Hay quienes han quedado sorprendidos por el anuncio del expresidente Ricardo Lagos de abandonar la vida pública en consideración a su avanzada edad. De verdad, lo que creíamos muchos era que ya había cesado su actividad política cuando evidentemente no posee un solo cargo que lo vincule a la administración del Estado.
Seguramente lo que llevó al exmandatario a tomar esta decisión se deba a que es una persona que se ha declarado agnóstica por lo que, suponemos, prefiere leer y escuchar en vida lo que pueda decirse de él después de muerto, cuando se convierta en polvo o cenizas. Consideremos que su autoestima es muy elevada, al grado que muchos lo acusaron siempre de ser soberbio, arrogante y demasiado sensible a la crítica, como a todo lo que se diga de él. En este sentido, no quiere perderse esa enorme cantidad de elogios y besamanos como los que en las últimas semanas hemos podido comprobar. A tal grado que El Mercurio ha desplazado planas enteras para difundir homenajes y juicios melindrosos de quien se llegó a decir que como izquierdista había realizado el “mejor gobierno de derecha”.
Al respecto, uno de los primeros en destacar su figura fue el propio presidente Gabriel Boric quien le agradeció, “significativamente y emocionado el aporte que ha hecho a este país”. Una opinión que contradice mucho los juicios que, como dirigente estudiantil y diputado, profirió respecto de Lagos, cuando lo acusaba de “delirante” y “arrogante”. No podemos olvidar que en el propio frontis de la Universidad de Chile se extendieron dos gigantografías con los rostros precisamente de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, culpándolos de ser los principales responsables del caos educacional que denunciaron muchas de las más destacadas figuras ayer estudiantes y hoy inquilinos de La Moneda.
En todo caso, la decisión de Lagos es encomiable si se considera que en el llamado “servicio público” se mantienen muchos políticos de avanzada edad que se resisten a asumir un digno retiro, por mucho que crean que están en pleno goce de sus facultades físicas y mentales. Se dirá que en la historia universal destacan políticos que les hicieron grandes contribuciones a sus países después de los ochenta o noventa años, lo que es cierto, sin duda, pero algo excepcional.
Por algo hoy los estados e instituciones del mundo adoptan leyes que obligan a gobernantes, jueces, obispos y otros dignatarios a retirarse a la vida privada después de cumplir una edad determinada, por más que se compruebe que están muy bien. Por lo demás, las familias y seres queridos de éstos preferirían siempre que sus padres y abuelos arribaran a sus últimos años de vida en la más completa vitalidad posible y no cuando la senectud hace estragos en ellos.
Nos resulta patético que a un gobierno etáreamente joven, como el que tenemos ahora en Chile, poco a poco se le estén sumando personas que ya se creía fuera de la política por su avanzada edad o por el mal o mediocre desempeño de los gobiernos que formaron parte. Añosos personajes que han ingresado al gabinete presidencial, a los distintos ministerios u otras reparticiones, como también enviados al exterior como embajadores. Seguramente en la creencia presidencial que puedan contribuir a un gobierno acusado de estar integrado por nóveles e inexpertos militantes de los partidos que forman parte de la alianza oficialista. Incluso por haber incurrido en tan poco tiempo en escándalos y faltas a la probidad. Vicios de los hicieron también gala, también, los gobiernos anteriores aunque, al parecer, con mayor destreza.
Lo peor es que algunos de estos lo pasan mal, más allá de disfrutar de los encantos del poder y una buena dieta. Tal es el caso del ministro de la Vivienda remecido por la corrupción de funcionarios públicos y asesores que conspiraron para hacerse de los recursos públicos que estaban destinados resolver los problemas de vivienda de miles de chilenos. Asimismo, sería largo y enojoso destacar el estado de precariedad que muestran algunos parlamentarios que insisten en perpetuarse como legisladores después de cumplir con dos o más períodos y estar a punto superar las setenta y cinco u ochenta años.
Ya se ve que hay reyes o reinas en el mundo que abdican de favor de más jóvenes herederos, así como los cardenales, o príncipes de la Iglesia, como se los denomina, deben abandonar su magisterio perentoriamente. Tal como lo hiciera el penúltimo Pontífice por su edad y sentirse abrumado ante los problemas.
Las leyes que limitan la edad de quienes ejercen los cargos públicos no pueden sino establecer normas estrictas sin considerar excepciones. Por lo demás, somos de los que pensamos que la edad avanzada nos puede llevar a contribuir mucho a la política o al país cuando nos proponemos volcar experiencia y esa sabiduría que entregan los años. Por algo es que la historia a instituido muchas veces los consejos de ancianos, donde quisiéramos ver sentados a muchos políticos que en su tozudez o egolatría se resisten a jubilarse.
En tal sentido, si Ricardo Lagos fuera emulado por otros, de seguro estos podrían cosechar todavía loas más elogiosas que una vez fallecidos. A pesar de que en Chile, y también en el mundo, existe la costumbre de asumir que todas estas figuras son mucho más buenas que estando vivos. Acordémonos que en nuestra galería de presidentes son varios los que han traicionado en el poder sus convicciones y promesas. Pero de todas maneras se les erigen estatuas o se les fabrican mitos hasta culinarios y simpáticos, como ocurre con los esos dos sándwiches tan requeridos de nuestra gastronomía.
El propio país ha sido testigo en estos días la forma en que la televisión y la clase política prácticamente ha canonizado a Sebastián Piñera, que acaba de perecer en un lamentable accidente. De un instante a otro cesaron las informaciones sobre la tragedia de Valparaíso donde se ha decretado ya la muerte de más de 130 personas y miles de viviendas han sido arrasadas por fuego. En la que debe ser una de las peores catástrofes de nuestra historia, y cuya cobertura informativa de pronto cesó para atender uniformados el deceso del Expresidente.