Los triunfos electorales de la izquierda en Brasil como en Colombia (Gustavo Petro y Lula da Silva) demuestran el fracaso de las teorías neoliberales de los gobiernos derechistas. De la mano del capitalismo más extremo, la verdad es que en aquellos países se acrecentaron las diferencias socioeconómicas, aumentó el número de pobres y, con esto, cundieron las lacras del narcotráfico y de la delincuencia. En Chile, sin embargo, existe la sensación de que en las próximas elecciones municipales y presidenciales la ventaja de las expresiones derechistas se acrecentará ante la frustración de muchos respecto de la gestión de Gabriel Boric.
Incluso al interior del oficialismo hay quienes se entregan a la idea de que ahora les tocará otra vez a los sectores retardatarios instalarse en La Moneda y gran parte de los gobiernos regionales. El derrotismo de quienes nos gobiernan se hace cada día más ostensible, al grado que algunos piensan que la actual administración difícilmente podrá completar su período de gobierno.
Antecedida por una campaña llena de promesas y cambios radicales, los jóvenes dirigentes de la izquierda que accedieron al poder a poco andar perdieron la esperanza en cuanto lograr del Parlamento auspicio para sus iniciativas económicas que fundamentalmente apuntaban a reformar el sistema de pensiones, derrumbar los negocios especulativos en la salud y promover un nuevo sistema tributario que le permitiera al Estado reunir los recursos para solventar los cambios. Así, como de paso, lograr que los ricos paguen mayores impuestos y se pueda frenar drásticamente la corrupción y el desarrollo del crimen organizado.
El rupturismo propiciado por Boric y los partidos de izquierda incluía severas críticas a la gestión presidencial del empresario derechista Sebastián Piñera, pero también al comportamiento de los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría. Sin embargo, muy rápidamente, el Gobierno invitó a gobernar a un buen número de socialistas, del PPD y otras denominaciones que recién habían sido objeto de demoledoras críticas de parte de las expresiones vanguardistas, que apuntaban especialmente a su falta de probidad e incapacidad para corregir los escandalosos niveles de desigualdad social.
Incluso el propio Boric prometió llevar a los Tribunales a Piñera y a las cúpulas policiales que habían reprimido brutalmente el Estallido Social del 2019, violando sistemáticamente, como se acusó, los Derechos Humanos de cientos de manifestantes. En este sentido, nadie imaginaría que en pocas semanas el nuevo Mandatario y el anterior cultivaran tan buenas relaciones, viajaran juntos al exterior y se encontraran en reiteradas ocasiones dentro de un clima de suyo fraterno. De allí que, después de su trágico deceso, Piñera fuera sepultado con los más altos honores de Estado en que, las más importantes figuras de la nueva administración se turnaron para hacer guardia en torno a su féretro.
Más allá de la “amistad cívica”, que tanto se proclama como atributo republicano, estas buenas relaciones culminaron con el ingreso al Gobierno de las figuras septuagenarias ácidamente cuestionadas por los jóvenes del que ahora promete constituirse en un solo Frente Amplio; por lo que ya se habla de la orientación más bien centro izquierdista de los actuales moradores de La Moneda. Ministerios tan importantes como el del Interior, Relaciones Exteriores, Hacienda, Vivienda y otros tienen como titulares a quienes después de los gobiernos de Ricardo Lagos y de la señora Bachelet se los consideró como jubilados en la política. Además de varios otros que han salido a ocupar importantes embajadas y otras designaciones diplomáticas.
Pero, lo cierto, es que no solo se trata de rostros sino de intenciones. Este tipo de políticos incorporados al gobierno de Boric se sabe que quedaron verdaderamente obnubilados por las ideas neoliberales, la sacrosanta veneración del mercado, la necesidad de atraer a los inversionistas extranjeros, así como la idea de que los valores medioambientales no puedan constituirse en un obstáculo a la libre iniciativa y empresa.
Lo más curioso es que en su etapa juvenil estos mismos personajes formaron parte de las expresiones ultra izquierdistas que llegaron a considerar a Salvador Allende como un “reformista” y estuvieron tan a contrapelo con su gestión. Nos referimos en especial a quienes militaron en el MAPU y el MAPU Obrero Campesino, como en las vertientes más radicalizadas del Partido Socialista.
Verdaderamente reciclados ideológicos que hoy consideran a la democracia como un fin y no como un medio para el logro de la justicia social, la paz y la buena convivencia del pueblo. Cariz ideológico importante que en la práctica los lleva a asumir la que entonces llamaban la “democracia burguesa” y que hoy en el mundo consideran como válidos regímenes criminales tan abominables como los de Donald Trump y Netanyahu, conspirando contra gobiernos como el de Cuba, Venezuela y otros países que, pese a los justos reparos que se le pueden inculpar, buscan sobre todo que la soberanía de sus pueblos signifique su liberación del hambre, la ignorancia, la violencia, la discriminación social y cultural. Además de combatir efectivamente aquellas lacras sociales que abundan en el llamado “mundo libre”, como el tráfico de estupefacientes, el crimen organizado y el consumismo ecocida.
A lo anterior, es evidente como La Moneda se aparta de su entorno regional para dejarse caer en los brazos del imperialismo y la hegemonía capitalista de las grandes potencias, haciendo de China una excepción nada más que por su gravitación económica y la curiosa denominación comunista de su gobierno que para algunos incautos resulta auténtica.
Lo peor de todo es que quienes se incorporaron más tarde al gobierno de Boric en poco tiempo son los que están mediatizando los cambios prometidos, abriéndose a darle rescate, por ejemplo, a las APPs y la isapres, como a colonizar de capital foráneo recursos tan fundamentales como el litio. Así como estarían muy dispuestos a convenir con la derecha un armisticio ideológico que suponga militarizar las zonas de tensión social del país, como la Araucanía. Junto con renunciar a la propuesta de una educación pública gratuita y de calidad, la gran bandera de lucha de los dirigentes estudiantiles hoy en el Gobierno.
No sería raro, por lo mismo, que próximamente todos vivamos bajo un gran estado de excepción, tal como lo pusiera en práctica Pinochet y es el deseo de la derecha cuando siente amenazados sus privilegios.