El tratado de paz fue firmado un 26 de marzo de 1979 por el primer ministro israelí Menajem Begin y el presidente egipcio Anwar el-Sadat, con la mediación del entonces mandatario estadounidense Jimmy Carter. En su momento, este acuerdo conocido como el Tratado de Paz Egipcio-Israelí, fue un hito histórico que intentó poner fin oficialmente a décadas de hostilidades entre los dos países.
En ese tratado, que por aquella época, luego del fin de la guerra de Vietnam y el fin del colonialismo portugués en Angola y Mozambique, trajo algunas esperanzas de paz al mundo, ambos países acordaron abstenerse de recurrir a la guerra o a la amenaza de la guerra entre ellos, el reconocimiento mutuo como estados soberanos, el retiro israelí del Sinaí y el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas.
En el texto se incluyeron además medidas de seguridad y límites en las zonas fronterizas y se acordó fomentar la cooperación económica, científica, tecnológica y cultural entre los dos países.
Lo que pasó después
En virtud del tratado, Egipto e Israel abrieron sus respectivas embajadas en El Cairo y Tel Aviv y nombraron embajadores. Israel completó su retirada del Sinaí en 1982, incluyendo la evacuación de asentamientos israelíes en la península, retiro que luego se vería comprometido por el avance de nuevas colonias hebreas en la zona.
El presidente egipcio pagó con su vida el acercamiento. Un 6 de octubre de 1981, fue asesinado por un grupo de militantes islamistas que se oponían a su política de paz con Israel y a su régimen en general.
A lo largo de los años, las relaciones entre Israel y Egipto se han tensado en diversas oportunidades. Una de las principales razones por las que estas relaciones se han visto deterioradas tras el Acuerdo de Paz, es la falta de solución a la demanda de soberanía plena para el pueblo palestino, conflicto que ahora se ve tremendamente agravado por la masacre que sufre la población gazatí.
Egipto ha intentado ser un mediador clave en los esfuerzos de paz entre Israel y los palestinos, y la falta de avances significativos en el proceso de paz ha obstaculizado las relaciones bilaterales. Por otra parte, ha habido sectores en Egipto que se oponen a la normalización de las relaciones con Israel, especialmente entre grupos radicalizados, que no reconocen a la nación vecina, sino como intrusos e invasores.
También es importante considerar la inestabilidad política de la zona dada por los permanentes intentos de injerencia externos y las luchas por el poder internas dentro y entre los mismos países de la región.
Las turbulencias de la Primavera Árabe, pese a sus inicios prometedores, no lograron consolidar una apertura democrática real. Egipto es desde hace diez años gobernado por un ex militar e Israel por un gobierno de extrema derecha, que hoy bombardea y hambrea a la población de Gaza con el objetivo manifiesto de expulsarla del territorio.
De este modo, ante este macabro ejemplo de genocidio y limpieza étnica, celebrar un antiguo acuerdo de paz resulta poco menos que escandaloso.
Sin embargo, el Tratado de Paz Egipcio-Israelí no se puede considerar un fracaso en sí mismo, ya que ha evitado la confrontación bélica directa entre los dos países desde su firma en 1979.
Más allá de la inmediata implementación del cese al fuego en Gaza aprobado por la resolución de Naciones Unidas con 14 votos a favor – con la sola abstención de los Estados Unidos de América –, es obvio que será necesario convocar a la brevedad una Conferencia vinculante de Paz para toda la región.
Ese esfuerzo, que entre otros resultados deberá tener el reconocimiento internacional pleno de un Estado Palestino, solo cobrará visos de realidad, si los pueblos de la región aumentan su efectivo poder de autodeterminación y logran, por fin y quizás por primera vez, materializar su profundo anhelo de paz y progreso social.