La Revolución Islámica de 1979 en Irán fue un evento crucial en la historia de ese país y tuvo un impacto significativo en la política internacional.

Fue el resultado de una combinación de descontento popular con el régimen autoritario del Shah Mohammad Reza Pahlevi, cuyo gobierno fue apadrinado por los Estados Unidos y las empresas petroleras occidentales. Los factores socioeconómicos, políticos y religiosos que impulsaron a su derrocamiento fueron la corrupción, la represión política, la desigualdad económica y la influencia de la cultura occidental, considerada por la mayor parte del pueblo alejada de su identidad.

El líder principal de la Revolución Islámica fue el Ayatolá Ruhollah Jomeini, líder religioso que había sido exiliado por el Shah en 1964. Desde el exilio europeo construyó apoyo en diversos sectores de la sociedad iraní a través de la estructura religiosa y concitó la masiva adhesión de los sectores rurales, pero contó también con el apoyo de un amplio espectro de grupos de oposición, que incluían tanto a izquierdistas como a islamistas.

La revolución comenzó con protestas y manifestaciones populares en 1978, que fueron violentamente reprimidas por las fuerzas de seguridad del Shah. Sin embargo, las protestas continuaron y ganaron fuerza, lo que finalmente llevó a la caída del Shah y al regreso triunfal de Jomeini a Irán en febrero de 1979.

Después del regreso de Jomeini, se celebró un referéndum en abril de 1979 en el que se estableció la República Islámica de Irán. Jomeini se convirtió en el líder supremo del país, mientras que un gobierno provisional encabezado por Mehdi Bazargan se formó para gestionar los asuntos cotidianos.

Después de la Revolución Islámica, el nuevo gobierno llevó a cabo una serie de reformas, incluida la nacionalización de la industria petrolera y la implementación de políticas islámicas en la sociedad y el sistema legal. También hubo purgas políticas y una violenta represión a los opositores al nuevo régimen.

Las mujeres debieron someterse a la rigurosa ley islámica, lo que hizo retroceder el derecho a la autodeterminación, perpetuó el patriarcado y profundizó la violencia de género.

La Revolución Islámica tuvo un gran impacto en la política internacional, especialmente en el Medio Oriente. Irán se convirtió en un estado islámico radical y teocrático, adoptando una postura antioccidental y antiamericana, lo que llevó a fuertes tensiones con Estados Unidos y sus aliados europeos y en el Medio Oriente.

En la actualidad, Irán es un importante actor internacional, uno de los principales proveedores de crudo a nivel mundial, pero también con importantes logros en el sector del conocimiento, acaso herencia de su milenaria cultura persa. Con su ingreso al Grupo BRICS en conjunto con Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, suma un apoyo clave en términos geopolíticos al contrapeso que ese grupo representa frente a la pretensión de preeminencia euroatlantista.

La justicia de aquella revolución popular contra la opresión y el imperialismo, que despertó inicialmente esperanzas en la población, se convirtió prontamente en intolerancia y fanatismo. Una revolución a la que le sobró violencia religiosa y le faltó humanismo.