6 de Febrero 2024, El Espectador
Es decisivo para el presente y el futuro de Colombia, que el primer gobierno de izquierda que llega legítimamente al poder nos deje al final de la gestión un balance social, económico y político respetable y positivo. Que la paz —grande, total, justa— se abra camino y que el Estado por fin le cumpla a los firmantes de paz exguerrilleros de las FARC (me refiero a las ex FARC de verdad, no al remedo disidente que ahora se pavonea, traiciona y asesina a sus mismos ex-compañeros). Es clave pactar la paz con el ELN; y que la autoridad asuma su papel contra las bandas criminales creadas no por vocaciones políticas, sino por el tráfico de drogas, de armas y personas. Convendría rescatar lo que sirva de las reformas sociales y eliminar o cambiar sin pasiones y con razones, lo que resulte nocivo. Pero se necesita gobernanza para alcanzar el ideal de un país reconciliado y con un desarrollo ético y multifuncional. Y gobernanza, es precisamente lo que escasea más que el agua.
Amanecemos todos los días en medio de la versión criolla de una pelea de adolescentes en West Side Story; una pugna constante, una competencia a ver quién agrede más, quién da la cachetada más fuerte, la que más desvíe de lo fundamental y lo urgente. Solo que aquí no se pelean por amor, sino por prepotencia.
Ya no hay debate sino agravios, carentes de madurez personal y política; el ego de unos y otros es mucho más grande que la humildad necesaria, y la vocación de insulto supera la capacidad de consenso.
La acertada invitación a la unidad y al acuerdo nacional, no está respaldada por hechos cotidianos congruentes con la propuesta; el presidente insiste en victimizarse y monta peleas simultáneas y perjudiciales con los empresarios, con los medios, con otros partidos, y hasta con sus propios ministros… ¡Qué desgaste!
Se han dejado ir y/o se les ha quitado respaldo y cargo a mentes brillantes y plurales que hoy podrían seguir enriqueciendo el debate político y el constructo social. Pero quien piensa medianamente distinto no cabe en el rompecabezas nacional, es cancelado y graduado de enemigo, y en ese enjambre casi siempre auto infringido, la paranoia y el ansia de protagonismo se devoran el tiempo que debería dedicarse a estrategia y acción.
Presidente, sé que todo ha sido difícil. Hay estructuras monolíticas detestables y privilegios arbitrarios; el racismo y el clasismo son reales y son un asco. Usted ha izado con audacia sus banderas contra el cambio climático, el hambre, la pobreza y todas las otras violencias, y buena parte del mundo lo reconoce como líder en esos temas que, por supuesto, son mayores.
Pero presidente, 18 meses después de posesionado, saque el tren de aterrizaje; comprenda que la corte de áulicos le hace más daño que favor; que la autocrítica no es debilidad, y la crítica justa no significa animadversión.
Le hemos implorado que no se auto convierta en su propio y principal opositor. Pero su respuesta ha sido declararse en alerta ante una supuesta ruptura institucional… No se deje acosar por el fantasma de un golpe blando, porque entonces, quienes aplaudirían que eso sucediera, habrían ganado, así usted siga siendo el presidente.
Por decisión de 11 millones de colombianos el gobernante es usted, entonces, no culpe tanto a los demás. Los líderes delegan tareas, pero no endosan la responsabilidad.
Con esfuerzo estoy dispuesta a no quedarme patinando en desastres como los nombramientos de Benedetti, Morris o Rusinque, o en los trinos con desesperados SOS en árabe… Su proyecto es mucho más valioso que eso. Pero con respeto y tensión le digo: ¡Pilas, presidente!