Algunos amigos de diversos países me han preguntado acerca de este fenómeno que para muchos, desde la distancia, resulta incomprensible. ¿Cómo es posible que una mayoría haya votado a semejante personaje, quien dice hablar con su perro muerto, que se siente un enviado de las “fuerzas del cielo”, y que insulta groseramente por los medios a todo aquel que piensa distinto?
¿Qué llevó a buena parte de la población a elegir como gobernante a alguien que se exhibía en plena campaña electoral con una motosierra, prometiendo un ajuste brutal en la economía, a sabiendas de que eso significaría un enorme deterioro en las condiciones de vida? Y a un mes de su asunción como presidente, cuando los precios se duplican y los salarios se mantienen en los bajos niveles que ya tenían, la pregunta que surge es ¿Cuánto puede durar un gobierno así, si esto es sólo el comienzo de una batería de medidas aún peores?
No creo tener la respuesta integral a estas preguntas, ya que las primeras requerirían de un profundo análisis sociológico y sicológico del comportamiento humano, difícil de abordar en un solo artículo. Y responder la última pregunta implicaría considerar la deriva de tal multiplicidad de variables que podría caer en el terreno de las adivinanzas. No obstante, intentaré ensayar algunas opiniones y conclusiones, con mayor proporción de intuición que de rigurosidad.
Desde hace mucho tiempo que la economía argentina sufre las consecuencias de un movimiento pendular, cada vez más veloz y extremo, entre las políticas populares (algunos las llaman progresistas, y otros populistas), y las políticas neoliberales o conservadoras. Sin embargo, los medios de comunicación dominantes y las mentiras que circulan por las redes sociales, han convencido a gran parte de la población de que los últimos 80 años han sido un desastre por culpa del populismo peronista, el que sería una suerte de cáncer que hay que extirpar. En ese contexto, la irrupción de algo supuestamente nuevo como el ultra-liberalismo que llega de la mano de un outsider como Javier Milei, coincide con esa expectativa de un cambio estructural de rumbo, diametralmente opuesto al de ese “monstruo populista” que se supone controla el país desde hace 80 años. Claro que bastaría con leer un poco de historia por parte de las nuevas generaciones, o ser intelectualmente honestos por parte de las viejas generaciones, para desmentir tal falacia, ya que ese “populismo peronista tan aborrecible”, sólo gobernó 28 años de los últimos 80, mientras que el conservadurismo y el neoliberalismo se aplicó durante 35 años (contando los gobiernos militares y algunos gobiernos democráticos de diverso signo político que aplicaron las recetas neoliberales); en los años restantes hubo gobiernos de centro (algunos aprovechando la proscripción del peronismo que duró 18 años). Pero en estos tiempos de poca lectura y mucho TikTok, el conocimiento de la historia parece ser una pretensión excesiva, y si a eso le agregamos que muchos de los que la conocen prefieren negarla o sesgarla, ya sea por intereses creados o por simple odio irracional hacia el populismo, empieza a explicarse en parte el surgimiento de un electorado kamikaze. Porque sin duda es un voto suicida aquel que nos entrega otra vez a las manos de una derecha conservadora, que cada vez que gobernó nos dejó con una enorme deuda externa, altos porcentajes de desocupación, crecimiento de la pobreza y destrucción de la industria. En síntesis, gran parte del resultado del ballotage se explica por altas dosis de ignorancia y de odio, dos ingredientes letales de una ceguera autodestructiva.
Sin embargo, tampoco podemos abstraernos de la decadencia que ha venido teniendo el progresismo en los últimos años, y que en buena medida ha motivado a mucha gente a buscar alternativas, ante al agotamiento de políticas cada vez más ineficaces, desordenadas y paliativas.
Porque en ese movimiento pendular de las políticas económicas en Argentina, cada vez que asumieron gobiernos populares, si bien han realizado esfuerzos para mejorar la situación de las mayorías, no han conseguido cambiar las estructuras de un sistema que funciona como un plano inclinado que lleva a la acumulación de riqueza en pocas manos, a la conformación de oligopolios y monopolios que detentan cada vez más fuerza para torcerle el brazo al poder político. Entonces, los intentos por mejorar la situación de la gente se han visto reducidos al posibilismo, a los parches, a los paliativos, implementados a través de infinidad de regulaciones, represión artificial de precios de bienes, servicios y divisas. Ante la imposibilidad de lograr una mejor distribución estructural del ingreso a favor del salario y las jubilaciones, se ha optado por subsidiar cada vez más consumos: transporte, alimentos, combustibles y servicios, cayendo en la trampa de un déficit fiscal creciente y una inflación indomable. Desde luego que estas políticas también han sido condicionadas por la terrible herencia de deuda externa que han ido dejando los gobiernos de la derecha conservadora y neoliberal; desde ya que el poder económico siempre ha puesto palos en las ruedas a los gobiernos populares, tanto a través de sus propios medios como por su influencia en el Poder Judicial; pero eso no es suficiente excusa para justificar la falta de ideas y de osadía de parte de algunos gobernantes del progresismo, cuyo libreto se ha ido agotando.
En la medida que los gobiernos populares han dejado de dar respuestas satisfactorias, no solamente se ha deteriorado la credibilidad de los políticos, sino que también se han desacreditado una serie de valores, propuestas, discursos, argumentos y símbolos asociados a los mismos; ya todo lo que se diga suena a palabras huecas, y la reacción ha hecho oscilar al péndulo hacia las consignas de la ultraderecha, o hacia el escepticismo absoluto, y hasta hay quienes han manifestado el deseo de que explotase todo. Algunos han votado a Milei como una manera de vengarse de los políticos a los que aborrecen o que los defraudaron, en un acto irracional similar al del suicida despechado que cree que con su drástica determinación le infringe un daño a la persona odiada.
Siendo un tanto reduccionistas podríamos decir que el electorado propio de Milei (un 30%), se compone en gran parte por jóvenes y sectores empobrecidos que, desencantados y sin mucha información, creyeron que su discurso neoliberal era novedoso, verdadero y esperanzador.
Mientras que el otro 25% que sumó para ganar en el ballotage proviene del anti-peronismo rabioso, dispuesto a apoyar al peor de sus verdugos con tal de “expulsar al populismo”.
Precisamente por esta composición del voto es que probablemente los primeros en quitar su apoyo a Milei, serán los de su electorado propio, por ser el más volátil, mientras que el anti-peronismo lo seguirá respaldando sólo para evitar que regrese el “odioso populismo”. En este contexto político, y mientras el Congreso debate si aprueba o no una serie de medidas que terminarían por destruir la industria, el empleo, el salario y la soberanía, el descontento en la población aumenta y la posibilidad de un estallido social en corto tiempo no se descarta. Pero, a diferencia de lo ocurrido en el 2001, cuando luego del desastroso gobierno de la Alianza hubo un estallido social y posteriormente se llegó a cierto consenso en que el Justicialismo se hiciera cargo de la gestión, hoy no existiría consenso democrático para que, en el caso de colapsar el gobierno actual, regrese al poder precisamente el sector político que gobernó hasta hace sólo un mes. Lo más probable es que una pronta crisis social con desbordes populares tenga como característica un fuerte rechazo a toda la política y a la dirigencia en su conjunto, con grandes dificultades para que se encauce detrás de liderazgos que hoy por hoy no se avizoran en una sociedad fragmentada, plagada de rencores. También cabría preguntarse, que harían otros factores de poder frente a un caos creciente, ya que inclusive sectores que tradicionalmente respaldan las políticas de la derecha neoliberal, tales como el poder judicial, los militares y las grandes empresas, tienen sus reservas con respecto a la salud mental del presidente y a la viabilidad de sus drásticas medidas.
