En sus recientes elecciones presidenciales, los argentinos consumaron un voto amplio de repudio a la casta política de su país. Aunque Javier Milei solo obtuvo un treinta por ciento de apoyo en la primera vuelta, este porcentaje se elevó a su favor en una segunda ronda, donde un 56 por ciento de los ciudadanos concluyó repudiando a los partidos y candidatos tradicionales de derecha a izquierda.
El Presidente Milei aprovechó magistralmente el grado de frustración popular y encono hacia quienes habían gobernado durante la posdictadura y cuya gestión causara una profunda crisis económica, la patética elevación del número de pobres e indigentes, tanto como aquella inflación desbocada que ha devaluado severamente la moneda tanto como el poder adquisitivo de los trabajadores y pensionados.
Otrora uno de los países más prósperos del Continente, no se sabe cómo Argentina podrá superar ahora sus infortunios, pese al optimismo del actual Mandatario que curiosamente viene advirtiéndole a su pueblo que la única manera de volver a tomar la senda del desarrollo es con más sacrificios, con sueldos que todavía deben devaluarse más, con una estricta restricción del gasto público y recortes presupuestarios que van a golpear severamente la educación, la salud, la vivienda y todas las grandes expectativas de la población.
Aunque no se diga, seguramente las FFAA también verán recortados sus ingresos así como bajará la inversión en obras públicas, en un país en que el Estado ha jugado un rol fundamental en la economía y que ahora tiembla en la posibilidad de que todas las grandes empresas del país se privaticen y sean puerto de las inversiones extranjeras, como lo ha prometido Milei.
Es tan compleja la situación y tan enormes los desafíos que muchos piensan dentro y fuera de la Argentina que solo un gobierno autoritario o dictatorial podría acometer esta recuperación, toda vez que el Mandatario actual carece de los votos mínimos para hacer aprobar sus leyes en el Congreso Nacional, y tiene como opositores cada vez más enconados a todos los gobernadores de un país que es federal.
El panorama al respecto es tenebroso y, aunque Milei cuenta todavía con una mayoría ciudadana que lo avala en sus decisiones y está dispuesta a aguantar más privaciones de todo tipo, es bien poco probable que en los próximos meses no se acreciente el número de impacientes y disconformes y las cifras de su popularidad desciendan notablemente. La historia universal nos da testimonio de pueblos que han afrontado el hambre y las guerras bajo el liderazgo de sus mandatarios y las más férreas convicciones ideológicas, pero Milei no es Alejandro Magno, ni siquiera un Churchill, como tampoco los argentinos un pueblo tan concientizado más allá de su justo desprecio por quienes lo han burlado en la política.
No es tiempo, tampoco, de revoluciones sociales e idearios grandiosos; más bien lo que vivimos en el mundo es una ola de pavoroso pragmatismo, de un consumismo francamente ecocida y de muy escasa solidaridad social.
A lo anterior, debemos sumar que Milei parece un desquiciado, cuya osadía lo lleva a insultar al Pontífice, para después concurrir a abrazarlo a Roma. Al tiempo que ofende gravemente a mandatarios como Lula da Silva y Gustavo Petro, visita y le rinde honores a un genocida como Netanyahu y le da un manifiesto espaldarazo al corrupto de Donald Trump, antes que concrete su nueva denominación para volver a la Casa Blanca.
Si se pueden conjugar sus disparatadas concepciones, es claro que se trata de un capitalista fanático, de un evidente desprecio por los Derechos Humanos y un odio frenético por todo lo que le suene a izquierdismo, por lo que es muy poco probable que, en su cruzada por hacer de Argentina un país grande, vaya a sujetar su lengua contra los gobernantes chinos, rusos y de la propia comunidad europea donde él descubre países colaboracionistas o tolerantes con los demonios políticos que turban su mente.
Ciertamente, no quisiéramos estar en el pellejo de nuestros hermanos argentinos todavía muy tensionados por las demagógicas promesas o fantasías de un populista todavía más deschavetado que otros conocidos caudillos latinoamericanos y mundiales de triste memoria. Aunque se dice que Milei tiene la legitimidad de un presidente electo democráticamente, todos sabemos que este atributo puede esfumarse rápida y patéticamente, como le ocurriera al mismo Hitler, a Mussolini, y que hoy afecta al gobernante israelí.
Vamos a ver qué va a hacer este mesiánico personaje si la casta política argentina que hoy es despreciada por el pueblo se propone frenar sus reformas. Vamos a ver si es capaz de probar su condición de republicano y libertario y si no va hasta inventar conflictos fratricidas y fronterizos para justificar su voluntarismo y fracaso. Como chilenos, por lo mismo, debemos estar muy atentos a lo que sucede al otro lado de nuestra Cordillera, pero también advertidos de que el mismo clima, las frustraciones y las corrupciones que llevaron a un Milei hasta la Casa Rosada, puede traernos a otro como él a La Moneda. Cuestión que puede ser muy posible por el grado de deterioro que también afecta a nuestra política.
Al escuchar el primen mensaje de Javier Milei al congreso nacional argentino pudimos comprobar en su crudo y certero diagnóstico el país que recibió, no podemos sino descubrir muchas similitudes con lo acontecido en Chile, especialmente en las prácticas de corrupción de nuestra propia case política, empresarial y militar. Como también en la atrevida y vociferante posición de la derecha que vería seguramente con satisfacción el surgimiento de un caudillo como el actual mandatario argentino en nuestro país.