La descocada geofagia de los humanos y la consiguiente pérdida de hábitats junto a la dependencia de zonas protegidas, empujan a las aves de presa a la extinción, advirtieron protectores de esos animales y medios especializados.
Aún hoy las águilas marciales y bateleur, junto al colorido pájaro secretario, especialista en cazar serpientes, pueden ser vistas planeando por el azul purísimo del cielo en las cuatro esquinas de África.
Pero ese espectáculo va camino a ser otro recuerdo de un pasado glorioso condenado al olvido y visible solo en imágenes fílmicas como tantas otras alrededor del planeta.
Perdemos algunas de nuestras aves rapaces más icónicas, admitió apesadumbrado el biólogo Darcy Ogada, director del programa africano Fondo Peregrino (PF, en inglés), quien no duda en culpar del desastroso impacto en los buitres de la rápida expansión de la agricultura, alteraciones de sus hábitats y el envenenamiento.
Sin embargo, no son las únicas víctimas de la masacre que alcanza a otras grandes aves de rapiña con alarmantes índices de disminución aunque no se alimenten de carroña y por lo tanto son menos susceptibles al envenenamiento, demostró un estudio conjunto del PF y la Universidad de San Andrés, de Escocia.
Otra inquietante arista del problema: el declive en las poblaciones de grandes rapaces como buitres y águilas ocurre casi por igual fuera de las áreas protegidas y en esas zonas, evidenció la pesquisa publicada en el mensuario en línea Nature Ecology & Evolution.
Esta situación en África evidencia que las áreas protegidas no cuidan a nuestras especies debido a que no son suficientemente grandes o están mal administradas hasta el punto que las presas necesarias para mantener a estos rapaces, ya no existen, afirmó de su parte Ogada.
Lo más crítico del caso es que de las 100 especies de rapaces africanas, todas muestran signos de declive en sus poblaciones.
El estudio cita los casos de Kenya, Botswana, Burkina Faso, el norte de Camerún y Níger, donde están registradas 42 especies de aves de rapiña las cuales experimentan descenso en sus poblaciones, en especial las diurnas, y entre ellas varias familias de águilas y de halcones.
Cada nuevo día es un reto para esas especies cuyos avatares son múltiples y omnipresentes: choques con infraestructuras eléctricas, envenenamiento, muerte de aves por creencias tradicionales y trampas para comercializarlas.
Los envenenamientos de leones y otros depredadores naturales por los pastores son otro de los impactos negativos en esos ejemplares que alguna vez fueron adorados por su belleza y la majestad de su vuelo hasta el punto que varias culturas originarias en el norte y el sur del continente los hicieron símbolo de su aristocracia.
Sin embargo, el papel en la interacción con el medio ambiente de esos individuos va más lejos que el regocijo de la vista: al consumir los restos de leones y hienas envenenados por los ganaderos ellos son los equipos de limpieza encargados por la madre naturaleza de impedir la propagación de enfermedades.
Otro de los factores en contra de la supervivencia de los grandes rapaces es la demora en su desarrollo sexual, entre cinco y siete años, y que solo ponen un huevo cada dos años, lo que los hace más vulnerables a la extinción que los grandes carnívoros.
Por todo ello, cuando vea el vuelo de una gran rapaz, obsérvela y fíjelo en su memoria, puede que este disfrutando de un espectáculo que será irrepetible y de cuya desaparición solo podremos responsabilizarnos a nosotros mismos.