La Amazonia es una bioregión enorme que cubre más de siete millones de km2, pero está fracturada de muy diversos modos. Las fracturas y la fragmentación amazónica permiten que múltiples problemas se repitan al no existir acciones y políticas coordinadas para detenerlos.
Por: Eduardo Gudynas
La Amazonia una vez más está en el centro de la atención. En unos pocos meses se celebrará un nuevo Foro Social Panamazónico para abordar cuestiones tales como la situación de los pueblos indígenas y las amenazas de los extractivismos. Con ese propósito se reunirán movimientos y organizaciones sociales en Rurrenabaque y San Buenaventura, en la Amazonia de Bolivia.
Un condicionante destacado, siempre presente pero pocas veces advertido, es que la Amazonia es una bioregión enorme que cubre más de siete millones de km2, pero está fracturada de muy diversos modos. Una primera partición se debe a que estuvo bajo disputa coloniales por largo tiempo, bajo la dominancia de la corona española y portuguesa, pero también con presencia desde Francia y Holanda. Tras la colonia fue dividida entre ocho repúblicas sudamericanas y una colonia francesa, y luego, dentro de cada uno de esos espacios se sumaron más subdivisiones (como las departamentales, provinciales o estaduales). En cambio, los ríos y las selvas no están contenidos por esas fronteras estales; muchos ríos en lugar de separar países, unen comunidades, e incluso hay pueblos indígenas con territorios extendidos más allá de fronteras.
Sobre esa fractura se sumaron otras que se expresan en los enclaves en los cuales se hace una extracción intensiva de recursos naturales. Algunos de ellos están espacialmente acotados, como pueden ser los campos de perforación petrolera; otros avanzan carcomiendo ríos y sus márgenes, como sucede con la minería de oro aluvial; y finalmente, se registran aquellos que son más extensos, ocasionados por la deforestación o los incendios, para así dar lugar a una agropecuaria convencional. Esos enclaves perforan la continuidad de los ecosistemas amazónicos, y buena parte de ellos no están relacionados con su entorno, sino que dependen directamente de la globalización ya que son proveedores de materias primas que se exportan. De este modo, distintos factores económicos y comerciales penetran en la Amazonia, y allí donde encuentran recursos valiosos los extraen para venderlos en los mercados internacionales, fragmentándola en miles de enclaves.
Estas fracturas se han sostenido por los olvidos, o casi amnesias, en casi todo el liderazgo político partidario en cada uno de los países amazónicos, y que acompaña buena parte de los sectores ciudadanos, sobre todo en los capitales. Es como si, por momentos, en Brasilia o Bogotá, se olvidara que la Amazonía es también parte del propio país, o cuando en Lima o en Quito, sólo se habla de esa región cuando estalla algún conflicto local o se promete una milagrosa inversión.
Todo eso ha permitido que se suman otros estrafalarios imaginarios sobre la condición amazónica. Por ejemplo, se ha vuelto muy común que al decir Amazonía se piense en Brasil, y a su vez concebir que ese país “es” la Amazonia. No es raro que la política y la diplomacia brasileña aprovechen esas imágenes distorsionadas, presentándose como el actor excluyente en las cuestiones amazónicas, para así reclamar el grueso de la ayuda financiera internacional. Tampoco es inusual que algunas ONG repitan esos errores.
Estos y otros factores confluyen en lo que podría llamarse como una marginación de la Amazonia occidental, y especialmente las zonas andino-amazónicas que se extienden especialmente en Ecuador, Perú y Bolivia. Al mismo tiempo, los gobiernos de esos países son también muy responsables ya que desatendieron por años los problemas de esa región y aceptan que desde Brasilia se tomen muchas decisiones.
La realidad es no sólo distinta sino un poco más compleja. Brasil no representa a “toda” la Amazonia, sino que cuenta con un poco más del 65 % de su superficie total, sin que esto implique desconocer que esa área es grande (4,77 millones km2). Pero superficies amazónicas muy importantes se encuentran dentro de Perú, Bolivia y Colombia, que en conjunto alcanzan casi los 2 millones de km2 (el 27 % de toda la región).
Si en cambio se desea identificar cuál es el país “más amazónico”, a partir de la proporción que ésta tiene en su superficie total, el panorama es distinto. El primer lugar corresponde a la Guayana Francesa (el 94,3 % de su territorio es amazónico), seguido por Suriname, Guyana y en la cuarta ubicación, Bolivia (65 % de su superficie). Brasil recién ocupa el sexto lugar, donde del total de su superficie el 56 % corresponde a la Amazonia; Venezuela tiene la menor proporción (5,5 %).
Las fracturas y la fragmentación amazónica permiten que múltiples problemas se repitan al no existir acciones y políticas coordinadas para detenerlos.
Las fracturas y la fragmentación amazónica permiten que múltiples problemas se repitan al no existir acciones y políticas coordinadas para detenerlos. Eso ocurre con la deforestación y los incendios, la expansión de la minería de oro aluvial, o la presión por ampliar las áreas de explotación minera y petrolera. Estas y otras circunstancias se desenvuelven en un creciente contexto de violencia, que va desde los asesinatos a líderes ciudadanos a la invasión de territorios indígenas que está presente en todos los países. Los impactos que se producen tampoco reconocen los puestos fronterizos; recordemos que el agua contaminada por mercurio en Perú o Bolivia, siempre llega a Brasil.
Para hacer todo más complicado, todos los países amazónicos, sin excepción siguen especializados en exportar recursos naturales, y que en varios casos son los mismos productos. Eso hace que esos países compitan entre ellos, tanto en los productos de sus exportaciones como en buscar inversores para expandirlas. O sea que refuerzan la fragmentación amazónica. Una división que ha sido tan intensa que a pesar de contarse con el Tratado de Cooperación Amazónica, que contiene muchas potencialidades, nunca se logró que actuara de modo efectivo porque los propios gobiernos no lo han apoyado, o incluso olvidaron que existía (como les sucedió en sus momentos a los presidentes de Colombia, Iván Duque, y de Bolivia, Evo Morales que llamaban a firmar un tratado amazónico sin saber que ya existía).
En cambio, las alternativas para proteger a la Amazonia necesariamente requieren una mirada regional; no tendrán éxito si están atadas a algunos sitios pero desatienden otros. Es necesario que los países coordinen. Sin duda eso es urgente para lidiar con urgencias tales como los incendios forestales o el tráfico de maderas, lo que podría hacerse con intercambio de información y acciones conjuntas. Pero es también imprescindible articular las estrategias productivas y comerciales para detener la fragmentación de la Amazonia en enclaves extractivos subordinados a la globalización. Las alternativas reales se juegan en ese plano.
Para que eso sea posible las sociedades amazónicas, los gobiernos y los políticos en cada uno de esos estados, deberán acordar cuáles son los procesos productivos aceptables y gestionables bajo las condiciones ecológicas de esos ambientes, y atendiendo a las necesidades de sus pueblos, en especial indígenas. Es claro, por ejemplo, que la minería de oro aluvial es inaceptable, y todos entendemos que son necesarios distintos aprovechamientos forestales, e incluso agrícola ganaderos, pero deberían discutirse las condiciones para que operen y cómo se articulan con los espacios amazónicos. Eso refuerza la necesidad de una coordinación regional.
Sin duda esas son tareas complejas, y por cierto desde las organizaciones ciudadanas y equipos de investigadores, ya hay disponibles respuestas, y muchas de ellas se escucharán en el Foro Social Panamazónico. Pero estas son tareas que no pueden hacerse para una Amazonia fracturada, sino que requieren la coparticipación de todos los gobiernos, de todas sus sociedades. Las imposiciones son inaceptables, pero también lo es esquivar esta responsabilidad. Es, al final de cuentas, la tarea de no quedar atrapados en las fracturas para entender que, en realidad, son todos parte de una misma Amazonia.
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* Eduardo Gudynas es investigador en transiciones y alternativas al desarrollo en el Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB); en redes @EGudynas