Los nabateos nunca pudieron imaginar el impacto de su creación cuando esculpieron las primeras estructuras en Petra, asentamiento erigido en un estrecho valle entre el mar Muerto y el golfo de Agaba.
Con nombre proveniente del griego y que significa piedra, Petra fue fundada a finales del siglo VIII antes de nuestra era (a.n.e.) en la periferia suroriental del Reino de Edom, cuyas principales referencias aparecen en la biblia.
Sin embargo, dos siglos después ese territorio de los edomitas fue ocupado por los nabateos, antiguo pueblo nómada árabe de la región levantina.
Fue con la llegada de los nuevos ocupantes, cuya actividad se desarrolló especialmente al sur y este de la región israelí (actualmente entre Israel y Jordania), que Petra se desarrolló hasta convertirse en ciudad, y eventualmente, en la capital del reino nabateo.
La urbe prosperó gracias a su ubicación en la ruta de las caravanas que llevaban el incienso, las especias y otros cotizados productos entre Egipto, Siria, Arabia y el sur del mar Mediterráneo.
Tras el establecimiento de los nabateos, pueblo acostumbrado al saqueo de caravanas, Petra creció gracias al pillaje durante los primeros años y, más tarde, la ciudad se enriqueció debido a los altos peajes que cobraban por la seguridad de sus muros.
Por otra parte, los habitantes se encargaron de construir complejas redes de canales que les abastecían de agua potable, lo cual hacía de ella un enclave muy atractivo para descansar.
Lamentablemente, hacia el siglo VI de nuestra era (d.n.e.), el cambio de las rutas comerciales y los terremotos sufridos condujeron al abandono de la ciudad por sus habitantes, dando fin así a mil 200 años de esplendor y gloria.
Como dato al margen, ya antes de llegar a ese punto la capital nabatea había perdido su independencia, como lo revela el investigador Reinaldo Sánchez, de la fundación Fernando Ortiz, institución cultural que estudia y divulga la vida y obra del sabio cubano, así como promueve el desarrollo de estudios científicos identitarios.
Aunque el reino nabateo se convirtió en un estado cliente del Imperio Romano en el siglo I a.n.e., fue en el año 106 d.n.e. que perdió su independencia.
Por lo que Petra -originalmente conocida por sus habitantes como Raqmu o Raqēmō- cayó en manos de los romanos, quienes anexaron Nabataea y la rebautizaron como Arabia Petraea, explicó el doctor Sánchez a Prensa Latina.
El otrora corazón de un reino -con una población de 30 mil habitantes- cayó en el olvido por más de un milenio, hasta que en 1812 el lugar fue redescubierto para el mundo occidental por el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt.
Para la académica Beatriz Covarro, la importancia de Petra disminuyó a medida que surgieron las rutas comerciales marítimas, y después de un terremoto en el 363 d.n.e., que destruyó muchas estructuras.
En la era bizantina se construyeron varias iglesias cristianas, pero la ciudad continuó en declive, y en la era islámica temprana fue finalmente abandonada, a excepción de un puñado de nómadas, explicó a Prensa Latina la profesora de la Universidad de La Habana.
A Petra se le conoce como “la ciudad perdida”, y es que así se mantuvo durante siglos, oculta en el desierto. Tormentas de arena, terremotos y numerosas inundaciones la fueron enterrando poco a poco hasta tal punto que en la actualidad tan sólo el 20 por ciento de la ciudad es visitable, aunque las excavaciones continúan desenterrando edificios.
Los restos más célebres del sitio arqueológico son sin duda sus construcciones labradas en la misma roca del valle, en particular, los edificios conocidos como el Khazneh (‘el Tesoro’) y el Deir (‘el Monasterio’).
Aunque fue ampliada durante su época de mayor esplendor, se cree que Petra resultó inicialmente utilizada por los ocupantes nabateos como un sitio funerario, pues ellos mismos la bautizaron como “la ciudad para el día de mañana”.
Según expertos, al principio los habitantes del asentamiento vivían en jaimas (nichos), ya que los edificios excavados en piedra son, en su mayoría, tumbas del siglo III a.n.e., las cuales varían en tamaño, diseño y ornamentación en función de la posición social del fallecido.
Uno de los hallazgos más sorprendentes cuando se visita esta maravilla es el teatro, una virguería arquitectónica excavada en la roca. Al principio se creía que esta construcción del siglo I era de origen romano, pero lo que hicieron estos fue remodelar y perfeccionar lo construido por los nabateos.
Lo más sorprendente son sus gradas, perfectamente talladas en la falda de la montaña y donde se calcula que se juntaban cinco mil espectadores.
El cañón que protege a Petra y la mantuvo oculta durante mil 200 años también conserva algunos relieves y esculturas, testigos de la esencia comercial de los nabateos.
En estas creaciones se distinguen mercaderes, camellos y diferentes objetos que demuestran que la urbe no fue una casualidad ni un hecho aislado, sino la máxima expresión de una sociedad culta y cosmopolita.
El pueblo nabateo tuvo muy en cuenta los movimientos del sol a la hora de construir sus edificios. Así, algunos de las edificaciones más importantes de la ciudad están orientadas teniendo en cuenta los equinoccios, solsticios y otros acontecimientos astronómicos.
Un claro ejemplo es el famoso Monasterio, que durante el solsticio de invierno la luz del sol entra por la puerta e ilumina directamente el altar mayor, el motab.
También la tumba de la Urna cuenta con un fenómeno parecido, pues su puerta se alinea con el sol durante los equinoccios y los solsticios, por lo que señala las esquinas interiores del edificio.
Al contrario de lo que muchos creen, Petra no fue construida en piedra, sino excavada y esculpida en la misma roca, formando un conjunto monumental único que le valió su inclusión en la lista de Patrimonio de la Humanidad el 6 de diciembre de 1985.
La zona que rodea el lugar es también, desde 1993, parque nacional arqueológico; y desde el 7 de julio de 2007, Petra es una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo Moderno.
Petra, la roca convertida en maravilla