28 de noviembre 2023, El Espectador
Ningún verbo es fácil ni imposible de conjugar en Colombia: sobrevivir, reconocer, perdonar, cumplir…
Voy a compartirles tres cosas que vi en Bogotá en 48 horas y que dan cuenta de ello.
Jueves: la reinauguración del auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional de Colombia, con una obra inmensa, el concierto “La resurrección de la fe”; en el escenario, la orquesta filarmónica de Bogotá dirigida por Voronkov del conservatorio Tchaikovski de Moscú; Vox Clamantis, de Estonia; barítonos, sopranos, tenores y coros de la filarmónica, la ópera de Colombia, colegios, universidades y regiones. 700 voces unidas para contar y cantar —en memoria de las víctimas y por la paz y la reconciliación— testimonios de las masacres de Bojayá y el Salado. Y bañado por un chorro de luz, ahí estaba Él, el Cristo de Bojayá, el Cristo mutilado por la guerra, símbolo de una violencia desgarradora que aprendimos a perdonar, porque ya sabemos que el rencor es una tortura crónica y silenciosa, un nudo asfixiante.
Al frente del evento monumental, dos grandes del arte y la cultura: David García, director de la Filarmónica de Bogotá, y Belén Sáez de Ibarra la curadora de este invencible museo de heridas y tejidos, de torrentes, maría mulatas y resurrecciones, llamado Colombia.
Viernes: en el 7º aniversario de la firma del Acuerdo con las extintas FARC, se cumple una ceremonia con dos expresidentes, un Premio Nobel de Paz, los jefes de los equipos negociadores, firmantes, diplomáticos y víctimas, Naciones Unidas, funcionarios y políticos. Lo mejor de la jornada, el coro “Hijos e hijas de la Paz”, (también de la filarmónica de Bogotá, y también creado por David García para los niños de los firmantes); un triunfo de la vida y la ternura, apadrinado por Rodrigo Londoño, un hombre al que hoy miro de frente y sé que desde hace 7 años y hasta siempre, en sus manos y en su alma nunca habrá más balas: solo la fuerza de la palabra, de la esperanza y la persistencia. Ningún tratado, ningún texto ni discurso explica mejor que este coro y los ojos húmedos de su padrino, lo que significa dejar la guerra, para darle paso a la vida.
El gran ausente de la jornada fue Gustavo Petro. Sin explicaciones ni mensaje, el presidente que ondea la bandera de la paz total no llegó. En fin, lo importante es que 13.000 excombatientes de las extintas FARC siguen honrando lo pactado; y gracias a las instancias derivadas del Acuerdo, un país muy herido aprendió una nueva forma de relacionarse con la verdad, con las víctimas y la justicia.
Sábado: un Maestro (con mayúscula) de historia, nos envía el video de un ex teniente del ejército; la grabación es del 2021 y seguirá vigente por los siglos de los siglos amén. Con una rosa tatuada y recibiendo desde los 14 años órdenes y consignas orientadas a matar guerrilleros, el ex oficial que hizo ejecuciones extrajudiciales —vivió en la clandestinidad, se entregó, estuvo preso y se acogió a la JEP— se ha dedicado a la reparación de las víctimas. Dice que el adoctrinamiento lleva a cometer los peores errores, y que el perdón tiene sentido si hay reparación. Darles la cara a las víctimas y trabajar genuinamente con ellas y por ellas, ha sido como “sacar el corazón y ponerlo sobre la mesa”.
Colombia está atravesada por el meridiano 74º longitud oeste, el meridiano de la resistencia. Nuestro país es un velero que navega de duelo en duelo, recorre carnavales y velorios, tambores y temblores, pero no renuncia ni se hunde ni se entrega y exige que la paz sea una decisión de obligatorio cumplimiento. Y si no, ¿a qué vinimos?