23 de abril 2024, El Espectador

Hace unos días vi “Zona de interés”, nominada a cinco premios Oscar y ganadora de dos. Jonathan Glazer es el guionista y director de la película; tiene 59 años, es de origen inglés y judío y ha recibido varios de los principales premios de teatro, cine y televisión que se otorgan en el mundo. 105 minutos y el humo de los hornos crematorios de Auschwitz se queda amarrado como un nudo ciego entre los ojos y el alma de los espectadores.

Mientras la señora Hedwig Höss cultiva las rosas y los niños gozan del verano en la piscina, el comandante nazi celebra los nuevos diseños de los hornos del horror, y contempla desde la estúpida comodidad de su jardín, cómo sale de las chimeneas el humo humano, el humo de la vergüenza y la infamia. El comandante es cruel, feo por dentro y por fuera; intenta –sin lograrlo– parecer amable con sus hijos… un hombre normal que disfruta un domingo nadando en el río. El mismo río en el que un día encuentra flotando un hueso humano. Sí, de los mismos humanos que el holocausto quemaba por miles al otro lado de su jardín.

El contraste es aterrador. Y lo más aterrador es saber que en los campos de concentración se asesinaba por día a más de 5.000 judíos, prisioneros de guerra y homosexuales, comunistas y polacos, prostitutas, rusos y gitanos.

El comandante Rudolf Höss –como bien lo anotó quien nos sugirió ver la película– nos hace pensar en la “banalidad del mal”, concepto de la filósofa alemana de origen judío, Hannah Arendt.

Cuántas cosas se han hecho y dejado de hacer en nombre de la banalidad del mal … de todo aquello que en algún momento se asumió como permitido o inherente a una orden, a una guerra, un gobierno o un objetivo.

Cuántas veces en gracia de algo que nunca debió suceder, nos matamos de a pocos o del todo, en confrontaciones físicas y emocionales, como si la dignidad y el honor fueran algo friable y pasajero; como si el respeto y la vida fueran trapos desleídos, manchados de silencios y de agravios injustamente permitidos.

Haber banalizado el mal volviéndolo parte del libreto cotidiano nos deshumanizó como humanidad. Nos llenamos de pretextos; se nos fue destiñendo la bondad y nos acostumbramos a contar muertos como si fuera un inventario de cosas rotas, una más, uno menos, con nombre o NN. Las listas son largas, larguísimas, desgarradoras para algunos, invisibles para muchos.

Banalizar el mal, seguir órdenes a ojo cerrado y apilar errores como si nada importara… vicios tan ligados a la costumbre, que caímos en nuestra propia trampa y al tratar de volver defendible lo indefendible ya ni la muerte nos conmueve, porque –admitámoslo– conmoverse es un verbo que implica conciencia y a la conciencia individual y colectiva hay que fortalecerla y protegerla de todo, hasta de nosotros mismos.

“Zona de interés” es una denuncia, un grito que ni la placidez del verano puede apagar. Es un llamado de alerta, es humo denso que pinta de gris oscuro la mitad del corazón.

Y digo grito de alarma, porque demasiadas veces caminamos por el filo de la navaja y ni siquiera nos damos cuenta. No estuvimos en el holocausto de esa guerra, pero ¿cuántas guerras cotidianas pasan por nuestras manos? ¿cuántas hambres ajenas, cuántas miserias nos golpean la ventana? ¿cuántos derechos son vulnerados sin que nos sorprenda?

Este año han asesinado en Colombia a 48 líderes sociales y a 10 firmantes de paz y se han cometido 20 masacres. Muy posiblemente ni usted ni yo recordamos los nombres de las víctimas. Y con respeto y tristeza le pregunto y me pregunto: ¿No es eso banalizar la muerte y quedar con los ojos cerrados en la puerta del abismo? ¡No más!

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