Pero repasemos algunas de esas medidas, para comprender mejor lo que está pasando y lo que puede llegar a ocurrir en el corto plazo. Milei se ha propuesto reducir el déficit fiscal y la inflación mediante una política de shock que se puede asimilar a la metáfora de “la paz de los cementerios”, ya que devaluó más del 100% la moneda y liberó todos los precios. Los fuertes aumentos de los alimentos, combustibles, medicina, transporte y alquileres han hecho que en pocas semanas el poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones se haya pulverizado. La apuesta de Milei se basa en el supuesto de que, si a la gente no le alcanza el dinero, la recesión será tan fuerte que en algún momento los precios dejarán de aumentar, en tanto que la licuación de los salarios del sector público y la quita de subsidios al transporte y los servicios permitirán la reducción del déficit fiscal. Ante este shock, generado en tan sólo un mes, ya son muchos los votantes de Milei que se están arrepintiendo, mientras otros aún tienen la esperanza de que luego de este mal trago las cosas se recompongan y aparezca la luz al final del túnel, con la llegada de las inversiones, según el propio gobierno promete. Pero es todo muy irracional ya que por otra parte el mismo Milei ha dicho que los frutos de sus políticas se verán en 35 años…, afirma que todo lo malo que está ocurriendo es culpa de los gobiernos de los últimos 100 años, y en su delirio mesiánico y fundacional afirma que Argentina hace más de un siglo era la primera potencia mundial, y en algo más de tres décadas él nos conducirá de regreso a ese paraíso perdido… La conclusión es que la población se debiera preparar para sufrir los próximos 35 años agradeciendo a su gobernante de llevarlo por una senda correcta cuyo final sólo verían las generaciones más jóvenes. Cuesta creer que con ese discurso irracional y que no resiste el menor análisis histórico, haya llegado a presidente, y que aún muchos le crean y lo apoyen, aunque en poco tiempo más, cuando el aumento de las tarifas de los servicios públicos, las cuotas de los colegios y los despidos, se sumen al desastre actual, aumentarán los disconformes, y peor aún, los desbordes ya no serán solo por la disconformidad, sino concretamente por la desesperación de tener hambre, de quedarse sin vivienda, sin atención médica, sin educación, y sin trabajo. Y a pesar de todo esto, seguramente tampoco se logrará el equilibrio fiscal tan anhelado (y exigido por el FMI), ya que la recesión hará que bajen estrepitosamente los ingresos del fisco, y en poco tiempo tendremos más ajustes, otra devaluación, y más inflación. Y estamos describiendo sólo algunas de las terribles medidas que tomó el gobierno, las que ya se están haciendo notar en la vida cotidiana, porque tanto en su decretazo como en la Ley ómnibus que envió al congreso, abundan los misiles contra la población y la soberanía nacional: privatización de todo lo público, restricción del derecho a huelga, pérdida de derechos laborales y debilitamiento de los sindicatos; entrega de los recursos naturales y las tierras a empresas extranjeras, penalización de la protesta social, privatización del sistema jubilatorio y potestad discrecional para licuar las jubilaciones actuales; autorización para endeudarse ilimitadamente, y centenares de otros artículos destructivos.
Como nos tienen acostumbrados, los voceros del neoliberalismo nos aseguran que después del sacrificio seremos un país confiable, y entonces llegarán las inversiones que crearán nuevos empleos de calidad. La experiencia en Argentina nos demuestra que esas inversiones nunca llegan, y dudamos que esta vez ocurra, pero con el agravante de que la paciencia se agotará más rápido porque la situación de la población, después de la herencia que dejara Macri, la pandemia, la guerra, la sequía y la inoperancia del expresidente Fernández, está demasiado deteriorada para soportar el bestial shock de Milei. Habrá que seguir los acontecimientos semana tras semana atentamente para ver la deriva de este proceso, y mientras tanto oponerse de plano a estas medidas desquiciadas, movilizarse, y sobre todo proponer alternativas superadoras, que vayan mucho más allá de las perimidas recetas del progresismo, cuyo fracaso está demasiado fresco en la memoria colectiva. No voy a extenderme ahora en cuales serían esas propuestas, que por otra parte han sido volcadas en diversos libros y ensayos en todos estos años, y se refieren a
un modelo de economía humanista, pero posiblemente las podamos resumir en un próximo artículo, adecuándolas a la actual coyuntura. De igual modo, más allá de las propuestas concretas en el área económica, habrá que trabajar en la concientización de nuevos valores que permitan saltar por sobre la grieta mental y emocional que ha desquiciado a nuestra sociedad y mucho ha tenido que ver con la llegada al poder de un personaje como Milei, un triste bufón para entretener a una sociedad desconcertada, un patético títere de los poderes económicos más concentrados del planeta, y un alcahuete lame-botas funcional a los intereses geopolíticos del eje USA-Israel-Inglaterra.