Las estadísticas en torno al suicidio son alarmante e indican la magnitud del impacto del suicidio sobre nuestras comunidades.
Por María Silvina González Astobiza
El duelo por suicidio es una experiencia particularmente compleja y dolorosa debido a la naturaleza de la muerte y a las emociones que surgen en los supervivientes. Es un dolor que se extiende y se filtra en diversos aspectos de la vida de quienes quedan.
Cada suicidio afecta a numerosas personas del entorno cercano: familiares, amigos, compañeros de trabajo, profesores y otras personas que tuvieron vínculos significativos con la persona que murió por suicidio.
Se trata de un duelo complicado debido a los sentimientos de culpa, vergüenza, confusión y rabia que suelen acompañarlo y si se le suma la negación u ocultamiento, que puede impedir que los seres queridos enfrenten y procesen los sentimientos de manera sana.
Por lo tanto, cuando un suicidio es negado o no aceptado, el proceso de duelo puede volverse aún más complejo. Es fundamental abordar estos sentimientos con compasión y apertura, reconociendo la complejidad de las emociones que surgen.
Cada persona experimenta el duelo de manera diferente ya que no hay un camino «correcto» o «incorrecto» para transitar por este proceso. Para sobrellevar el duelo de manera más saludable puede ser beneficioso participar en grupos de apoyo y hablar abiertamente sobre las emociones. La conexión con otros supervivientes que han pasado por situaciones similares puede brindar un sentido de solidaridad y comprensión que es invaluable en momentos de dolor y confusión.
Un grupo ofrece sensación de comunidad y apoyo, ambiente de empatía y sensación de pertenencia, esperanza de volver a la “normalidad”, nuevas formas de enfrentar los problemas y un lugar para expresar temores, preocupaciones y dolor de forma confidencial y sin ser juzgado. En este espacio protegido, los supervivientes pueden compartir sus cargas emocionales y encontrar consuelo en la compañía de otros que comprenden su dolor de manera única.
“Cuando nos unimos y expresamos nuestras emociones, empezamos a sanar. Cuando nos reunimos y hablamos, nos sentimos menos solos. Oímos nuestras propias preguntas y preocupaciones expresadas en voz alta por otros y sentimos el consuelo de que alguien nos entiende. La abrumadora intensidad de nuestros pensamientos y emociones dolorosas disminuye cuando se habla y se comparte. La curación no es una progresión lineal, y nuestra pérdida no está destinada a ser “superada”, sino integrada en nuestras vidas como supervivientes de la pérdida”, sostiene la Fundación Americana para la Prevención del Suicidio (AFPS).
Reducir la tasa mundial de suicidio en un tercio para 2030 es una meta tanto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas como del Plan de Acción Mundial de Salud Mental de la OMS. Este objetivo subraya la importancia crítica de abordar el suicidio como una cuestión de salud pública y dedicar recursos significativos a la prevención y el apoyo a los supervivientes.
María Silvina González Astobiza es Diplomada en Tanatología Asistencial y Educativa por El Faro y Dolus. Acompañante de Fin de Vida y Duelo. Doula de Fin de Vida. Coordinadora del Grupo de Apoyo: Duelo por Suicidio. Facilitadora de Death Café Málaga. Co-coordinadora del “Ciclo de Conversaciones”.