Con este título, el argentino Gabriel Manzo nos invita a enfrentar el mundo de las contradicciones, los enfrentamientos, los opuestos, las luces y sombras, el bien y el mal. Todo eso que está expuesto en nuestra sociedad presente y es objeto su de reflexión. “Con un cachetazo vuelve a ponernos en órbita”. Así describe una asistente a la inauguración de la muestra que el artista realizó en las salas del Mumart, el museo de arte de la ciudad de La Plata el 9 de diciembre.
Nacido en Mar del Plata en 1968, ha recorrido España, Italia, Estados Unidos e Indonesia con su obra y vivido por una década fuera de su ciudad entre Buenos Aires, Cáceres, Venezia y Roma. Hoy su vida transcurre entre su ciudad natal y La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.
La obra se impone por sus dimensiones y materialidades, aportando la fuerza colosal a la que el artista acude cada vez que propone su discurso plástico. Confía en sus destrezas porque conoce en profundidad los materiales. Defiende el oficio y la disciplina del trabajo, el ensayo-error y la prueba, logra manipular estos elementos haciendo de ellos un verdadero medio del lenguaje expresivo. Manzo corta, cose, pinta, esculpe, ensambla y construye instalaciones monumentales de las que nadie explica cómo pudo, en soledad, montar con precisión de relojería semejantes artefactos. Es innegable la presencia de su contenido poético, acompañado de una gran técnica. Logra el equilibrio deseado entre el trabajo minucioso, y el objetivo más esperado por los artistas, colocar al espectador en una experiencia inmersiva de la que de ninguna manera se sale indiferente.
«Cierto, soy artista y posiblemente no podría otra cosa, pero esto sólo se refiere a mi necesidad de decir con este lenguaje. No hay nada de mágico ni misterioso. Es oficio y entrega sin condiciones», expresa el autor.
La exposición se abre camino en dos de las tres salas del museo planteando la gran oposición a la que nos lleva su título: desde las adjetivaciones más simples como la mirada sobre el bien y el mal, hasta las búsquedas más elaboradas que puede plantearse cada espectador al sumergirse en estos espacios bosquianos, el paraíso y el infierno. Manzo sabe de estos lugares, porque desde su primera infancia recorre los ambientes del Bosco tratando de encontrar explicación a su propia existencia. Seguramente sin conclusión alguna porque su búsqueda es permanente y en ese trayecto de vida las ramificaciones son múltiples e infinitas, su memoria es una madeja de sustratos que emergen en simultáneo eclosionando en una cantidad de significados tantos sean los observadores o incluso si alguno de ellos volviera después de un tiempo. El arte de Gabriel Manzo no es impermeable, por el contrario, es una urdimbre de potenciales significados, porque, aunque sepa de sus razones más íntimas no es su traducción simple lo que emerge como resultado sino una habilidad dialéctica exquisita. Gabriel Manzo es complejo en sus búsquedas, pero no es complicado; atravesada toda su angustia creativa inicial fluye como agua entre las piedras.
“Cada puntada que he dado fue incontrolada, surgía por decisión propia; pero sabía hacia donde me estaba levando. Es como comprar el billete hacia algún lugar al que para llegar no hay apuro, es como ir con los ojos apoyados en la ventanilla y fijos en el paisaje registrándolo todo”, asegura Manzo.
Desde 2017 hasta hoy es la tercera presentación individual que el artista realiza en las salas de este museo, y esta última propuesta fue impulsada por el agregado cultural del Consulado de Italia en La Plata quien propuso a Manzo este nuevo desafío cuando en el 2019 presentó Rey de Corazones, una obra que rescataba gran parte en sus raíces italianas.
La primera exposición en este centro cultural fue La macchina del fango, donde en todo sentido nos proponía reflexionar sobre las posibilidades del lodo como aquello que enturbia y ensucia, así como, por otra parte, la materia que brinda la posibilidad de una nueva construcción. Dualidad omnipresente en la obra del artista.
En Rey de corazones trae a la superficie las posibilidades laberínticas, herméticas y descarnadas de posibles corazones que manifiestan los estados de la misma cosa en diferentes momentos, en definitiva, un juego significativo alrededor de la existencia.
“Tengo ideas muy claras de algo que quiero decir, pero no defino las cosas, me van llevando hacia donde quiere la cosa ir. Es algo inexplicable, pero por alguna razón misteriosa hay algo que siempre está de mi lado. Quizá, algo que de no estar… no me dejaría ser», narró el artista.
En VERSUS, no hay indicio de por dónde comenzar, quizá la intensión de Manzo sea que los propios impulsos de vida o de muerte sean los que empujen al espectador a elegir una entrada. Sin dudas en cualquiera de las situaciones nos encontraremos antes o después con la luz y la sombra, y seguramente, con nuestras propias representaciones.
Una tela de tres metros por dieciocho de largo de un solo paño dispuesta como un ciclorama se presenta como única pieza en una de las salas generando un impacto desolador, al mismo tiempo, hay algo misterioso y atractivo, como la seducción que tantas veces propone el mal. Arboles devastados con sus raíces encajonadas empiezan a brillar solo a medida que se alejan de la escena. La muerte plantea una esperanza. Estos restos carbonizados empiezan a cambiar de color y comienzan a emergerles brotes. Manzo realizó esta pieza en dos etapas: la primera y más exigida implicó un esfuerzo físico de doce horas a la intemperie donde registró, con las propias cenizas del bosque utilizadas como pintura, la huella de las cortezas que habían sido masacradas intencionalmente por el fuego en los bosques cercanos a su casa. Presenta un manto al que denomina “Vestigios del infierno”, emulando tal vez, a la “sacra síndone”. La segunda etapa acontece en su taller, luego de semanas de dejar que esa impronta se manifestarse. En todo caso, la resultante es, en un sentido un arqueológico, la prueba de lo acontecido.
Alejándonos del infierno llegamos a un espacio que al modo de un Van der Weyden, nos muestra mantos textiles bordados en oro sostenidos por unas gigantescas estructuras leñosas también patinadas evocando los antiguos dorados a la hoja y los brocatos de los ropajes flamencos. Todo esto construye un espacio onírico y laberíntico en el que podemos transitar primero por fuera, observando grandes nervaduras textiles y encontrando por dentro frutos colgantes de gran opulencia. La imagen nos remite a un bosque vivo y frondoso que al recorrer nos posibilita innumerables lecturas. Esta “Estancia de paraíso” como la denomina Manzo, ofrece una primera vista monumental de gran impacto y al entrar en sus espacios de recogimiento, el posterior descubrimiento de objetos que insinúan la posibilidad de crecimiento, de floración… de nuevas vidas. Es el juego y la contemplación onírica lo que aquí estimulan los sentidos.
Es evidente que, en el trabajo de Manzo, cada maniobra plástica deriva de alguna razón significativa y que en su obra adquieren una importancia simbólica relevante. Para el artista lo histórico tiene un valor definitivo y de ello se desprenden sus interpretaciones sociales donde lo visceral es gran parte de sus decisiones argumentativas. Sus preocupaciones son el motor de su búsqueda y sus objetivaciones la consecuencia convertida en arte. En definitiva, como es habitual en su obra, no nos deja indiferentes.
Hasta fin de febrero podremos visitar el Centro Cultural Pasaje Dardo Rocha, en el MUMART, el museo de la Ciudad de La Plata, Versus, la tregua de las pasiones.
Algunos videos de la exposición: