En esta serie de artículos hemos mencionado en múltiples ocasiones la superación del sufrimiento como objetivo, como meta a lograr. La misma Psicología del Nuevo Humanismo tiene esa aspiración ya que se trata de una disciplina existencial y no de una psicología clínica que aborda las patologías. Sin embargo, hemos dado por sentado que todo el mundo entendería de qué se trata cuando hablamos de sufrimiento. Por si acaso no fuera así, sería bueno aclarar qué es eso de “superar el sufrimiento”.
Por Jordi Jiménez
Primero hay que distinguir entre dolor y sufrimiento. Cuando hablamos del dolor humano nos referimos a la señal que envía el cuerpo cuando algo no anda bien. Si acerco demasiado mi mano a un fuego empiezo a notar un fuerte dolor que hace que retire la mano rápidamente. Si una potente fuente luminosa ciega mis ojos, noto un dolor que me hace cerrar los párpados para protegerlos. En todos los casos, el dolor nos dice que algo está dañando al cuerpo físico, de forma que al notar esa señal podamos protegerlo. Sin embargo, cuando no hay nada de lo que protegerse (porque todo anda bien) el dolor no es necesario.
Por otro lado, el sufrimiento se refiere a la señal mental (entiéndase «mental» como interna en general, no sólo referida a la cabeza) que sentimos cuando algún proceso en nuestra conciencia no anda bien. Esta señal la registramos como tensión, angustia, temor, ansia, vacío o alteraciones emocionales de todo tipo. Pueden ser tensiones muy cotidianas hacia algo que deseo alcanzar; o temores muy comunes como el de la pérdida de algo que tengo; o alteraciones emocionales como la ira por cosas que suceden en mi entorno. Todas esas señales tan conocidas y cotidianas son lo que llamamos sufrimiento y todas ellas tienen algo en común: hay en ellas un registro de contradicción. Las cosas no encajan, no fluyen.
Así que el dolor es físico y el sufrimiento mental. Ambos son indicadores de que algo no anda bien y, por tanto, algo hay que modificar. Si con frecuencia me invade el temor, o la tensión o la alteración, algo tendré que hacer para arreglar aquello que da origen a esa señal, igual que hago algo cuando un estímulo doloroso daña mi cuerpo.
Ahora veamos una cosa curiosa: cómo se produce ese conjunto de fenómenos que llamamos sufrimiento. Hay tres vías por las que circula: la vía del recuerdo, la vía de la percepción y la vía de la imaginación. Cada una de ellas está asociada lógicamente al pasado, al presente y al futuro.
Por ejemplo, puedo sufrir por algo que me sucedió en el pasado y que me dejó una huella que se mantiene hasta hoy. A pesar del paso del tiempo, sigo reviviendo aquella o aquellas situaciones. Trato de no recordarlas, pero a veces algo que vivo hoy me recuerda a aquello que pasó y ese sufrimiento pasado vuelve al hoy. Sin embargo, reconozco que aquello que pasó ya no existe, ni siquiera existen las personas implicadas o no las he vuelto a ver y los lugares donde ocurrió ya han cambiado o desaparecido. Este sufrimiento actual es totalmente ilusorio, ya que sólo está en mis recuerdos, en mis imágenes. Eso que pasó es como un fantasma sin existencia real hoy.
En otros casos, me ocurrió algo en el pasado y luego, con el tiempo, hablando con otras personas y desenredando la madeja, acabo dándome cuenta que aquello que creía que había sido de una manera, resulta que fue de otra manera muy distinta. Simplemente tuve una perspectiva limitada de la situación que quedó en mis recuerdos y al verla más ampliamente y desde otras miradas, resultó ser muy distinta. Entre tanto he estado sufriendo por algo que creía de una manera y ni siquiera había sido así. Este caso es aún más ilusorio que el anterior, ya que lo ocurrido… no había ocurrido.
Estos dos ejemplos muestran la vía del pasado por la que se desliza el sufrimiento. En cuanto a la vía del presente puede ocurrir, por ejemplo, que estoy viviendo una situación en el trabajo, en la pareja o con mis amigos que interpreto de cierta forma y que me produce cierto problema (tal vez me siento al margen, incomprendido o bien ocultamente criticado por otros). Sin embargo, al hablar abiertamente de lo que me ocurre con las personas implicadas, resulta que no había nada de eso que imaginaba, que en realidad… me estaban preparando una fiesta sorpresa, por ejemplo. Pero mientras tanto, he estado sufriendo por algo que creía percibir, pero que también era inexistente.
Y por último, la vía del futuro, que es una de las más transitadas por el sufrimiento y quizás la más ilusoria de todas. Puedo imaginar a futuro que me ocurren todo tipo de cosas terribles. Desde lo más simple e inmediato a lo más lejano en el tiempo. Puedo imaginar, por ejemplo, que en la oscuridad de la noche alguien me acecha preparado para causarme un gran daño (futuro inmediato). Puedo imaginar que en la visita al médico del mes que viene tendré malas noticias y veré confirmados mis miedos, o que esa linda relación que tengo acabará saliendo mal (futuro mediato). Y también puedo imaginar que el proyecto en el que he puesto todas mis esperanzas será un fracaso rotundo y mi vida perderá todo sentido (futuro lejano).
Podemos imaginar todo tipo de horrores a futuro dramatizándolos más o menos, pero en todos los casos no serán más que imágenes ilusorias de algo que no ha ocurrido y que tal vez nunca ocurra. Por supuesto, siempre puede haber algo de ese futuro imaginado que tal vez llegue a ocurrir. Si existe una posibilidad razonable de que ocurra algo perjudicial, tomaré unas precauciones también razonables y proporcionales a ello. De ese modo las cosas van avanzando de manera equilibrada. Será bueno si cuido mi salud y si pongo todos los medios para que mis proyectos avancen, aunque nunca tendré la certeza de que ocurra lo planeado. Las imágenes de futuro son muy útiles y no podemos apartarlas de nuestra vida sin más. Pero en muchos casos nos dejamos llevar por ilusiones que van más allá de lo posible y que nos dejan una sensación de sufrimiento innecesario. En otros casos, esas imágenes de fracaso futuro son posibles, pero vivirlas por anticipado nos deja igualmente una sensación de sufrimiento innecesario.
Hay que distinguir esos temores imaginarios de la sensación de miedo corporal que se produce en el cuerpo ante una situación que percibimos (no que imaginamos) como peligrosa. Al acercarnos a un gran acantilado, al ver a un animal que se abalanza sobre nosotros o al ver que un fuego nos rodea probablemente tendremos una sensación de miedo que en realidad nos protege frente a lo peligroso. Esa reacción es útil a la supervivencia y tiene que ver con una reacción corporal instintiva. Todo bien. Pero las imágenes ilusorias de sucesos que tal vez nunca ocurran o que tal vez nunca ocurrieron tienen que ver con otra cosa: con un mecanismo de sufrimiento innecesario que hay que superar.
Para acabar, recordar que las imágenes de futuro pueden crear sufrimiento o todo lo contrario. Ya lo comentamos en el artículo anterior sobre el futuro. Por tanto, el problema no es el mecanismo de la imagen de futuro, ni los mecanismos de recuerdos del pasado ni los mecanismos de percepción del presente. Tales funciones del psiquismo son necesarias para la vida y pueden ser usadas, intencionalmente, para romper las cadenas del sufrimiento y tener una vida más libre y despierta.