¿Cuál es el ingrediente fundamental para una guerra?

Muchos podrían pensar en las armas, municiones o dinero… pero en realidad nada de todo esto es fundamental (aunque puede resultar útil). Lo realmente clave es la gente. Para iniciar una guerra, primero es necesario tener gente dispuesta a luchar en ella. Las armas requieren de alguien que las empuñe, los cazabombarderos necesitan un piloto y los gatillos necesitan un dedo para oprimirlos.

Así es, las guerras no se hacen solas.

Entonces, cuando alguien decide desencadenar una guerra, uno de los principales obstáculos es convencer a los ciudadanos para que la apoyen y luchen activamente. Esto sin duda representa uno de los desafíos más exigentes, ya que los intereses de quienes promueven las guerras no coinciden con los de las personas destinadas a librarlas.

Las guerras se libran en condiciones extremadamente inhumanas: pobreza, frío, sufrimientos indescriptibles… pero invariablemente se organizan en elegantes edificios con una temperatura generalmente comprendida entre los 20 y 23 grados centígrados y un excelente servicio de catering. Y, obviamente, los cínicos individuos que promueven estas guerras saben con certeza que ellos nunca deberán padecer personalmente el frío o el hambre o los horrores de la guerra, sino que serán otros quienes los sufrirán. Un panadero, un barrendero, un dentista, un maestro, en cambio, de cualquier nacionalidad que sean, comprenden fácilmente que la guerra les traerá muerte y sufrimiento a ellos y a sus seres queridos.

Pero si todo esto está claro, ¿cómo logran los promotores de las guerras convencer a las poblaciones para que luchen entre sí? Aquí es donde entra en juego la propaganda de guerra. La estrategia más eficaz es infundir miedo en la gente y demonizar al enemigo, enfatizando en su peligrosidad y maldad. “No somos nosotros los que queremos la guerra, pero estamos obligados a prepararla y llevarla a cabo”. «El enemigo provoca deliberadamente atrocidades indescriptibles».

Cuando el miedo por sí solo no logra obtener la adhesión deseada, se utilizan otros incentivos, como la justicia, la libertad, la supervivencia de la democracia misma, el orgullo nacional, etc. “No defendemos nuestros intereses, sino la democracia”.

Los promotores de las guerras son hábiles para presentar las razones del conflicto de tal manera que influyan en la opinión pública. Y luego de una campaña muy intensa de persuasión, la gente decide que ha llegado el momento de sacrificarse. Cuando quienes serán llamados a combatir están convencidos de que comparten los mismos intereses de quienes los envían a la guerra, el objetivo es alcanzado.

Eso es exactamente lo que estamos viviendo en estos últimos dos años: se ha desatado la propaganda de guerra, haciendo de la verdad su principal víctima.

En Europa pensábamos que hacía tiempo habíamos dejado atrás los días en que podíamos hablar abiertamente de guerra… pero estábamos equivocados. Después del final de la Segunda Guerra Mundial, nuestros ejércitos y fábricas de armas exportaron la guerra a otras partes del mundo. Pero ahora —por alguna razón— parece que la estrategia de quienes detentan el poder ha cambiado y que ha llegado el momento de que también los ciudadanos europeos aporten su propia contribución de sangre y sufrimiento.

Todos los tabúes que en el pasado nos habían protegido de la idea de un conflicto armado en nuestro continente, están desvaneciéndose rápidamente y existe un riesgo real de que estas elecciones europeas puedan ser las últimas antes de la escalada de un conflicto preparado  silenciosamente durante años. Cada propuesta razonable que podría poner fin al conflicto es ignorada, mientras los partidos pacifistas  son sistemáticamente hostigados, ocultados y ridiculizados por los  medios de comunicación.

Por lo tanto, es de vital importancia que en las próximas elecciones los ciudadanos europeos se liberen de la hipnosis de la propaganda que presenta a esta guerra como inevitable y justa y a cualquiera que se oponga a ella como un traidor. Es esencial elegir como representantes a personas que se opongan abiertamente a la guerra, que promuevan la resolución pacífica de los conflictos y que se aboquen inmediatamente a frenar esta estrategia del terror internacional.

¿De qué sirve votar por un partido que propone incentivos para la agricultura o políticas ambientales si ese mismo partido nos arrastrará al abismo de la Tercera Guerra Mundial?

Votamos y animamos a otros a votar por la paz y contra la guerra. Damos nuestro voto únicamente a quienes se oponen al conflicto armado y apoyamos a todas las formaciones políticas que, como «Paz Tierra Dignidad», «Democracia Soberana Popular» y «Juntos Libres» en Italia, están recogiendo firmas para presentarse a las elecciones e incluyen en sus programas la negociación como solución a los conflictos.

Una vez que la avalancha de violencia y guerra haya comenzado, ya no será posible detenerla. Hoy quizás todavía estamos a tiempo.

Europa por la paz