Por Maxine Lowy

Después de cuarenta días y cuarenta noches en la nave, hacinados entre una extensa familia y animales de todas las especies, las aguas empezaron a bajar, y Noe observó en el cielo un extraordinario arco luminoso de siete colores. Noe y sus descendientes fueron los sobrevivientes de un diluvio catastrófico producido por Dios, con el fin de destruir su propia obra, al observar la corrupción y falta de humanidad dominante. “Cuando el arcoíris está en las nubes, lo veré y recordaré de mi pacto entre mí y ustedes y todos los seres vivos de la tierra,” pronunció Dios, así registrado en el capítulo 9 del libro de Genesis.

El Dios de los judíos entra al mundo al finalizar el Diluvio, señala el rabino y teólogo Jonathan Sacks, al hacer un pacto– ‘brit’ en el texto hebreo- de paz con todos los pueblos de la tierra[i]. Dios promete nunca volver a destruir a los seres vivientes, mientras los pueblos, como contraparte, se prometen a guardar un código ético. Desde allí en adelante, cualquier cataclismo que se produzca sobre el planeta tierra, no será por mano de Dios.

Según los términos del pacto, la religión judía es única, pero el Dios de Israel es la Fuente Divina de toda la humanidad.  Es lo que Sacks llama la ‘universalización de una particularidad’, que reconoce la particularidad de las enseñanzas judías al mismo tiempo que reconoce y respeta las diferencias de otros pueblos. En parte por eso, promocionar el proselitismo es algo ajeno al judaísmo.

Esta lectura se contrapone a la interpretación del Alcalde de Recoleta Daniel Jadue, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Chile, quien, el 28 de diciembre, en el lanzamiento del libro ‘Sionismo, la ideología que extermina,’ de Pablo Jofre, afirmó que “ser judío forma parte de una concepción supremacista, al ser parte de un pueblo elegido”. Siguiendo a Sacks, la interpretación de Daniel Jadue es errada y nociva. Muy al contrario, al universalizar las particularidades- judías, musulmanas, cristianas, hindi, mapuche, lo que sea- nos permite ver a Dios en el rostro del otro sin que este otro tenga que renunciar su propia particularidad.

Desde ese lugar, junto a la práctica de cuestionar y analizar los textos tradicionales y a la ausencia de dogma, se desprende una ética y visión humanista. Esto forma el núcleo del pensamiento judío, y de izquierda en particular.

El judaísmo es a la vez una identidad étnica y una tradición religiosa antigua pero la identidad judía no se limita a la dimensión religiosa, ni a una afiliación a una institución judía comunitaria. Va también por el lado cultural, historia, valores éticos, mística, lazos familiares y hasta un que-se-yo intangible de pertenencia. A la vez, los judíos tenemos presente en la memoria que en algún momento seremos señalados por la sociedad como “el otro.” Sentirnos marginalizados de la cultura dominante que nos rodea forma también una arista identitaria. Si hay un pueblo que sí tiene memoria respecto a la discriminación, es el pueblo judío. Desde esa memoria, los y las judías de izquierda activan para condenar, denunciar y rechazar toda actitud racista y discriminatoria en el mundo, por cierto en Israel, y en nuestro país.

A Igor Rosenmann, arquitecto, dramaturgo y militante del Partido Comunista, le entró la identidad judía a porrazos.[ii] Una tarde a mediados de los años ’60, en el prestigioso Colegio Alianza Francesa de Santiago de Chile, irrumpió una pelea entre mocosos. Mientras golpeaban a patadas a un niño tendido en el suelo, le gritaban: ¡Judío de mierda! El altercado se convirtió en un hito que marcó la vida de Igor, el niño de 8 años de edad que sufrió la paliza.

