Chile no es un país corrupto es una frase que escuchamos por años y que de tanto repetirla la creímos verdadera, y dejamos de tomar los resguardos para que la corrupción no se extendiera por nuestra sociedad. Tanta confianza teníamos en esta falsa afirmación que sacamos del currículum el curso de educación cívica, y le restamos importancia al rol que juega la ética en la vida en común.
La corrupción se refiere al abuso de una posición de poder, para obtener beneficios personales o ganancias ilegítimas. No es sólo un problema ético y moral, porque toda forma de corrupción tiene implicancias en el bienestar público o en los intereses de terceros.
Ya no importa si la frase Chile no es un país corrupto surgió de la ingenuidad, fue una estrategia para invisibilizarla (la corrupción) o fuimos autocomplacientes con los rankings internacionales que nos comparaban favorablemente con otros países de la región.
La corrupción actúa como un virus que se incrusta en los pilares de la democracia y la convivencia. Encuentra un buen ambiente de propagación en el individualismo, cada vez más acentuado en nuestra sociedad: ¿si otros lo hacen, por qué yo no puedo hacerlo?
El lado oscuro de la corrupción está en que mientras más arriba estoy en la pirámide social, cultural y económica, más lejos estoy del alcance de la justicia, y más cerca de la impunidad. En nuestra sociedad, en la que el poder -en todos sus ámbitos- está concentrado en muy pocas personas, las posibilidades de estar amparado por una red de protección son altísimas.
Chile vivió esta situación en el caso del “financiamiento irregular de la política”. Bajo un manto de legalidad, los fiscales más agudos, Gajardo y Norambuena, fueron marginados de la investigación. Es de esperar que no suceda lo mismo con los fiscales Lorena Parra y Felipe Sepúlveda, que llevan la causa por la entrega información reservada y secreta por parte del exdirector general de la Policía de Investigaciones, Sergio Muñoz, mientras ejercía el más alto cargo de la institución, al abogado Luis Hermosilla.
El lado iluminado de la moneda está en la huella de datos e información que dejamos en cada uno de los medios digitales a los que accedemos diariamente como celulares, computadores, cámaras de vigilancia, perfiles de redes sociales, transacciones financieras, etc. permanecen guardados para siempre. Cada día resulta más fácil acceder a dicha información cuando hay voluntad para pesquisarla y perseguir las responsabilidades legales.
No basta con llevar a la justicia a los acusados de corrupción para detenerla. Es un comienzo necesario e indispensable, pero también se requiere de cohesión social. Es decir, la existencia de relaciones positivas y respetuosas entre los individuos y grupos dentro de la sociedad, con un proyecto común de probidad y acceso equitativo a oportunidades para todos sus miembros.
La cohesión social tiene varias dimensiones y una de ellas debe comenzar a ser trabajada desde la niñez. La educación debe jugar un rol determinante en la formación, promoviendo hábitos y conductas en las que prevalezca el buen trato, la confianza mutua, la tolerancia, la inclusión y la participación. Sólo así podemos esperar que la frase Chile no es un país corrupto se haga realidad.