará del lado del amor.