En el siglo pasado su abuelo Isaac había pasado más de una vez por semejantes humilliaciones en Polonia, mordiéndose el labio para contener la rabia que no podía gritarles a sus agresores. Muchos incidentes de esa clase dirigidos no solo a él sino a todos sus vecinos judíos, impulsaron su salida de la aldea para emprender viaje hacia un continente lejano. Al llegar, en 1906, a un país al otro lado del mundo llamado Chile, se agregó una segunda “n” al final de su apellido para que pareciera más alemán que judío. Sin embargo, el nuevo apellido no protegió ni a su hijo ni a su nieto de la carga y el estigma que significaba ser judío en un país mayoritariamente cristiano.

Pero esto no era Polonia. El nieto se levantó del suelo, y con voz firme respondió a los matones: “¡Soy judío ¿y qué?!” Su respuesta podría haber sido una de negación para protegerse de futuros ataques. Mientras su abuelo huyó a un país que él creía tolerante y apacible, la paliza propinada a Igor le impulsó empaparse de la historia y cultura judía, también de los detalles de los siglos de persecución y del Holocausto, hasta abrazar una identidad judía. Al mismo tiempo, quiso entender las raíces de la injusticia social, y eso le llevo a participar, de un lado, en el movimiento socialista juvenil judío Hashomer Hatzair y por el otro en las Juventudes Comunistas, como integrante de la Brigada de Muralistas Ramona Parra. Así se unió dos facetas de su ser.

En la Jota, Igor no era el único judío. Piensa que eran muchos, pero fue el único de su entorno en asumir públicamente ser judío: “Puede ser que no tenían apellidos claramente judíos. Otros preferían pasar piola porque éramos vistos los judíos como momios del barrio alto. Había judíos de extracción social pobre, pero ellos lo negaban porque se decían ‘si yo diga que soy judío, me van a decir que soy de derecha’”.

En agosto de 1976 las cortinas se bajaron al finalizar el ultimo acto de su obra teatral Día en la Universidad Técnica del Estado (hoy Universidad de Santiago). Había sido ganadora dos años antes en un encuentro teatral del Liceo Darío Salas, pero esta vez el público no alcanzó aplaudir, cuando militares allanaron el teatro, quedando detenidos las 200 personas del público más los actores. Llevados a la fuerza en buses policiales a la Comisaria de Estación Central, más tarde todos fueron dejados en libertad menos Igor y seis personas más. Entre golpes y más golpes, un tipo alto y rubio le gritaba, “¡Soi judío! ¡Concha’e su madre, judío de mierda!”

Semanas más tarde, al pasar desde Cuatro Álamos, un centro transitorio de incomunicación, a la población general en Tres Álamos, la prisión contigua, lo recibieron ochenta abrazos apretados, lo cantaron y lo alimentaron. Al recordarlo a Igor le vuelve la sensación de increíble alivio de ese momento cuando pasó del horror a la vida.  Después en Puchuncaví, en la zona costera al norte de Valparaíso, las torres, el alambre de púas, y las celdas-cabañas le despertaron nuevamente su interior judío: “Sentí, aquí estoy en un campo de concentración. Yo estaba preso por ser comunista, pero me surgía una especie de alucinación de que estaba prisionero por judío. Toda mi vida he tenido eso de sentirme judío-comunista”. Sus compañeros de prisión hacían chistes pesados. “Como puedes ser comunista si eres judío. Era constante: estando preso ser judío era un tema.”

Es un dilema común a personas de izquierda que se identifican como judíos en este país. Tanto entre sus camaradas de izquierda como también en la conservadora institucionalidad judía son una presencia incómoda.  Es importante señalar que formaron parte del gobierno de Salvador Allende por lo menos 20 personas de origen judío; nunca antes hubo participación tan destacada en un gobierno de Chile. Sin embargo, durante la dictadura civil-militar, algunos altos dirigentes comunitarios judíos, quienes la apoyaban, se preguntaban si los detenidos de origen judío eran lo suficientemente judío como para preocuparse de ellos. Se ha documentado, hasta el momento, 22 personas de origen judía ejecutadas extrajudicialmente o desaparecidas por agentes del estado.

