Todos sabemos de la guerra que libran Chile y otros países para enfrentar al narcotráfico y sus espeluznantes acciones criminales. Todos los días tenemos testimonio de crímenes, secuestros extorsiones y sicariatos realizados por sus diversos carteles. Así como se constata su empoderamiento en ciudades, comunas y barrios que hoy tienen a parte de nuestros territorios bajo el influjo creciente de sus capos y mafias.
Comunas bajo el dominio de alcaldes y concejales que forman parte de sus organizaciones delictivas o están en manos de autoridades subyugadas por su poder y amenazas. Poblaciones que ven convertidos a sus jóvenes en microtraficantes de drogas en la evidencia de que esta actividad les ofrece mejores dividendos que el trabajo honesto o el desempleo. Aunque también es posible constatar que muchos delincuentes van sucumbiendo a la represión de las policías y son condenados a largos años de cárcel, si es que no alcanzan una muerte prematura.
Es cuestión de constatar en los medios de comunicación el desarrollo de un fenómeno del que nuestro país parecía ser una excepción en el continente. De cómo el Estado está perdiendo en la lucha por neutralizar a estas mafias criminales, cuando los sobornos y extorsiones del narcotráfico también tocan a la política, a los jueces, como a los mismos policías.
En este contexto parece increíble que el Festival de Viña del Mar, el principal evento artístico del país, haya programado en su parrilla musical la participación de un cantante mexicano llamado Peso Pluma, conocido en todas partes por el narco contenido de la letra de sus canciones. Pero, además, por sus vínculos con los hijos del tenebroso Chapo Guzmán, uno de los más famosos narcotraficantes ya extraditados a los Estados Unidos, pero cuyos descendientes y secuaces le continúan dando vida al Cartel de Sinaloa.
Se argumentará que las libertades de pensamiento y de prensa no pueden ser coartadas con la posibilidad de que este supuesto artista pueda cantar en Chile y desde allí al mundo en un Festival de amplísima cobertura. Posiblemente quienes defiendan su participación crean que sería un acto de censura dejarlo fuera del espectáculo de este próximo evento.
Incautos o cínicos que piensan que la democracia debe tolerar que se le ponga altavoces a un cantante que celebra el consumo de drogas, cuanto que sus canciones avalen la acción de quienes se enriquecen ilícitamente. Posiblemente, en personas que existen al interior mismo de La Moneda, del Parlamento y de los Tribunales de Justicia haya quienes creen legítimo, en mérito del arte “libre”.
Todos sabemos de las restricciones que a diario nos pone la democracia respecto de nuestras actividades, hábitos y costumbres. De castigar el mismo tráfico de estupefacientes y los despropósitos de las pandillas del narco. En materia ideológica, por ejemplo, Alemania castiga la promoción por cualquier forma de las ideas del nazismo, así como otros regímenes impiden las manifestaciones segregacionistas y se muestran completamente intolerantes ante los abusos contra la mujer, los niños e, incluso, los animales.
AL respecto, también consta en que muchos medios en nuestro país mantengan todavía en su programación canciones machistas, chistes y despropósitos de sus conductores respecto de la orientación sexual de las personas, o llamando abiertamente a limitar los derechos y costumbres de los inmigrantes.
Largos días hemos podido comprobar la disputa por dejar actuar o cancelar la venida de Peso Pluma y aunque pudiera suceder de que éste decline la invitación o alguna autoridad se imponga para suprimir su actuación, lo que nos queda, de todas maneras, es la debilidad de nuestras altas autoridades en oponerse desde que se supo su posible actuación en Viña del Mar. Abochornando con ello la acción de miles de organizaciones y personas en su franca y valiente lucha contra una lacra que nos envuelve día a día y puede terminar relativizando los valores de la dignidad humana y desnaturalizando nuestro régimen de convivencia.
Sin duda tenemos un Estado y un gobierno peso pluma en su consistencia ética.