Como corresponde a quienes han desempeñado el Gobierno de Chile, Gabriel Boric cumplió con otorgarle exequias de honor al malogrado ex presidente de la República, Sebastián Piñera.
Dispuso, así, de todo un conjunto de protocolos que van desde el consabido duelo general a aquellos funerales de estado en que las Fuerzas Armadas y de Orden se prodigan en colorido y actos marciales, así como sus deudos tienen la oportunidad de concurrir masivamente hasta su féretro. A todo ello se suman los discursos de despedida, entre los que destacan los del propio Jefe del Estado, el presidente del Senado y el máximo titular de la Corte Suprema.
A mayor abundamiento, amigos, ex colaboradores y familiares del extinto aprovechan de dejar también testimonio de su afecto y fidelidad tanto en la ceremonia oficial como, en este caso, durante la liturgia que le siguió en la Catedral Metropolitana de Santiago, tratándose de la confesión religiosa del ex jefe de estado y gobierno.
Como es habitual, estas alocuciones dan cuenta de la trayectoria y los méritos del difunto, tanto en el plano político, como en el personal y familiar. Una letanía de encomios y panegíricos en que lo máximo que se llegó a reconocer fue de que se trató de alguien que, como todos los seres humanos, también incurrió en algunos errores durante su truncada vida.
En este caso, poco o nada importó que el fallecido fuera un personaje altamente controvertido durante el tiempo en que se desempeñó dos veces como jefe de estado y llegara a ser uno de los mayores multimillonarios del país. Todo lo que se dijo, durante una parafernalia que incluyó la transmisión en vivo de todos los canales de TV abierta, fueron sendos elogios que a no pocos oradores los llevó a asegurar, incluso, que se trató de uno de los chilenos más inteligentes del país, celebrando su capacidad de liderazgo, cuanto lamentar la imposibilidad de llenar su vacío con otro dirigente de la centro derecha política a la cual estuvo adscrito.
Culminados los actos señalados y el chorro de palabras expresadas, no podemos olvidar que Sebastián Piñera tuvo poderosos enemigos durante su vida. Desde luego, los sumó en abundancia dentro de la derecha donde siempre se le reprochó su origen demócrata cristiano y la voltereta que se diera hacia el final de la Dictadura, cuando paso a engrosar las filas de los que le dijeron NO a la Constitución y continuidad de Pinochet en el poder. De allí que quienes en su funeral proclamaron que Piñera había sido un demócrata de la primera hora fueran personas que al igual que él aplaudieran el Golpe Militar de 1973 y cambiaran de posición después de largos años de horrores e interdicción ciudadana. Es decir, fueran “cómplices pasivos” de todo lo que aconteció durante la dictadura pinochetista, usando la misma expresión que el mismo Piñera acuñara.
Muchos dirigentes derechistas, que ahora se los vio dolientes en torno a su féretro, siempre lo acusaron de usar su dinero para imponer nominaciones políticas e influir en los resultados de las elecciones internas y generales. Cuestión que es fácil de comprobar en lo que publicaron autores como Hermógenes Pérez de Arce respecto de su avasalladora personalidad.
Cabe consignar que, dentro del ámbito patronal, Piñera también fue altamente criticado por empresarios que le reprochaban su falta de probidad en los negocios. Entre francas envidias, posiblemente, lo cierto es que se le acusó de ser muy inescrupuloso y desleal con sus competidores.
Por cierto, su figura además ocasionó abundantes críticas y sospechas dentro de la izquierda tanto por la orientación neoliberal de sus convicciones como por la forma en que encaró el llamado Estallido Social que, de no mediar la pandemia del Coronavirus, muy probablemente habría tumbado su segundo gobierno. Descalificaciones severas como la de haber sido responsable de las graves violaciones a los derechos Humanos cometidas por la feroz represión policial dispuesta por La Moneda en contra del Estallido Social del 2019. En las que destacaron las voces de repudio de Gabriel Boric, Camila Vallejo y otra serie de dirigentes políticos que posteriormente arribaron al gobierno. Dedicándole el epíteto de “asesino” y prometiéndonos a todos que sería juzgado y condenado por dichos actos que, ahora, con su muerte, seguramente quedarán sobreseídos e impunes.
No se puede soslayar que la presencia tan activa y el discurso de nuestro Primer Mandatario fue acaso lo que causara mayor estupor, especialmente por la flagrante contradicción entre sus críticas de ayer y los elogios de hoy a Piñera, aunque ya se sabía el encantamiento que le produjo a Boric encontrarse y compartir con el ex mandatario apenas llegado a La Moneda.
Algo extraño sucede cuando vemos que el Partido Comunista y el propio referente de Boric soportan tanta “vuelta de chaqueta”, no solo en cuanto a lo dicho en este funeral, sino en relación a proyectos que el joven mandatario prometió implementar y que hoy se hacen agua en el Parlamento. Cuando parece posible, por ejemplo, la posibilidad de darle continuidad a las administradoras de fondos de pensiones, como salir al rescate de las funestas isapres, que les deben a sus pacientes ingentes sumas de dinero para repararlas de los abusos que les cometieron.
Si Piñera pudo enterarse desde el más allá de los funerales de Estado que le prodigó el conjunto de la clase política probablemente estaría más que complacido respecto de aquellos ex concertacionistas que han concluido en que sus dos administraciones, en materia de realizaciones, quedaron a la izquierda de los gobiernos que le precedieron, lo que parece muy cierto o así lo estima buena parte de la opinión pública. En forma explícita, casi la totalidad de los ex ministros de Hacienda y Economía de la posdictadura se sumaron a los homenajes junto con evidenciar su franca conversión a las ideas neoliberales.
También Piñera puede haber disfrutado por la forma en que sus compañeros de ruta hoy lo reconocen como un gran estadista que, de paso, salvó a la derecha del descrédito total.
En realidad, si bien hubo mentiras evidentes y hasta grotescas en los homenajes al expresidente, lo más significativo es todo lo que se soslayó respecto de su figura y trayectoria. Con lo cual es muy probable que en su memoria haya quienes busquen erigirle monumentos por todo el país, como suele suceder cuando la muerte redime a los culpables y va sepultando la memoria de las víctimas y genuinos artífices de la democracia y la justicia social. Dándole paso a políticos inconsistentes y oportunistas como tantos de los que lloraron y acompañaron a Piñera hasta su última morada.