En el contexto de las horrorosas escenas transmitidas desde Gaza e Israel, no hubiera sido sorprendente escuchar a Jadue hablar de “sionistas,” palabra también malentendida, pero lo que señaló claramente fue ser judío es incompatible con ser de izquierda porque, “si eres parte de un pueblo elegido no crees en la igualdad de todos seres humanos ante nada. Aquí estamos ante una ideología que es lo mas nazi…”.

Esta afirmación une conceptos diametralmente opuestos y excluyentes como ideología y religión. Distorsiona y ofrece una interpretación de la idea del «pueblo elegido» -que es un concepto biblico y religioso – y lo reconstruye como ideología, instalando el concepto «judío igual a nazi». Estas afirmaciones tendenciosas, que tienen un claro objetivo ideológico, expresadas públicamente por una autoridad importante y retransmitidas al infinito por las redes sociales son un peligroso precedente que atentan contra «el otro», el diferente, el más vulnerable. Son declaraciones que no están dirigidas precisamente a «mis amigos judíos de izquierda», sino son a la base de un discurso peligroso dentro de la sociedad chilena. En 1950 Theodor Adorno advirtió que un tipo de discriminación va asociado con otros, y el anti-semitismo, en lo particular, conduce al racismo y la xenofobia.

Profundamente enquistados en las sociedades, y en la chilena, hay etiquetas y prejuicios que deshumanizan y son el catalizador de xenofobia y racismo. Estos dejan su germen de manera silenciosa y soterrada, llevando a las personas acciones de violencia y odio. En años recientes se ha visto esta tendencia en la criminalización de los migrantes; hace ochenta años, en los ’30 y los ‘40s, fueron los migrantes y refugiados judíos a quienes Chile quiso levantar barreras para impedir su entrada.

Víctor Grimblatt, miembro de las Juventudes Comunistas a los 15 años, participó en la resistencia a la dictadura hasta ser exiliado a Francia en 1983, cuando era presidente del Centro de Alumnos de la Carrera de Electrónica de la Universidad Santa María, de Valparaíso. Tanto su identidad judía como la de izquierda proviene de su entorno familiar; sus abuelos llegaron a principios de los 1920s desde Europa. Hace 15 años participó en la creación de una nueva comunidad religiosa judía, Ruaj Ami, que buscaba ser igualitaria y promocionar valores progresistas. Víctor dice sobre las declaraciones de Jadue: “Generaliza a los judíos, incitando el odio a todos aquellos que luchamos por Chile. Insulta también a los judíos de la resistencia francesa que en su mayoría eran comunistas. Insulta a mi familia judía, como que no merecemos ser de izquierda”.[iii]

Hoy día, al escuchar los dichos del alcalde, de su mismo partido, Igor reflexiona:[iv] “Esto está en el meollo de nuestras contradicciones y ambivalencias del ser judío de izquierda. De tomar la ideología del marxismo y de la transformación de la sociedad, siendo judío con esa impronta milenaria internalizada de ser de un lado admirados y por el otro despreciados. Esa ambivalencia del judío está sumergida en nuestra otredad. Agrega: “Se cristaliza la otredad entre ser elegido y ser odiado. Hay una unión entre formar parte de un pueblo perseguido y un partido también perseguido”.

 

[i] Conceptos del libro de Jonathan Sacks (1948-2020), Universalizing Particularity, Leiden: Brill, 2013.

[ii] Las referencias a la historia de Igor Rosenmann viene de una entrevista en noviembre 2013, que forma parte del libro Memoria Latente de esta periodista.

[iii] Comunicación virtual con Víctor Grimblatt, 3-01-2024.

[iv] Comunicación virtual con Igor Rosenmann, 3-01-2024.

El artículo original se puede leer aquí